domingo, 22 de febrero de 2009

Todos vivimos en Dios


¿Cuál es la esencia de la filosofía? Unos dirán que la felicidad, y tienen razón: Dios no filosofa, porque es completamente feliz. Pero ser feliz no significa otra cosa que ser lo que se es, o en otras palabras, ser para el ser.

Existe una delgada línea entre la introspección y la mística. Afirmemos en primer lugar que todo el que se conoce a sí mismo desaparece. Sólo somos, pues, en tanto que somos opacos para nosotros mismos. En nuestra imperfección está nuestra diferencia, y en nuestra diferencia podemos apreciar nuestra individualidad. Ahora bien, conocernos a nosotros mismos significaría ser más que nuestra propia noción, que quedaría comprendida por nosotros, lo cual es contradictorio; y una contradicción conduce al no ser.

Todo hombre es un extraño para sí mismo. Podría sostenerse este nuevo axioma existencial: no me comprendo, luego soy. Cuando el hombre se comprenda, dejará de ser y se fundirá con Dios. Sin embargo, eso es imposible y sólo puede aceptarse como tendencia, aunque la mística lo acepte no sólo potencialmente, sino también como acto. Por eso la mística es vivir la contradicción: hablar del mundo desde fuera del mundo, parafraseando a Wittgenstein; al contrario que la teología, que habla del extramundo desde el mundo.

Pues bien, todo positivismo científico que pretenda conocer al hombre escatológicamente y agotarlo en todas sus posibilidades se equivoca. En el momento en que el hombre conozca al hombre, ya no será el hombre al que ha conocido, sino un nuevo hombre superior; y, cuando se conozca a sí mismo, ya no será hombre.

La mística es la constatación sobrenatural de que mi mente y la de Dios son la misma. Tal pensamiento fue tenido por herético, porque suprimía la justicia divina aplicada a los individuos. No obstante, Dios puede prescindir de su justicia por un acto de gracia, y no hay que olvidar que toda su Creación es graciable, esto es, gratuita, o lo que es lo mismo, contingente.

A pesar de que nuestra mente no sea eterna y sí lo sea la de Dios, bien podría ser que hubiera identidad de substancia entre ellas, en el sentido de la "imagen y semejanza" que narra el Génesis. Los gnósticos pensaban que el alma era la chispa divina que habitaba en cada hombre, una especie de ángel caído en el abismo ciego de la materia. Siendo Dios simple y no susceptible de división, ¿por qué no podría, con todo, reproducirse en el tiempo, si lo hace eternamente en la generación del Hijo? No es absurdo, y para Dios todo es posible.

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Propter Sion non tacebis