Es cierto que dos milenios de historia dan para muchas incongruencias. Pero el Islam no tiene ningún Lorenzo Valla que denuncie vigorosamente las ambiciones temporales de los clérigos, ningún Erasmo que denoste las guerras de religión, ni ningún Bernardo de Claraval que señale al Papa los límites y fines de su potestad. A la vista está que la violencia y la devoción no son contradictorias allí donde su alianza no suscita una repulsa duradera y una oposición consistente.
Por otro lado, el poder secular requiere ahora y siempre de algún principio legitimador. El religioso fue el más apropiado en la era preconstitucional, remitiendo a elementos morales conocidos por todos, invariables por su sanción e inviolables por su intangibilidad. Tanto fue así que el acatamiento de los mismos condicionaba el ejercicio de la soberanía bajo la fórmula de modestia "por la gracia de Dios", que hoy los necios tienen por arrogante.
Acabar con el hereje, finalmente, resultó de la razón de Estado, no de lo que dictaba el Evangelio. Acepta esta consecuencia, pues te doy la razón en parte: el cristianismo también ha sido efecto de la historia y no sólo causa. En su complicidad con los príncipes para el mantenimiento del orden público, por ejemplo. No porque esos príncipes se viesen obligados a obedecer a la Iglesia, sino porque para perseverar en sí todo cuerpo político requiere de una continuidad y una homogeneidad que el libre examen no es capaz de dar (salvo bajo el fraudulento "cuius regio, eius religio"). Tampoco las revoluciones con sus turbas, como lo prueba el hecho de que todas requieran ser templadas por una dictadura que consolide los logros pagados a precio de sangre.
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Propter Sion non tacebis