El Diablo es el numen más incomprensible de cuantos se conocen, no obstante ser aquel que mejor se compadece con lo oscuro de nuestra naturaleza. Falaz y, con todo, portador de cierta gnosis, no está falto de bellos apellidos que denotan su esplendor, como el de lucero del alba, aunque sean más los que señalan su repulsiva afinidad con las tinieblas.
Siendo rebelde a la autoridad suprema, se lo ha nombrado dios y príncipe de este mundo, en el que, en lugar de reinar, parece estar en un exilio perpetuo. El poeta Prudencio lo compara a las Furias, que tienden trampas crueles a los hombres. San Antonio el ermitaño, despectivo, dijo que era como un perro encadenado, carente de peligro para quienes no se le acercaban. Cristo lo vio descender como un relámpago y le da el nombre terrible de adversario, si bien Lutero creía poder espantarlo con una simple lira.
Así como los rasgos que hacen de él una paradoja viviente, mezcla de debilidad y omnipotencia, sorprende en su figura la ausencia de genealogía y de fin. Está en lo más alto sin ser el más alto; su destino no es ni la obediencia perfecta de los espíritus superiores, ni la salvación hipotética de los espíritus medios, ni la mera pasividad de los espíritus inferiores. ¿Para qué fue creado? Ni siquiera los ateos saben dar cuenta de él como placebo, puesto que su función es la de atormentar a las criaturas, mas no para conducirlas al orden, sino a la perdición.
No hay nada igual en la mitología clásica. Los Titanes, con los que a menudo lo ha equiparado el burdo deísmo, fueron convertidos, encerrados o confinados tras su derrota. Él es, en cambio, un caos persistente y preeminente, sin resultar por ello una amenaza para la Providencia.
Odia la religión y se oculta en los ídolos para ser adorado en vano. Cree en Dios, pero con fe falsa, en la desesperación, siendo la auténtica fe la de esperar lo inesperado. Anonada a la generación perversa que lo conoce, y extravía al erudito que lo ignora. Sucumbe, sin embargo, ante el hombre íntegro, en el que no encuentra pliegues en los que adherirse y por el que no puede más que resbalar.
Baudelaire dijo que es más difícil amar a Dios que creer en él, mientras que es más fácil amar al Diablo que darle crédito. Su poder, inmune al conocimiento, está circunscrito a nuestra miseria como una sombra.
Dices que el diablo no tiene parangón en la mitología clásica, pero veo lógico que no exista en la mitología griega. En ella ninguno de los dioses del olimpo es represantacion del Bien, luego no es necesaria ninguna representación del Mal. Aventuraría (lo digo sin saberlo realmente) que en prácticamente todas las mitologías en las que el Bien tiene su representante, tambien el Mal tiene el suyo.
ResponderEliminarSaludos
Es sabido que las deidades mediterráneas guardan parentesco. Otros las tendrán por arquetipos, ya que se dan ejemplos de las mismas en ámbitos exóticos, aunque no necesariamente aislados. Así, en la mitología nórdica Loki es el dios del fraude (también Hermes en la griega), lo cual anda próximo al mal, sin que Odín sea el dios del bien en sentido absoluto (que sí podemos identificar con el Li chino y su dialéctica con el Ch'i, los cuales, sin embargo, no tienen contrapartida malvada). Lo cierto es que las connotaciones de estos dioses son ambiguas al tiempo que el Diablo tiene rasgos más definidos e inequívocos. Por eso he querido mostrarlo en su vertiente paradójica, que es la que a mi parecer lo hace único.
ResponderEliminarAhora bien, no pretendo que Satanás sea una singularidad cultural. En primer lugar, porque la misma concepción puede adoptar diversas formas según las naciones que la compartan (Seth, el dios de la oscuridad, se corresponde con el Baal cristiano -no con el Baal fenicio, que se contrapone a Mot, y sí más bien con su Moloch; la Ishtar babilonia es asimismo la Astarté fenicia; el Osiris egipcio es el Assur asirio, etc.); y en segundo lugar, porque una misma inspiración puede darse simultáneamente en varios sitios (Marduk, Anum y Ormuz fue la representación de la divinidad suprema para babilonios, sumerios y persas, respectivamente; también hay concomitancias -incluso nominales- entre los demonios aéreos Ahriman, Amón y Apolo, etc. etc.).
Saludos.
¿Qué significa exactamente "su poder, inmune al conocimiento"?
ResponderEliminar¿Que su poder no puede ser humanamente conocido? ¿Que no puede ser conocido más que parcialmente? ¿Que la parcialidad de nuestro conocimiento no puede atacarle? No sé, esta frase me intriga.
(Con su permiso, pondré un enlace a su blog desde el mío; digo a este blog, claro, el de "Mariconadas" me sorprende que sobreviva en los tiempos que corren, dado que su temática lleva camino de convertirse en indisputable)
Yo creo que lo que el diablo más odia es la materia. SI por él hubiese sido, si DIos le hubiera dado carta blanca en la Creación, habría creado espíritus puros sin libertad, pero no ese híbrido, que le debe parecer repugnante, de ángel y bestia que es el hombre. Un abrazo
ResponderEliminarOutsider:
ResponderEliminarQuiero decir que el poder para tentar activa un resorte que ignoro. No es el del desconocimiento, ya que el mal consiste en saber que se obra mal y en quererlo. Que un acto sea voluntario, se desee fuertemente, etc. sólo nos indica que es susceptible de ser juzgado en términos morales, pero no logra explicar por qué se adoptó un fin en lugar de otro. La razón nos permite decidir si se actuó correctamente o no, dejando intacta la incógnita del origen de la acción.
Jesús:
¿Es posible que pueda haber espíritus así, sin cuerpo siquiera sutil? Leibniz y algunos Padres de la Iglesia lo negaban.
Outsider, me olvidaba:
ResponderEliminarGracias por el enlace. El otro blog lo mantengo sólo por romper con la insana corrección política que comentas, no porque aporte nada valioso en particular.
Irichc, pensaré en tu pregunta. Por lo pronto, aventuro una respuesta arriesgada: me resulta más fácil y lógico creer que existen espíritus puros sin materia que espíritus con cuerpos sutiles y si pueden influir sobre la materia no es porque tengan ellos algo de materia sutil, sino porque el espíritu es superior. Pero buscaré las razones de Leibniz, que seguro que me convencen. Un abrazo.
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