Probablemente muchas mujeres -y hasta hombres- estarán de acuerdo con esta frase, que no es de mi inventiva, pues la escuché hace tiempo en una película romántica, y hoy veo que resume a la perfección la dinámica de sexos. En ella se viene a decir:
"El hombre aprende a amar a la mujer que desea; la mujer aprende a desear al hombre que ama".
Uno piensa, tras una primera ojeada, que la mujer sale ganando en el reparto que se hace y que el hombre se lleva el peor pedazo. Pero advertid que, incluso en su carácter ingenuamente partidista, la sentencia se limita a confirmar mi hipótesis.
En efecto, el hombre empieza deseando, desde la sensibilidad concreta, a aquella que más o menos pronto puede convertirse en su paradigma. Así, el predominio del deseo inmediato es propio del varón, incapaz, por ejemplo, de masturbarse impersonalmente, como hace la mujer, que no necesita a seres concretos para excitar su líbido, sino sólo roles que la comprendan en el papel de protagonista deseada. Y de ahí que aquél tenga que acudir a la pornografía (representación concreta) con muchísima más frecuencia, mientras que ésta es capaz de forma natural de sexualizarlo absolutamente todo.
La mujer, a su vez, empieza amando, sí, pero no al hombre: ama al paradigma. A medida que avanza en su "amor", descubre al ser concreto que hay en él; ahora bien, no para amarlo, sino para desearlo. Cautivada por el poder universal del príncipe azul, que podrían desempeñar infinitos machos más en el mismo instante (de donde se sigue su natural promiscuidad, que sólo se da en el hombre en el período de no-enamoramiento), la mujer busca que este "modelo encarnado" le llene la vagina: sólo así le será fiel. El género femenino, entonces, se hace dependiente de su pareja por el sexo o las expectativas de sexo que le ofrezca, y por nada más. En el resto de casos es exclusivamente fiel al paradigma. O lo que es lo mismo: es fiel a todo el que pueda interpretarlo.
La argumentación es brillante, pero la premisa es falsa.
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