Las primeras décadas del siglo XXI serán registradas por los historiadores de la cultura como aquellas que vieron al darwinismo competir con las demás opciones religiosas, fracasando estrepitosamente en su empeño. Al amigo Richard, epígono exótico del positivismo, le dedicarán un párrafo y medio; quizá alguna foto en miniatura en la que aparecerá indefectiblemente cabreado. Pandarwinismo puede que lo llamen. Todo lo concerniente al espíritu tenía que explicarse según Darwin: lo alto y lo bajo, lo pequeño y lo grande. O eso o tierra quemada para el escéptico.
Los desafíos adolescentes no duran mucho, sin embargo. Son estertores en los que la incertidumbre y la angustia toman la apariencia castrense del orgullo. Recuérdese la diosa razón de los jacobinos o las almas predestinadas de los calvinistas, que hoy mueven a risa. ¡Ah, qué ridículos os veréis cuando la vorágine pase y os hayáis cansado de dar mandobles al aire! No se hará esperar el día en el que la inteligencia de mi generación se medirá por la prontitud de sus individuos a la hora de desertar vuestro bando.
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Propter Sion non tacebis