Cuando el ateo tome consciencia de que su apuesta es tan metafísica como la contraria adquirirá la mayoría de edad filosófica. Entretanto puede seguir acusando a Dios de ser un "dios de las brechas", sin confesar que el ateísmo está instalado en las mismas grietas del conocimiento y no es, en su contingencia histórica, menos provisional que la noción que se tiene de Aquél.
Si hacemos abstracción de los argumentos exhibidos por ambas partes para, olvidando su contenido particular, fijarnos en su finalidad, encontraremos, además de las consabidas diferencias ónticas (el ateo no lo es sólo de Dios, sino de toda substancia), una asimetría de tipo epistemológico. La conclusión del ateo nace deliberadamente con el propósito de no explicar nada, careciendo de valor teórico positivo. Cómo y por qué la denuncia de uno o varios defectos de razón o de hecho -si los hubiese en las tesis que se combaten- puede desembocar en una actitud existencial de rechazo permanente a "lo religioso" es algo que me supera. Ha de ser una mezcla de materialismo y descaro la que lleva a afirmar que todo lo que no es observable en un cuerpo es falso e inane.
Pero la razón, salvo cuando viene auspiciada por la ideología, no tiene padre ni madre. No cabe referirse a razones ateas o a verdades religiosas en sentido absoluto. Encontramos, sin embargo, metafísicas que aspiran a la objetividad frente a las que hallan en la siempre renovada incertidumbre un consuelo aleccionador, aunque nadie sepa exactamente en qué consiste la lección recibida. Entonces, no se cambian unas causas por otras, sino que se disuelve la causalidad en un cúmulo de experiencias inconexas (Hume). No se elucida, en fin, qué permite el orden de las cosas, mas se niega que haya tal orden general (Darwin).
Así, el ateísmo sin más va a extinguirse en la antítesis teológica que representa, mientras que el teísmo busca, a guisa del dicho de Arquímedes, un punto externo al mundo para comprender el propio mundo. Habrá tantas visiones exteriores del universo como concepciones quepa contar de éste. Y si bien necesariamente sólo una es verdadera por completo, entender mal -aun a expensas de ser corregido- en cualquier caso será mejor, más esforzado y más humano que no entender en absoluto.
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Propter Sion non tacebis