sábado, 25 de febrero de 2012

Breve-IX


Si hay una eternidad entre el origen del universo y el presente, es imposible que hayamos llegado a día de hoy, pues lo eterno es infinito e intransitable en toda su extensión. Mediando una distancia infinita entre A y B y entre B y C, tan absurdo sería sostener que hemos llegado a B desde A como que hemos llegado a C desde B. Por tanto, no es menos absurdo decir que el presente existe, siendo el pasado infinito, que afirmar que existe un fin temporal del universo, lo que contradice su eternidad "ad futurum".

martes, 21 de febrero de 2012

Breve-VIII




Todo ser necesario es eterno.
El universo no es eterno.
Por tanto, el universo no es necesario.

Todo lo que no es necesario es contingente.
El universo no es necesario.
Por tanto, el universo es contingente.

Todo lo contingente existe por causa de algo distinto a sí mismo.
El universo es contingente.
Por tanto, el universo existe por causa de algo distinto a sí mismo.

Todo lo que no es el universo es o Dios o nada.
El universo existe por causa de algo distinto a sí mismo.
Por tanto, el universo existe por causa de Dios o de nada.

De la nada nada sale.
El universo existe por causa de Dios o de nada.
Por tanto, el universo existe por causa de Dios.

domingo, 12 de febrero de 2012

El precepto viviente




La indeterminación del lugar del hombre en la naturaleza lo convierte en un ser moralmente huérfano, sujeto a perpetuas vacilaciones y extravíos. Legislador de sí mismo, no reconoce fácilmente el deber que le es propio. Ni siquiera al concebir el bien con claridad se siente obligado a realizarlo, pues lo bueno y lo verdadero no tienen todavía la fuerza vinculante de lo debido. Obligarse es atarse a algo superior y, al mismo tiempo, a algo semejante, con el que quepa un vínculo genético y no una mera ligazón imaginaria.

Así, ni el panteísmo ni el platonismo son capaces de alumbrar la idea de deuda. No se debe nada al universo, y nada se debe a lo absoluto inmutable. La vida sólo a la vida se somete; la inteligencia sólo a la inteligencia. La moral clásica es una moral para los buenos, para quienes ya conocen el bien y, por remoto o abrupto que sea, están dispuestos a seguirlo y a perseverar en él. Pero tienen tanto derecho a recriminar a los viciosos su laxitud como éstos a burlarse de su rigor, al no haber ninguna fidelidad común que pueda aunarlos en todas las circunstancias. No hay conversión ni arrepentimiento allí donde al error no han seguido la deslealtad y el fraude, pues errar es humano. Sin embargo, no se puede ser fiel a lo impersonal ni cabe defraudar a lo inerte.

Por otro lado, el amor al prójimo es demasiado débil para ser fundamento de la moral, ya que se basa en la percepción de la similitud entre aquél y nosotros, y no en la idea de autoridad. Es por ello que los malos aborrecerán a los buenos, los fuertes a los débiles y los propios a los extraños. Sólo pactarán entre sí los que deseen obtener alguna ventaja, y ello mientras cumplir el pacto sea más ventajoso que romperlo. Quien se mantenga en la virtud sucumbirá forzosamente ante la falta de escrúpulos de quienes le rodean.

Hasta tal punto es precaria la sociedad de los hombres que se requiere una espada siempre en alto para infundirles miedo al vicio y al exceso. El animal permanece en sus inclinaciones naturales y jamás abandona su equilibrada mediocridad. El hombre, aunque capaz de conocer las realidades superiores, al rechazarlas arriesga su propia conservación, incurre en el olvido de sí y cae por debajo de la bestia, avergonzándose y odiándose, sentimientos desconocidos en el irracional.

He aquí el absurdo: El hombre, siendo la cúspide de la creación, superior al bruto en infinitos grados, es la criatura más corruptible en su propia naturaleza y la menos autónoma respecto a Dios, la que muestra hacia Él una mayor dependencia frente al abismo del mal. Esperaríamos de la máquina mejor acabada y más completa el que pudiera permanecer más tiempo sin su artífice, obrando por su propio mecanismo. En el hombre, en cambio, la necesidad de un Principio Superior es tal que el carecer de él lo conduce a negarse a sí mismo, ya sea afirmándose contra todo el género humano, con lo que queda destruida su noción, ya subordinándose a éste, lo que aniquila su individualidad. Ahora bien, el hombre que se somete a Dios, si es secundado por sus semejantes, puede librarse del dilema de ser tirano o esclavo, de subyugar a la Humanidad o ser doblegado por ella.

No basta con confiar en la virtud si no somos virtuosos, ni con amar al prójimo si éste no es amable. Para acallar las pasiones que nos arrastran a la parcialidad y a la injusticia hemos de convertir a la virtud en nuestro prójimo y al prójimo en nuestra virtud. Amar a Dios como a una persona y a las personas como a Dios.

sábado, 11 de febrero de 2012

Ser ateo


Considerar que el universo puede explicarse por sí mismo, o no puede explicarse en absoluto; que sólo hay naturaleza y que ésta es o eterna o autogenerada; que todo lo que existe sólo podía existir de esta manera y que no persigue ningún fin particular o general; que la realidad es reducible a movimiento y figura; que no hay una causa primera ni un fundamento último de las cosas; que se dan excepciones a la causalidad; que la moral es consuetudinaria y varía según el tiempo, el lugar y la perspectiva que adoptemos; que la religión nace de la ignorancia y el miedo y es un mal para el hombre; que la noción de Dios es o superflua o absurda o gratuita; que de lo que observamos se sigue que no hay providencia, o que ésta no se cuida de nosotros; que cualquier revelación es imposible y, por consiguiente, falsa.

domingo, 5 de febrero de 2012

Del desigual reparto de los bienes


Pertenecía a la Providencia el enseñar a los hombres la virtud, que es el único camino por donde se llega a la verdadera bienaventuranza. Ahora, el mayor estorbo para quien va por este camino son los envites que, a cada paso, le hacen los bienes de la tierra, para detenerle. Pues, ¿con qué medio se podía mostrar más claramente la vanidad de tan falsos bienes, que con comunicárselos también a los impíos? ¿Podía caer en el pensamiento que éste era el pan preparado para los hijos, viéndole echar a todo pasto a los perros? Era muy natural inferir que lo que concede Dios aun a los blasfemadores de su gran Nombre, a los perjuros, a los sacrílegos, no era la paga que ha destinado para galardonar los obsequios de sus queridos. Estos años atrás, habiéndose introducido en Vitemberga una moda nueva, desagradable a su Príncipe, ¿qué hizo? La dio para que la usase el verdugo, y con este hecho la quitó luego todo el séquito. Un arte semejantísima de gobierno tiene la Providencia divina. Para quitarnos la afición a los bienes caducos de la tierra, los infama, guarneciendo con ellos aun a los malos: “De ningún modo puede Dios desacreditar más las cosas que se desean que concediéndoselas a los torpísimos y quitándoselas a los óptimos”, dijo muy sabiamente Séneca.

Añadid que los malos mismos tienen en sus costumbres frecuentísimamente algo que sea laudable, no hallándose con facilidad acá arriba maldad del todo pura, como la hay allá abajo entre los diablos y entre los condenados. La víbora no es venenosa en todas sus partes; antes acompaña tanto sanativo con el tósigo, que puede tener un honradísimo puesto en la composición de los medicamentos. Aquel rico, a quien vosotros quisierais luego en lo hondo, porque roba la hacienda ajena, por ventura suministra cortés a más de un necesitado su patrimonio. Aquel lascivo sabe perdonar a la fama del prójimo, si no sabe perdonar a la castidad. Aquel hablador sabe abstenerse de las blasfemias en la ira, si no se sabe refrenar de las murmuraciones. Alguno hizo traición al amigo, mas juntamente fue fidelísimo a su consorte. Como puntualmente se refiere, que los romanos, entre tantos hurtos violentos como hicieron, amaron la fortaleza, los godos la honestidad, los vándalos la religión, los hunos el rigor, los turcos la obediencia a sus soberanos. Y así haced cuenta que si es difícil hallar enfermo tan desesperado que entre sus muchas malas señales de muerte no dé alguna buena de vida, no es menos dificultoso el encontrar un inicuo tan díscolo. Ahora, a Dios le pertenece el no dejar sin premio acción alguna, que de algún modo sea recta. Y por eso, como es superficial la virtud de estos, así también se galardona con una felicidad que no tiene fondo, como es la de esta vida. Y con esto viene la Providencia a manifestar más cuánto se complace de la virtud, pues la ama hasta pintada.


Segneri