viernes, 30 de noviembre de 2012

El sofista Glaucón: Que nadie es bueno de buen grado, sino por miedo o interés



Para darnos mejor cuenta de cómo los buenos lo son contra su voluntad, porque no pueden ser malos, bastará con imaginar que hacemos lo siguiente; demos a todos, justos e injustos, licencia para hacer lo que se les antoje y después sigámosles para ver adónde llevan a cada cual sus apetitos. Entonces sorprenderemos en flagrante al justo recorriendo los mismos caminos que el injusto, impulsado por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad. Esta licencia de que yo hablo podrían llegar a gozarla, mejor que de ningún otro modo, si se les dotase de un poder como el que cuentan tuvo en tiempos el antepasado del lidio Giges. Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abrióse la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo descendió por la hendidura y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y salióse. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; e inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que habían de informar al rey; llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino. Pues bien, si hubiera dos sortijas como aquélla de las cuales llevase una puesta el justo y otro el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, cuando nada le impedía dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo alguno cuanto quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien se le antojara, matar o libertar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales. En nada diferirían, pues, los comportamientos del uno y del otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he ahí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia, la comete. Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. «Y tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es más: si hubiese quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo; aunque no por ello dejarían de ensalzarle en sus conversaciones, ocultándose así mutuamente sus sentimientos por temor de ser cada cual objeto de alguna injusticia. Esto es lo que yo tenía que decir.

Platón

lunes, 26 de noviembre de 2012

El bien en el mal




Son de Fontenelle esta anécdota y su conclusión:

¿No habéis oído hablar de un pintor que había pintado tan bien un racimo, que los pájaros se confundieron y fueron a picotearlo? Imagínese la fama que le dieron. Pero los racimos eran llevados en el cuadro por un campesino y decían al pintor que en verdad el pequeño campesino estaba tan mal hecho que los pájaros no le tenían miedo. Tenían razón. Sin embargo, si el pintor no se hubiera olvidado del pequeño campesino, los racimos no hubieran tenido tan prodigioso éxito como tuvieron. 
De verdad que, se haga lo que se haga en el mundo, no se sabe lo que se hace, y después de la anécdota de este pintor, debemos temblar incluso en los asuntos en los que se actúa bien y temer no haber cometido una falta que hubiera sido necesaria. Todo es incierto. Parece como si la Fortuna tuviera cuidado en dar éxitos diferentes a las mismas cosas con el fin de mofarse siempre de la razón humana, que no puede tener reglas seguras.

Así, si el campesino hubiera sido perfectamente representado, causando la misma credibilidad en los pájaros que provocaban los racimos, no se habría percibido el efecto del engaño suscitado por éstos, ya que las aves se habrían cuidado mucho de acercarse al cuadro. Por tanto, un defecto de una parte contribuyó a la gloria del conjunto.

Se dirá que el pintor pudo haber evitado pintar al campesino, ya fuera bien o mal. Pero ¿pudo Dios pintar al hombre sin libertad para pecar, obligado a la virtud, y no pintarse a sí mismo?

El mal puede ser necesario para un bien mayor, pues no hay ley alguna -física o moral- que establezca que del bien se sigue siempre el bien y del mal el mal siempre. Por otro lado, unos hombres forzosamente virtuosos que no hayan sido probados por la tentación, o que resulten invulnerables a la misma, no son hombres, ni siquiera ángeles: son Dios.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cranach






Mientras hurtaba la miel del panal el niño Cupido
Quedó un dedo rapaz punzado de una abeja al aguijón.
Así también el placer, breve y perecedero, 
Hiérenos con pesar y dolor entrelazados por cuanto deseamos.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Idem non mutatur per seipsum




Nadie puede ser a un tiempo agente y paciente de sus propios actos, hacer y ser hecho, refutar y ser refutado. Por ello, la naturaleza, si es siempre móvil, no puede ser el único motor.

"La naturaleza -escribe d'Holbach- es un taller inmenso que fabrica los instrumentos de los que se sirve". Es decir, es el fabricar antes que lo fabricado, el colorear antes que el color, el mover antes que el móvil.

Ser agente y paciente a un tiempo es un absurdo, como un pincel que se pinta o unas fauces que se devoran. Así, nadie puede ser objeto de sí mismo en idéntico grado en que es sujeto. No puedo aleccionarme ni abrazarme sin contradicción, pues ¿cómo me proveeré de una sabiduría que no tengo o rodearé mis brazos con mis brazos? Tal repugna a la lógica. Por el mismo motivo, la naturaleza no puede ponerse en movimiento por sí sola, porque para empezar a obrar necesita un objeto heterogéneo. Y puesto que sólo hay naturaleza en la naturaleza, tal objeto no existe. De donde se sigue que, si la naturaleza es el objeto, no puede ser el sujeto.

No es menos incomprensible el moverse a sí mismo que el crearse a sí mismo. Si me muevo a mí mismo, altero mi estado. Pero para alterar mi estado como paciente, antes tuve que alterarlo como agente. Es decir, tuve que ser algo antes de serlo y hacer algo antes de hacerlo.

Decir que una parte de la naturaleza mueve a otra no equivale a afirmar que la naturaleza es semoviente. La extrapolación es errónea, al proceder de las partes al todo. Por tanto, o se mueve sin causa y sin explicación posible (lo que es evitar un absurdo para caer en otro), o la mueve algo extraño a la naturaleza.

Niego, en suma, que exista algo así como una causa de sí mismo (causa sui), no sólo en el sentido radical de autogenerarse, sino también en el relativo de autoimpulsarse. Otro tanto vale para ser fin de uno mismo. La inmanencia es inconcebible, pues todo obedece a causas externas, ya sean eficientes o finales.

Así pues, la naturaleza, si fuera un sujeto, sería autocontradictorio. Podría afirmarse a la vez que mata y le dan muerte, que pare y es parida. Luego no es un sujeto. Si no es un sujeto, evidentemente no puede ser verdadera ninguna proposición en que la naturaleza aparezca como tal. Y, por tanto, es falsa la proposición la naturaleza se mueve a sí misma. Ergo, tertium non datur, es verdadera la proposición la naturaleza es movida, si por tal movimiento entendemos el de la creación, esto es, el paso del no ser al ser.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Ínterin




Si los hombres se ordenan y reúnen en sociedad, es a la religión a quien se lo deben. El ateísmo los volvería salvajes y embrutecidos, como son todos los pueblos en los que no se ha reconocido ningún signo externo de religión. El sofisma continuo de los incrédulos es suponer que si no hubiera religión alguna en la tierra, los hombres no dejarían por ello de ser sociables, ordenados, instruidos, civilizados, como lo son ellos; y esta suposición es absurda. Si la religión fuera aniquilada de golpe, los pueblos sin duda conservarían durante cierto tiempo las ideas sociales, los principios de virtud, las leyes que la religión les ha dado. Pero nosotros sostenemos que todos sus móviles se debilitarían de día en día, y serían pronto destruidos por completo; que los hombres recaerían poco a poco en el estado de barbarie, de ignorancia y de estupidez de donde la religión los había sacado. Una vez que la causa deja de ser, el efecto no puede subsistir.

Bergier