domingo, 18 de marzo de 2007

Entre el autómata y la bestia


La omisión del deber o el incumplimiento de una promesa causan en mayor o menor medida un daño a nuestros semejantes. Por exiguo y escasamente culposo que éste sea, pesa sobre nuestras consciencias como un error. Existen distintas formas de saldarlo. La primera es restituir al ofendido, confesándole nuestra falta. La segunda -cuando la primera sea imposible o desproporcionadamente indecorosa- es la retractación íntima y la renuncia al beneficio. La tercera, en fin, ya a salvo de las normas y de la moral interior, es chasquear los dedos y repetirse el infame refrán castellano:

Ladrón que roba a otro ladrón, cien años tiene de perdón.

Hacerle mal a un malo no puede ser tan grave, si los hombres hemos nacido para herirnos.

En una moral anárquica puede ocurrir casi cualquier cosa, pero aquí el descreído no tiene más remedio que escoger: o en la retractación íntima se apela al perdón de uno mismo (autodisculpa), o se apela al perdón de Dios. Si es al perdón de uno mismo, se está llamando impropiamente "perdón" al simple consuelo, ya que quien debe perdonar es el ofendido o la autoridad en su nombre. Si es al perdón de Dios, se rechaza el ateísmo que se dice profesar.

Ahora bien, visto esto, el ateo sólo puede optar por el primer compromiso (en virtud de un mandato formal autónomo e imprescriptible) o por el tercero, el coloide kármico. No en vano el imperativo categórico es la deuda infinita y exige una restitución total en cualquier caso. Ni una sola mentira, ni un solo silencio quedan, pues, justificados ante esa espartana regla de conducta.

Tremenda disyuntiva: un ateo con sentido del deber es un rigorista que no admite excepciones ni mitigaciones a sus yerros, luego tampoco a los de los demás. Por otro lado, un ateo sin él es un bárbaro y un criminal al acecho. Pero los dos son ateos. Se concluye que ser ateo no es nada que vincule a la moralidad.

Que siga la farsa.

06 Le Bourgeois Ge...

10 comentarios:

  1. ¿Se puede saldar un pecado? ¡No! Eso es un mito. Si cogemos a alguien y, durante semanas, lo torturamos, jamás se podrá solventar la falta.

    Los teístas fueron los primeros -ponga en cuarentena lo de que fueron los primero- flower power de la historia.

    ¡El universo no pierde información!

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  2. ¿Por qué no, tumbaíto? Tan metafísica es la ofensa como el perdón.

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  3. El perdón no añade nada. Por mucho que el torturado perdone a los torturadores la descargas eléctricas no dejaran de producir el sufrimiento que produjeron.

    El perdón es una humillación más. Es una forma en que una persona digna pero vejada se convierte en un sumiso.

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  4. La ofensa tampoco añade nada, entonces. Una vez sufrido el mal, enfadarse es de tontos.

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  5. ¡Sí que añade! ¡La ofensa del torturado añade al mundo sus espasmos, sus lágrimas y sus padecimientos!

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  6. Y el perdón su magnanimidad y satisfacción moral. Es cierto que no todos pueden perdonar, como cierto es que no todos logran ofenderse.

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  7. Imagínese que fulanito roba a menganito. Cabe reproche sobre esa acción, ¿no? Pues... Que ocurriría sí alguien dijese: ¡No! ¡No le reprochen su robo porque su robo aporta tictutididad al robado y la tictutididad es un bien más preciado que su bolso!

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  8. Que una violada perdone a su violador es una aberración insoportable.

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  9. tumbaito estoy con iriche, el perdon es la unica fuerza que puede modificar los tres estados del tiempo.
    Ademas no se trata de perdonar y ya está, o de pedir perdon, en muchas ocasiones ademas se ha de compensar al ofendido.

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  10. tumbaito usted tambien ha cometido errores y pecados y los comete, se imagina que le pagaran a usted por el mal que ha hecho?

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Propter Sion non tacebis