Todo hombre por sí mismo, como individuo, debe rendir cuentas ante Dios. Ningún tercero osará interponerse en este examen entre Dios y el individuo. Sin embargo este diálogo, al poner la cuestión sobre el tapete, osa y ha de osar a recordarle al hombre, de un modo inolvidable, que la más desastrosa de todas las evasiones consiste en esconderse en la multitud en un intento de escapar al escrutinio al que Dios lo somete en tanto que individuo. Tiempo atrás, Adán intentó esto mismo cuando su mala conciencia lo condujo a imaginar que podía esconderse entre los árboles. Puede que sea incluso más fácil y práctico, y más cobarde, el esconderse entre la multitud en la esperanza de que Dios no será capaz de distinguirnos al uno del otro. Pero en la eternidad cada uno deberá rendir cuentas como individuo. Esto es, la eternidad exigirá de él aquello que debería haber vivido como individuo. La eternidad representará ante su conciencia todo lo que ha hecho como individuo a quien se haya olvidado a sí mismo en el fatuo bullicio. En la eternidad se le pedirá que rinda cuentas estrictamente como individuo a quien haya intentado permanecer en la multitud, donde no era posible una estimación tan precisa. Cada uno deberá rendir cuentas ante Dios como individuo. El rey deberá rendirlas como individuo; y el más despreciable de los mendigos, como individuo. Nadie puede jactarse de ser más que un individuo, y nadie piensa en su abatimiento que no sea un individuo, puesto que tal vez en sus asuntos mundanos no se hizo con un nombre, sino que fue reputado como un colectivo.
Kierkegaard
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Propter Sion non tacebis