viernes, 24 de agosto de 2012

Sacrificio vicario





En términos morales el hombre es un culpable absoluto, pues yerra por su propia iniciativa, sin que nadie le enseñe, y lo hace a sabiendas de su error, hallando en él satisfacción. Desafío a cualquiera a encontrar a un solo ser humano con uso de razón que sea ajeno a estas pasiones o esté permanentemente por encima de ellas. Por tanto, siendo el hombre culpable en su totalidad, se sigue que el hombre no puede perdonar al hombre. Debe perdonarlo Dios. Ahora bien, perdonarlo sin humillarlo sería injusto, porque quien yerra merece ser humillado. Así, puesto que el hombre no quiso humillarse por sí mismo, se humilló Dios al asumir la humanidad y avergonzó al hombre cargando con sus vergüenzas.

jueves, 23 de agosto de 2012

Si debe combatirse al injusto con injusticia







Dado que no son acciones de la misma persona, sino de personas distintas, y el bueno no es igual que el malvado, ¿cuál asignaremos a cada cuál? ¿Cometer injusticia al malvado y sufrirla al bueno? ¿O cometerla al malvado y sufrirla no está claro a quién de los dos? Veámoslo así. La injusticia es la sustracción del bien, y el bien, ¿qué puede ser sino la virtud? Pero la virtud es algo inalienable. Así pues, no sufrirá injusticia quien esté en posesión de la virtud, o bien la injusticia no era la sustracción del bien. Nada que sea un bien puede sustraerse, arrebatarse, quitarse o saquearse. Sea: el hombre bueno no sufre injusticia ni a manos del bueno ni a manos del malvado, pues no se le puede quitar su virtud. Queda, pues, que o bien nadie sufre injusticia en absoluto o bien el malvado la sufre de un semejante. Pero el malvado en nada participa del bien, y la injusticia era la sustracción del bien: quien no posee nada que se le pueda sustraer tampoco tiene nada en lo que sufrir injusticia. 
En consecuencia, tal vez no se define la injusticia en función de la sustracción de quien la sufre, sino de la intención de quien la comete. Y el malvado sufre injusticia del malvado, por más que carezca del bien, y el bueno del malvado, por más que su bien sea inalienable. Acepto el argumento que asigna la injusticia al que tiene una intención equivocada más que al éxito de la acción; pues, ciertamente, la ley castiga como adúltero no sólo al que lo comete, sino también al que lo pretende, y como ladrón perforador de muros al que lo intenta, aunque no lo consiga, y como traidor al que va a hacerlo, aunque finalmente no lo lleve a cabo. Y de este modo llegará el argumento en su totalidad donde debe: el bueno ni comete injusticia ni la sufre: no la comete por voluntad propia y no la sufre por su virtud. El hombre malvado comete injusticia, pero no la sufre: la comete por vileza, pero no la sufre por ausencia del bien. Más aún, si sólo la virtud es un bien y no otra cosa, el hombre malvado, que no posee la virtud, tampoco tiene en qué sufrir injusticia. Pero si, además de la virtud, también son bienes los del cuerpo, la fortuna externa y sus adláteres, en ausencia de la virtud es preferible que falten también éstos a que no. De modo que ni siquiera así sufriría injusticia el malvado, privado de algo de lo que hace mal uso. Por lo tanto, comete injusticia, pero no la sufre, desde el momento en que hemos asignado lo injusto a la intención. 
Así hablaré ahora de los perversos. El malvado quiere cometer injusticia, pero no es capaz. Pero, como quiere, la proyecta hacia un semejante o hacia alguien mejor. ¿Y qué habrá de hacer quien es mejor? ¿Responder al malvado con otra injusticia? Pero éste no tiene en qué sufrir injusticia, pues es malvado por la ausencia de bien. De modo que el hombre inteligente no devolverá la injusticia al malvado ni de hecho, pues no tiene en qué sufrir injusticia, ni en su intención, pues, como es bueno, no quiere cometer injusticia, no más que el flautista tocar la flauta desafinadamente.

Máximo de Tiro