martes, 27 de julio de 2010

Capricornus






Protector, in te sperantium, Deus
Sine quo nihil est validum, nihil sanctum
Multiplica super nos misericordiam tuam,
O Deus, o misericordissime Deus,
O vita, o spes, adjutor, auxilium et fortitudo nostra
Et concede ut te rectore, te duce,
transeamus, eamus, ad portum eternae felicitatis.

Pseudocríticas al iusnaturalismo




1. El bien y el mal, si es que alguien se jacta de conocerlos con claridad, no son atributos universales que nos guíen en la práctica, pues juzgamos cada acción por su conveniencia particular según la circunstancia y no por su adecuación a principios abstractos.

Si reconoces lo malo y lo bueno, sabes qué son el mal y el bien, ya que no puede ser casuista quien no conoce el caso típico. Además, los casos particulares remiten siempre a leyes generales anteriores o sientan precedente, por lo que nunca son hechos aislados de los que no quepa sacar consecuencias. Así, es malo incumplir una promesa, aunque a mí me favorezca en un determinado momento, porque con ello incentivo la mentira y la traición futuras. Luego, puesto que nadie es tan fuerte como para poder permitirse vivir siempre al margen de los pactos, nadie debe mentir para obtener un provecho ilegítimo y todos deben desear la igualdad de trato en igualdad de circunstancias. Por el mismo motivo, es malo perjudicar dolosamente a quien no me ha perjudicado (es decir, el crimen es malo), y es malo beneficiar indefinidamente a quien no me ha beneficiado (aunque esto sea más dudoso, ya que no todas las sociedades esclavistas fueron ineficientes, si bien resultan moralmente rechazables).

2. Grandes autores no logran ponerse de acuerdo en si es más acorde con la naturaleza humana la propiedad privada o la comunitaria; si el gobierno de todos, el de unos pocos o el de uno solo, y otras muchas materias de este estilo, no carentes de relevancia.


Esta discusión tiene tanto sentido como la que se plantee si para el hombre es más natural comer con tenedor o con palillos. No son éstas cuestiones que se infieran eo ipso de la mera humanidad, sino de índole cultural o histórica. Es absurdo pretender que una misma solución política valga siempre y en todas partes, ya sea en sociedades nómadas, agrarias o industriales; ya en ciudades grandes como en aldeas diminutas; ya en épocas de escasez y tumultos como en tiempo de abundancia y tranquilidad. Se puede ser relativista en lo político y racionalista en lo moral, porque -aunque harto convergentes en las repúblicas bien ordenadas- se trata de dos ámbitos distintos por definición.

Es cierto, con todo, que hay algunos iusnaturalistas que, junto a la apología de la justicia, quisieron hacer una apología de su siglo o de su clase social. Por ello incurrieron en el grave error de no distinguir entre ser un buen ciudadano y ser un buen hombre. Ahora bien, habrá ciudadanos utilísimos a su comunidad y que, no obstante, sean personas avaras, necias y desequilibradas, despreciables en suma; y habrá, por otro lado, hombres amables y santos que no tengan apenas comercio con el mundo y sus negocios. Es en base a esto que el derecho natural debe determinar lo bueno por su misma noción y juzgar lo útil en relación a sus fines, pero no puede establecer lo útil en sí, que no existe, ni acomodar lo bueno al gusto del momento.

3. El derecho es siempre artificial, resultado de interacciones sociales y preconcepciones de todo tipo, no parte de la naturaleza. Por tanto, no deben conferírsele propiedades objetivas como las de las cosas que observamos y con las que interactuamos, o las de las leyes del universo.


Muy ineptos tendríamos que ser para no constatarlo. No es lo artificial lo que se opone a lo natural, sino lo antinatural. Las infinitas prótesis a las que el hombre recurre para suplir su naturaleza defectuosa son prueba suficiente de ello. Así, aunque todo ordenamiento legislativo sea un artificio, al ser obra del hombre y producto mediato de su inteligencia, no todo ordenamiento es antinatural. Sería antinatural un Estado en el que, como en el relato de Cirano, los padres debieran obedecer a los hijos, o donde los animales y las plantas gozasen de igualdad jurídica respecto a nuestra especie. Pero no iba a ser menos resultado de la previsión y el ingenio que el Estado en que se mantuvieran disposiciones contrarias.

Si lo natural en el hombre fuera un instinto, esto es, una pulsión irreflexiva común a la especie, los hombres seríamos naturalmente justos y la ley o la educación resultarían prescindibles en este extremo. Pero no es eso lo que se pretende cuando se afirma que hay un derecho natural humano. Más bien se identifica éste con nuestra facultad de razonar, que -cuando tenemos a bien ejercerla- nos ayuda a descubrir los fundamentos de la moral, los motivos de nuestras preferencias a la hora de actuar y la congruencia de dichos motivos entre sí.

4. No hay principios morales en los que los hombres de cualquier índole y condición deban coincidir, aun cuando sean honestos y se apliquen a ello con todas las fuerzas de su entendimiento. Una formación distinta y un mayor o menor número de prejuicios propios de cada cultura impiden que la humanidad alcance nociones comunes si no es por la coacción.

Dichas nociones existen, y son tales como "las promesas deben cumplirse", "el bien debe retribuirse", "el mal debe castigarse", "el castigo debe ser proporcional" o, la más general de ellas, "el hombre busca la felicidad". El legislador decidirá desde luego incluir o no esos principios en su ordenamiento, sin necesidad de presuponer a un dios que se los silbe al oído. Pero no cae bajo su decisión el determinar qué es justo y qué deja de serlo, pues quien sostenga principios opuestos a los formulados sólo puede amparar el salvajismo y la tiranía.

5. Las teorías iusnaturalistas cometen la falacia naturalista, ya que pretenden deducir de premisas descriptivas naturalistas (juicios de ser) una conclusión imperativa (juicios de debe ser), lo cual constituye un error lógico-gramatical.


Esta falacia es falaz. De la naturaleza del ser se sigue lo más conveniente para él, y de la naturaleza de lo moral su mayor o menor correspondencia con ciertos actos.

6. Quien tiene la fuerza tiene el derecho.

El hombre rige con violencia sobre los animales, porque es de distinta condición que ellos, los cuales, a su vez, si no están impedidos o domesticados, atacan o inquietan al hombre. A contrario sensu, donde hay afinidad de principios y comunión de intereses la violencia no sólo es superflua, sino además incompatible con la armonía. Todos tienden a defenderse organizadamente de los más fuertes o a obligarlos a ponerse al servicio del bien común. Si alguien usurpa un derecho o prerrogativa, se afana en cubrirlo con el manto de la legitimidad aparente, lo que no sucedería si todos entendiesen que tal derecho debía seguirse de su mayor poder para arrebatarlo y mantenerlo. Incluso un soberano absoluto se cuidará de guardar la coherencia en sus decisiones para que su autoridad misma no sea cuestionada o se disperse en mandatos contradictorios. Es decir, ésta será absoluta respecto a los poderes temporales que le están sometidos, pero no respecto a la lógica.

sábado, 24 de julio de 2010

Fuera de sí




El sexo desentumece y hace más llevadera la existencia a muchos, siendo en este sentido como la música, aunque a un nivel craso, táctil y visceral (la unión de sexo y música en "ritmos sensuales" resulta signo inequívoco de brutalización de la cultura). Es la bajeza del sexo como fuerza psíquica, más que su suciedad o cualquier otro vago juicio estético, lo que debería impedirnos tenerlo en mucho. No hay en él espontaneidad de decisión, sino pulsión mecánica; no suscita la armonía entre las pasiones, sino monomanía narcisista y autoengaño. El sexo no ha engendrado ningún sentimiento noble, porque es torpe y animal, propiciando en cambio incontables mentiras, inconsecuencias y humillaciones. Así, el ardor erótico que se espiritualiza se niega a sí mismo, ya que pospone la satisfacción inmediata y discontinua para transmutarla en continuo ideal. Ahora bien, aunque el sexo en el resto de supuestos sea de por sí desordenado, puede formar parte de un orden superior que lo contenga y en el que ayude a equilibrar el todo. De ahí se sigue que no quepa arremeter contra lo sexual dentro de ciertos límites morales, esto es, salvo que se le dé más importancia de la que posee y por ello amenace con esclavizarnos.

La libertad sexual es la libertad del sexo, no la libertad de los hombres. Por ello quien la defienda atacará a aquellos individuos que, en ejercicio de su autonomía, decidan privar de libertad al sexo y dársela a sí mismos. La virginidad será vista como repugnante por quienes desean multiplicar el número de coitos al infinito; la abstinencia, como una prenda inútil nacida del prejuicio. Sostendrán que no se puede juzgar sin experimentar, ni juzgar en contra de la experiencia. La sensación de placer, que como la del dolor es ciega e irracional, se asimilará al juicio positivo de un modo inapelable, otorgándose con ello al goce sensible una potestad dictatorial sobre el resto de facultades psíquicas; reduciéndose, en suma, todo discernimiento posible respecto a la salud a la cándida confianza en el propio instinto. Lo cual contraviene la noción moral misma, pues cualquier fin particular debería estar subordinado a fines más generales, y un grupo de ellos al conjunto de todos. En conclusión, cuando esta jerarquía no se respeta, o ni siquiera existe de un modo claro, hablamos de desorden o extravío.

Supongamos una esfera normativa que premiase las prácticas de las que, sin herir a terceros, derivaran en algún tipo de delite personal. Si las premia por el mero deleite a que dan lugar, incentivará prácticas incompatibles entre sí, como la laboriosidad y la pereza. Si, por el contrario, las premia por sus fines, la consideración del deleite estará de más, presuponiéndose en tanto que se atribuya a una acción libre. De este modo, el matrimonio ideado única y exclusivamente para mi placer y el de mi cónyuge corta todo vínculo con la sociedad, por lo que no es un derecho, sino un privilegio. Ahora bien, el único vínculo posible entre mi satisfacción erótica y la utilidad social es la obtención de descendencia. Y esto es lo que simboliza la institución matrimonial, a saber, el momento en el que el placer individual se hace útil en sentido ético. No ya como agregado al todo (yo soy más feliz, ergo la sociedad a la que pertenezco también), mas como generador de un producto nuevo y tangible, semejante al del obrero que lo obtiene del fruto de su trabajo. Pues, para empezar, que aumente la felicidad agregada por el hecho de casarme no está claro, ya que mi matrimonio, que me hace feliz a mí, puede hacer infeliz a muchos que me envidien. Luego, se precisa algo más que mi felicidad para que yo tenga derecho a ser feliz, esto es, un derecho a que mi felicidad sea activamente buscada por el poder público, y no una mera libertad a no ser molestado. Debo hacer feliz al Hombre para poder ser feliz como un hombre, no como una bestia, y merecer la ayuda de la sociedad humana.

lunes, 19 de julio de 2010

Condenables




¿Has olvidado acaso lo que te respondí cuando me preguntaste la razón de la condenación de Judas? Merece la pena resumir estas palabras porque serán más precisas. Tú me preguntabas cuál era la razón de su condenación. Yo respondí: la disposición en la que murió, a saber, el odio contra Dios, en el que ardía al morir. En efecto, puesto que, desde el momento de la muerte, mientras abandona el cuerpo, el alma no está ya abierta a nuevas sensaciones externas, se apoya tan sólo en sus últimos pensamientos, en los que no cambia nada, sino que agrava la disposición en que se hallaba en el momento de morir.

(...)

Odia, pues, a Dios quien quiere distintas la naturaleza, las cosas, el mundo, el presente: éste tal desea un Dios distinto de lo que Él es. El que muere descontento, muere odiador de Dios; y, al momento, como arrastrado hacia el abismo, al no retenerlo más los objetos externos, sigue por el camino en que ha entrado; cerrado el acceso de los sentidos, apacienta su alma, reducida a sí misma, del odio iniciado contra las cosas, de esta misma miseria de que hemos hablado, de disgusto, indignación, desagrado, y todo ello creciendo más y más. Una vez reunido el cuerpo, recuperados de nuevo los sentidos, encuentra, sin romper la continuidad, una materia de menosprecio, de desaprobación, de arrebatos de cólera, y es tanto más atormentado cuanto menos puede cambiar y sostener el torrente de cosas que le desagradan. Pero el dolor se transforma de alguna manera en placer, y los condenados se deleitan encontrando con qué ser torturados. De igual manera, también entre los hombres, los desventurados, al mismo tiempo que hacen objeto de su envidia a los que son afortunados, no pretenden sacar otro beneficio con ello que el indignarse, con un dolor menos contenido, más libre, orientado hacia una cierta armonía o apariencia de razón, de que tantos necios, en su opinión, sean dueños de las cosas. Pues en los envidiosos, en los indignados, en los descontentos de esta clase, el placer va mezclado al dolor en una proporción admirable: porque, igual que se complacen y se deleitan en la opinión que tienen de su sabiduría, así también sufren tanto más furiosamente cuanto que el poder que, en su opinión, se les debe les falta o pertenece a otros a quienes consideran indignos de él. Ahí quedan, pues, explicadas estas paradojas tan sorprendentes: nadie, a no ser que quiera, no diré solamente que no está condenado, sino que nadie sigue condenado si no se condena a sí mismo; los condenados no están nunca absolutamente condenados, sino que siguen siempre condenables; están condenados por esta obstinación, por esta perversión del instinto, esta aversión a Dios, de forma que nada les deleita más que el tener de qué quejarse, que nada buscan tanto como el tener motivos para irritarse; ¡he aquí el grado supremo, voluntario, incorregible, desesperado y eterno de la rabia de la razón! Condenados, pues, por estas quejas y reclamaciones que les atribuíamos más arriba, por estos reproches contra la naturaleza, contra la armonía universal, contra Dios, como si Él fuera el autor de su miseria impidiéndoles nunca poder ni querer.


Leibniz

jueves, 15 de julio de 2010

Contra Hume




La explicación causal desde un plano epistemológico no es nada más allá de las correlaciones entre hechos, tan refinadas como se quieran. Pero presuponemos con razón que la causalidad es algo más, ontológicamente hablando. El motivo es el siguiente. Si se diera en la materia una indiferencia pura respecto a ser causada o incausada, debería ser -en todo lugar y a cada instante- una cosa o la otra en una proporción aproximada del cincuenta por ciento. Ahora bien, como nada observado nos induce a pensar que sea así, dada la regularidad y previsibilidad de los fenómenos, inferimos que no hay tal indiferencia y, por tanto, que la acausalidad no es una característica general de la materia. Luego, tertium non datur, lo es la causalidad, pues afirmar que la materia es a veces acausal equivale a confesar que lo es en ciertas circunstancias, esto es, bajo determinados efectos, lo que supone sostener un aserto autocontradictorio.

miércoles, 14 de julio de 2010

Contra Calvino




Cuando la religión destruye la libertad de conciencia se convierte en enemiga del género humano, al que esclaviza en lugar de enseñar y servir. Una revelación pura en la que nuestra razón no tome parte y a la que debamos someternos como un pueblo vencido es contraria al espíritu, pues despoja al alma del deber de perseverar y de la búsqueda diligente de lo bueno.

Calvino y sus secuaces, para quienes la sola fe anula la eficacia moral de las obras, muestran el rostro descarnado y espantable del exclusivismo religioso, de la Iglesia invisible de predestinados, enervando el vigor ético de la convicción religiosa y reduciéndolo a su fantasma solipsista. No lo entendió así la sublime civilidad de los romanos, los cuales

Hicieron antiguamente el templo de la Virtud de frente del de la Honra, que no tenía más de una puerta, para mostrar que no se podía ni había más de una puerta abierta para ganar honra que era la de la Virtud.

Por el contrario, ¿qué significa ser salvo por fe y de una vez para siempre? O bien que, al recibir el don de Dios, será imposible que peques ulteriormente; o bien que por más que peques serás agradable a Dios y digno de ser tenido por salvo.

Lo primero no sólo no es una verdad de razón o imposibilidad lógica, sino que es algo negado por la experiencia y hasta por las propias Escrituras:

Porque el justo, aunque caiga siete veces, se levantará, mientras que los malvados se hunden en la desgracia.

Lo refutan las apostasías formales de Aarón y de Pedro, la dormición de los apóstoles, la pérdida del don de profecía en el Bautista, la desobediencia de Jonás.

Lo segundo es impío, al atribuir a Dios comunión necesaria con los malvados, aserto tan mostruoso como falto de toda base, pues el mismo David -el amado del Señor- se ve obligado a hacer penitencia mientras implora el perdón.

La sola fe sin el conocimiento adecuado de su objeto no vale nada, y aunque la gracia es capaz de mover el ánimo a la aceptación de Dios, con carácter ordinario no le infunde la ciencia debida para creer en el Dios verdadero. Por consiguiente, no hay garantía de estar exento de error por el hecho de creer por gracia, siendo la prueba el que no todos los patriarcas o profetas han percibido a Dios de la misma manera ni han conocido con pareja claridad sus atributos. Luego, no habiendo creído conforme a la ortodoxia, ¿qué los distinguió de los paganos si no el haber obedecido a Dios por su fe, esto es, el haber sido salvos por obras?

Así, desde el punto de vista de la soberana Providencia, la predestinación es un hecho del que no cabe dudar, aunque para el hombre resulte imposible saber si cree rectamente, si perseverará hasta el final o Dios lo abandonará. La ética sólo puede fundarse en la incertidumbre sobre nuestro destino, que es certeza de nuestra finitud.

lunes, 12 de julio de 2010

El mito que no era




Si ser hombre significa algo relevante y no sólo una mutación insensible en la gradación de lo animal, tuvo que haber un comienzo absoluto y trascendente para lo humano. Con él empezaría la historia propiamente dicha, el tiempo de la libertad, la salida traumática de la inconsciencia. Ningún testimonio histórico llena el vacío de ese momento. Tampoco podría hacerlo, pues la historia tiene siempre un antes y un después, y antes de Adán no hay hombre ni, por tanto, historia. Luego, nada nos queda salvo la revelación de Dios, que es simbólica y oscura. El relato del origen del mundo y la vida narrado en el Génesis no es literal ni obvio, y encierra muchos misterios, como han sabido desde antiguo los exégetas cristianos y judíos. Sólo podemos juzgar su verdad por sus efectos, a saber, por la precisión con la que analiza la esencia humana y fija su destino. Si el hombre es el animal que se avergüenza, el primer hombre fue el primer animal en avergonzarse. La vergüenza es el estado de inadecuación de nuestra alma a nuestro cuerpo, cifrado en el presentimiento de la muerte. Es también la bifurcación entre lo animal primigenio, donde Dios se confunde con la naturaleza, y lo numinoso aterrador, donde Dios la maldice. Así, el hombre deviene un exiliado en el mundo al tiempo que Dios se torna forastero en el hombre, naciendo la religión tras constatarse esta extrañeza y con el fin de repararla. La narración de la caída no es sólo el pilar de una soteriología determinada, sino que constituye el germen de toda política, esto es, del arte de conducir a los hombres a la felicidad.

domingo, 11 de julio de 2010

Nuevas reflexiones sobre la "adaequatio"


Un enunciado de confirmación posee un carácter lógico, esto es, contiene "a priori" la implicación de un hecho observable confirmatorio en una proposición de tipo teórico o hipotético. Afirmar que, según "C", "E confirma H", donde "E" es una experiencia, "H" una hipótesis y "C" el enunciado que las vincula implicativamente, no requiere experiencia ulterior y se sigue de la propia inteligibilidad del enunciado. Es "C" en este sentido una tautología, ya que de la descripción de lo que se afirma sobre el mundo se sigue que, cuando tal se da en la realidad, la proposición afirmativa es verdadera. Si quiero probar que "A ciertas cosas de la naturaleza, como las celdas de las colmenas de abejas o el cristal de roca, convienen los predicados que concebimos contenidos en la noción de hexágono", el enunciado de confirmación se limitará a constatar el vínculo necesario, de identidad lógica, entre lo afirmado "ex hypothesi" y lo verificado de hecho, es decir, entre lo hexagonal en la proposición teórica y lo hexagonal en el mundo. Luego, en tanto que un enunciado tautológico "C" puede contener la descripción de un hecho empírico "E" y llevarnos a la conclusión de ser verdadero un enunciado no tautológico teórico "H", no es cierto que las verdades analíticas o de razón no puedan generar verdades sintéticas o de hecho. Por el contrario, las presuponen a todas, si bien exigen condiciones externas o razones suficientes para que lo hipotético devenga efectivo. Ahora bien, el mundo es al mismo tiempo el conjunto de todos los enunciados no tautológicos y de todos los hechos empíricos sobre los que puedan pronunciarse dichos enunciados. Por consiguiente, la verdad de los mismos no se encuentra en el mundo, ya que nada en él puede confirmar "a priori" la concordancia de lo razonable con lo razonado salvo en base a puras apariencias. La proposición "Toda descripción lógicamente idéntica a lo descrito es verdadera" no es más que una perífrasis de "A = A", y sólo en este sentido la adaequatio puede reconciliarse con las primeras nociones lógicas.

Veamos ahora brevemente las consecuencias ontológicas de esto. Si la verdad del mundo está fuera del mundo, y la verdad de la existencia del mundo no es distinta de la verdad del mundo (pues, con Kant, la existencia no es un predicado), entonces la verdad de la existencia del mundo está fuera del mundo. Con todo, de "A = A" no se sigue que el mundo es verdadero, excepto si el mundo existe. Es, por ello, razón de su existencia, mas no causa de la misma, ya que como razón es necesaria y como causa sería contingente. Así, la razón del mundo -en tanto que razón de todo mundo- es una evidencia lógica, y su causa -en tanto que causa de este mundo- una oscuridad metafísica. No obstante, hay en toda causa razón de ser, puesto que, si no la hubiera, no se distinguiría la causalidad de la concomitancia. Ergo, procede afirmar que toda causa, luego también la causa del mundo, participa de la razón del mundo; que cuanto más general es la causa, más próxima está a tal razón; y que, en fin, la causa primera es indistinguible de la razón primera, en la medida en que nada puede explicarlas fuera de su propia noción apriorística. Por ende, habida cuenta de que el mundo es verdadero, Dios existe.

viernes, 9 de julio de 2010

La tolerancia política no es herejía; la intolerancia religiosa es apolítica




Todo cuanto deseamos honestamente se reduce a estos tres objetos principales, a saber, entender las cosas por sus primeras causas, dominar las pasiones o adquirir el hábito de la virtud y, finalmente, vivir con seguridad y con un cuerpo sano. Los medios que sirven directamente para el primero y el segundo objetivo y que pueden ser considerados como sus causas próximas y eficientes, residen en la misma naturaleza humana; su adquisición depende, pues, principalmente de nuestro propio poder o de las leyes de la naturaleza humana. Por este motivo, hay que afirmar categóricamente que estos dones no son peculiares de ninguna nación, sino que han sido siempre patrimonio de todo el género humano, a menos que queramos soñar que la naturaleza ha engendrado desde antiguo diversos géneros de hombres. En cambio, los medios que sirven para vivir en seguridad y para conservar el cuerpo, residen principalmente en las cosas externas; percisamente por eso, se llaman bienes de fortuna: porque dependen, sobre todo, del gobierno de las cosas externas, que nosostros desconocemos; y en este sentido, el necio es casi tan feliz o infeliz como el sabio.

Por consiguiente, lo único por lo que se distinguen las naciones entre sí, es por la forma de su sociedad y de las leyes bajo las cuales viven y son gobernadas. Y por lo mismo, la nación hebrea no fue elegida por Dios, antes que las demás, a causa de su inteligencia y de su serenidad de ánimo, sino a causa de su organización social y de la fortuna, gracias a la cual logró formar un Estado y conservarlo durante tantos años. La misma Escritura lo hace constar con toda claridad, ya que basta una lectura superficial para ver claramente que los hebreos sólo superaron a las otras naciones en que dirigieron con éxito todo cuanto se refiere a la seguridad de la vida y en que lograron vencer grandes peligros, gracias, sobre todo, al auxilio externo de Dios; en lo demás, fueron iguales a los otros pueblos, y Dios fue igualmente propicio a todos.


Spinoza (1670)

* * *

Otro indicio de lo que decimos es la tolerancia religiosa, llamada por otro nombre teológica, por la cual todas las doctrinas, aun cuando sean contrarias entre sí, son tenidas por igualmente buenas y capaces de conducir a la salvacion, sin que pueda condenarse ninguna por falsa; de donde proviene la máxima de que cada cual puede salvarse en su propia Religión. Ahora bien, ¿cuál es la raíz, el fundamento de tan torpe y asqueroso indiferentismo, sino el desaliento, la fluctuación, la duda acerca de la verdad absoluta de las propias creencias? El que está real e íntimamente convencido de que la fe que profesa es la divina y por consiguiente la única verdadera, por precisión tiene que rechazar con horror toda otra fe que no sea la suya o que la esté opuesta, por falsa; porque la verdad es una e indivisible. Repugna, es absurdo segun los principios de la sana lógica, el que dos o mas Religiones contradictorias puedan a la vez ser verdaderas; y si lo es la una, las otras indispensablemente han de ser falsas. Por esto es precisamente que el católico tiene por completamente falsas cuantas Religiones, cuantas creencias existen diversas de la fe que él venera como divina, esto es, como revelada por Dios y propuesta por una autoridad infalible, cual lo es para él la Iglesia. De aquí es que injustamente se le echa en cara la nota de intolerante; he dicho "injustamente" porque está en la naturaleza de la cosa, que el que por fe cree que sus opiniones religiosas son las verdaderas, debe condenar por falso cuanto se opone a ellas, so pena de ser no solo impío sino también inconsecuente y alógico.

(...)

Por lo demás, siendo esta máxima tan espantosa y terrible: "Fuera dela Iglesia no hay salvación", de la mayor importancia, y entendiéndola mal muchísimos de entre los protestantes y aplicándola otros un sentido odioso que no tiene, para poder de este modo acusar a la Iglesia católica que la profesa y la ha consignado en su símbolo, no será fuera de propósito el declarar su verdadero sentido, para quitar así de en medio la confusión de que quisieran rodearla.

Ante todas cosas es menester distinguir la intolerancia religiosa de la política y civil. La primera es la que profesa la Iglesia católica, por las razones que antes hemos aducido, mas no la segunda; de suerte que si las actuales circunstancias de la sociedad, la paz y la tranquilidad pública exigen la pacífica profesión de un culto diverso del suyo y del cual una nación cualquiera está ya en posesión, la Religión, o sea la Iglesia católica, no se opone a esto; lo que está sucediendo en Francia, en Austria y en aquella parte de la Alemania en que el Catolicismo es la Religion dominante, lo prueba hasta la evidencia. En segundo lugar, es preciso no confundir la intolerancia religiosa con el odio; y así es, que mientras la Iglesia se manifiesta intolerante con el error y con la herejía en abstracto, demuestra el mayor aprecio, amor, caridad y compasión hacia el que anda errado en concreto. Sus amenazas, los castigos mismos y las penas que impone, cuando pueden servir para la corrección y arrepentimiento del descarriado, nacen de su amor. Ella ruega, gime, suspira y cual madre solícita procura por todos los medios tener a raya a los hijos que se desvían y corren a su perdición. Así en Dios como en la Iglesia, que es viva imágen suya en la tierra, la verdad y la caridad se identifican y forman una sola cosa. La Iglesia no sabe castigar al pecador, sino invitándole a que se arrepienta. Si en este particular hubo en los tiempos pasados algun exceso, estuvo este en la Iglesia mas no fue de la Iglesia.

Hechas estas distinciones, adelantemos un paso más y declaremos el verdadero sentido de la máxima que nos ocupa. ¿Preténdese acaso significar con ella, que todo el que muera fuera de la comunión exterior de la Iglesia católica, se condena por este solo hecho? No por cierto; jamás el Catolicismo la ha entendido en tal sentido; antes bien su doctrina en este punto es contraria; pues no sólo enseña que la infidelidad negativa no es pecado ni hace al sujeto culpable delante de Dios, sino que ha anatematizado a los que quisieron defender y propalar la opinion opuesta. Ahora bien, la herejía, según la doctrina católica, es una especie de infidelidad y se reduce a esta como a su género. Si, pues, la infidelidad negativa, o la ignorancia invencible de la verdadera fe no es pecado, no hace culpable delante de Dios, ni por consiguiente es digno de pena o de castigo el que es infiel de esta manera; dedúcese de ahí, que tampoco es culpable el hereje material, esto es, el que de buena fe y por ignorancia invencible forma parte de una secta cualquiera; y que por lo mismo no merece pena ninguna. Afirmar lo contrario es oponerse á la doctrina de la Iglesia. Añádase a esto que es tambien doctrina católica el que todos los que pertenecen al alma de la Iglesia, o sea a su vida interior, aun cuando estén fuera de su cuerpo o comunión exterior, no por esto dejan de ser católicos y de ser contados en el número de ellos y gozar de sus mismas condiciones, en una palabra, no son menos por esto hijos de la Iglesia; y como quiera que los que sin culpa suya se hallan fuera del cuerpo de la Iglesia, a pesar de esto la pertenecen en cuanto al alma, de aquí es que pueden salvarse como lo pueden los que se encuentran en su comunión exterior.

¿A qué viene, pues, a reducirse la formidable máxima: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", que excitó y excita aun en muchos la ira y el despecho? En términos los más sencillos, se refunde en esta fórmula: "Todo el que muere en pecado mortal se condena"; o bien en esta otra: "El que vive voluntariamente en estado de pecado mortal y no se arrepiente antes de morir, está fuera del camino de la salvación". ¿Hay algo de reprensible en esta máxima? ¿Cuál es el protestante que no la sigue, no la enseña, no la profesa? No siendo ateo o incrédulo, es preciso admitirla. Pues bien, no es otra la doctrina católica.

Giovanni Perrone (1853)

La utopía platónica




Si Platón viviera todavía y quisiera que yo le examinase, o si durante su vida le hubiera preguntado uno de sus discípulos sobre aquella parte tan elevada y sublime de su doctrina, en que enseña que la verdad es una cosa a donde no pueden alcanzar los ojos corporales, y que solamente se ve con un espíritu purificado; que la felicidad así como la perfección de nuestras almas consiste en adherirse a esta verdad eterna; que nada nos aparta más de ella que el amor de los deleites y las imágenes engañosas, que nos transmiten las cosas que hieren nuestros sentidos, y vienen a ser el manantial de infinitos errores e ilusiones; que es menester purificar nuestro espíritu para hacerle capaz de ver aquella forma primitiva y aquel modelo inimitable de todas las cosas, aquella belleza eterna que es siempre igual y siempre semejante a sí misma, que no tiene extensión en el espacio, ni está sujeta a las vicisitudes del tiempo, sino que siempre es la misma, y sin embargo es tan poco conocida de los hombres, que hasta creen que no es nada, aunque sólo ella existe verdadera y soberanamente, porque todas las demás cosas no hacen más que nacer y morir, pasar y deslizarse, y el poco ser que tienen lo han recibido de aquel ser eterno a quien llamamos DIOS que las ha producido por su verdad; que de todas las sustancias que ha criado, el alma racional e inteligente es la única que ha hecho capaz de gozar de la contemplación de su eternidad, y de recibir impresiones que hermoseándola y perfeccionándola la hacen merecer la vida eterna; pero que cuando el alma se deja llevar de las cosas pasajeras, y se entrega a sus sentidos y a todas las sujeciones inseparables de esta vida mortal, se ciega y debilita hasta creer que es una burla decir que hay una cosa muy real que no pueden alcanzar los ojos del cuerpo, ni los fantasmas de la imaginación, y que no puede verse sino por la pura inteligencia.

Si este discípulo de Platón, digo, le hubiera preguntado qué diría de un hombre que consiguiese establecer una doctrina tan elevada en todo el mundo, de suerte que aquellos mismos que no son capaces de comprender lo que ella nos propone, no dejasen de creerlo, y que los que tuviesen bastante energía de alma para desprenderse de los errores y opiniones falsas del vulgo, llegasen también a comprenderlo; si este hombre no le parecería infinitamente superior a los demás, y no le juzgaría digno de los honores que se tributan a la divinidad. Sin duda que Platón hubiera respondido que no era posible que un hombre hiciese tal mudanza en el mundo, a no ser que Dios mismo por un milagro de su sabiduría y omnipotencia le hubiese sacado de la condición ordinaria de los otros hombres para unírsele íntimamente, le hubiese iluminado desde la cuna no con instrucciones como las que los hombres son capaces de dar, sino con una efusión íntima de las luces más vivas de la verdad, y le hubiese enriquecido con tantas gracias, fortalecido con tanto vigor, y elevado a tan alto punto de majestad y excelencia, que despreciando todo lo que buscan los hombres en su depravación, exponiéndose a todo lo que les causa más horror, y haciendo a su vista lo que es más capaz de causarles admiración, los atrajese a aquella fe tan santa y saludable, tanto con el incentivo del amor como con el peso de la autoridad.

En vano sería consultarle en cuanto a los honores que deberían tributarse a tal hombre, porque cada cual sabe muy bien que deberían rendirse a la sabiduría misma de Dios; y que como ésta habitaría en aquel hombre, y obrando por él haría entrar a los mortales en el camino de la verdadera salud, es indudable que merecería honores particularísimos y superiores a todos los que puedan tributarse a los hombres.

Si todas estas maravillas se han realizado ya; si los escritos y demás monumentos que conservan su memoria las han hecho ya célebres en toda la tierra; (...) si para restituir la fuerza y la salud a nuestras almas y hacerlas capaces no solamente de sostener el brillo de estas grandes verdades, sino de comprenderlas, abrazarlas, amarlas y alimentarse con ellas se dice a los avaros: "No amontonéis tesoros sobre la tierra donde los consume el orín y los gusanos, y donde cavan los ladrones y los roban; amontonadlos en el cielo, donde ni los consumen el orín y los gusanos, ni cavan los ladrones y los roban"; a los voluptuosos: "El que siembra en la carne, recogerá la corrupción de la carne; el que siembra en el espíritu, recogerá del espíritu la vida eterna"; a los orgullosos: "El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado"; a los vengativos: "Si recibís un bofetón, presentad la otra mejila"; y a todos los que por su aspereza y animosidades rompen la unión que debe existir entre los hombres: "Amad a vuestros enemigos, etc."; si estas lecciones divinas se dan todos los días a los pueblos en toda la tierra; si las reciben con respeto y amor; si a pesar del esfuerzo de las potestades que han derramado la sangre de tantos mártires, y los hogueras y otros suplicios en que han perecido, se van multiplicando diariamente las iglesias hasta entre las naciones más bárbaras; (...) si en las ciudades, en el campo, en los pueblos, en las aldeas y en las casas particulares se ven infinitas personas que procuran apartar su corazón de todas las cosas pasajeras para convertirle enteramente hacia el solo Dios verdadero; y si los hombres de casi todas las partes del mundo responden hoy a una voz a los pastores que los exhortan, que tienen el corazón elevado hacia el Señor, ¿cómo se encuentran todavía hombres que pueden continuar inficionados del más leve residuo de la antigua levadura?


San Agustín

domingo, 4 de julio de 2010

Ockham, los presocráticos y San Anselmo




El axioma "de la nada nada sale" no es lógicamente demostrable, pero sí apagógicamente, pues su negación conduce a consecuencias ilógicas, como que algo existente pueda tener las mismas razones para existir que para no existir. Quien opine que el planteamiento es impertinente prejuzgará que el conjunto de lo que existe posee igualdad de rango en el orden de la existencia. Esto es a todas luces falso. Nadie duda que lo anterior da lugar a lo posterior y lo simple a lo complejo. Mi padre tuvo más razones para existir que yo, es decir, necesitó menos razones para lograrlo, puesto que las mías presuponen las suyas, mas no a la inversa. A su vez, el hidrógeno gozó de prioridad de existencia respecto al agua, que es un compuesto entre éste y el oxígeno. Con todo, la razón primera de la existencia nos resulta desconocida -esto es, la preferencia del ser sobre la nada- y o bien la atribuimos a una causa final inmutable (la voluntad de Dios), o bien negamos que quepa una posibilidad al ser para no ser, declarándolo necesario (la eternidad del universo). Sin embargo, esto último requiere una prueba lógica de la que carecemos, la que demuestre el absurdo de concebir un universo contingente, por lo que optar por lo primero en ausencia de la misma parece lo más racional.

Aceptada la ley metafísica por la cual cuantas menos razones se necesiten para existir, más razones se tienen para existir, deducimos que los elementos más simples y antiguos reúnen las máximas probabilidades de llegar a ser. Esta probabilidad se convierte en certeza absoluta respecto al ser más simple y antiguo concebible, a saber, el espíritu puro y eterno: Dios.

viernes, 2 de julio de 2010

Todo está bien si no hay Bien




Ya expuse en otra parte cuál era, según mi interpretación, la deducción metafísica de la tesis del mejor de los mundos a partir del PRS:

1) Todo existe por una razón (según el axioma: ex nihilo nihil fit).

2) Todo lo que existe tiene más razones para existir que para no existir (según 1).

3) No hay diferencia alguna entre existir y seguir existiendo. Ergo, cuantas más razones se necesiten para existir, más se precisarán para continuar existiendo. E converso, cuantas menos razones se necesiten para existir, menos harán falta para seguir existiendo.

4) Los estados de cosas ordenados, siendo racionales en sí, necesitan menos razones externas para seguir existiendo (según 3).

5) Existir es mejor que no existir.

6) Los estados de cosas ordenados tienen más razones para existir (según 2) y para seguir existiendo (según 4) que los desordenados y, por tanto, un mundo regido por el PRS es el mejor de todos los mundos posibles (según 5).


Jesús Zamora (que vuelve sobre el mismo tema) contestó a este argumento atacando su eslabón más débil o menos obvio, esto es, el punto 5. Para él lo mejor es un concepto relativo, vinculado al placer o a la opinión del individuo, mientras que para mí es absoluto, vinculado al número y orden de los fenómenos. El dilema de "o bien el ser es lo mejor, o bien la nada" es rechazado por Jesús al prescindir de una noción unitaria de lo mejor. Mi objeción sería que, en este caso, no cabe hablar de problema del mal. Pues, si el bien pende de las apariencias y del sentir de cada uno, otro tanto habrá que afirmar del mal, que ya no será un problema ontológico, sino cultural o epistemológico. Destruyendo los fundamentos de la solución, pues, decae la seriedad del propio obstáculo y se pierde su fuerza subversiva, por lo que el teólogo ya no se siente interpelado por él. Así, un Dios sabio y bueno no está obligado a crear un universo tal que todos sus seres se sientan felices en él (lo cual sería obrar como un adulador), sino uno en el que deban sentirse felices si son virtuosos.