Separarse del mundo no es desertar de él. La religión, no menos que la política, pretende el gobierno de las almas. Ahora bien, si el mando de los hombres sólo quiere subyugar voluntades, el de Dios aspira a transformarlas más allá de todo condicionamiento previo.
Que la familia no sea un obstáculo en la fe, como no lo fue para Abraham. Este precepto resulta afrentoso para el pueblo judío, que proclama el respeto a los padres entre sus mandamientos más sagrados; o para los gentiles, que divinizan a sus manes. Pero es la esencia de la fidelidad la que determina tan radical proceder: despreciar las ataduras de la carne, las añoranzas mundanas.
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Propter Sion non tacebis