La inclinación natural goza de otra ventaja: y es que arrastra consigo todo el ingenio y la agudeza de la mente; y cuando llega el momento de enfrentarse a los principios religiosos, busca todos los métodos y formas de eludirlos, alcanzando el éxito casi siempre. ¿Quién puede dilucidar los sentimientos del hombre y dar una explicación a esos extraños ataques y excusas con los que la gente se satisface cuando defiende sus inclinaciones naturales contra sus deberes religiosos? Esto es algo que el mundo entiende muy bien; y nadie que no sea un insensato dejará de fiarse de un hombre porque ha oído que dicho hombre, mediante el estudio y la filosofía, alberga una serie de dudas especulativas acerca de los asuntos teológicos. Y al tratar con una persona que hace grandes profesiones de religión y devoción, ¿no es verdad que muchos que son considerados prudentes se ponen en guardia porque temen que esa persona los engañe y defraude?
Además, hemos de tener en consideración que los filósofos que cultivan la razón y la reflexión necesitan menos de esa clase de motivaciones religiosas para mantenerse dentro de los límites de la moral; y que los hombres vulgares, que quizá tengan necesidad de ellas, son absolutamente incapaces de darse cuenta de que la religión pura nos dice que Dios está satisfecho con que nos limitemos a practicar la virtud dentro de la conducta humana. Las recomendaciones de la Divinidad son interpretadas generalmente como si se tratase de cumplir con preceptos superficiales, o de experimentar arrebatos de éxtasis, o de mostrar una credulidad fanática. No necesitamos retroceder a los tiempos antiguos, ni visitar regiones remotas para encontrar ejemplos de esta degeneración. Hay algunos entre nosotros que son culpables de esa atrocidad, una atrocidad que no fue conocida en las supersticiones griegas y egipcias, y que consiste en atacar expresamente la moralidad y decir que, cuando nos apoyamos en ella, somos irremisiblemente abandonados del favor divino.
Pero aunque la superstición o fanatismo no estuviese en oposición directa con la moralidad, siempre dará lugar a consecuencias desastrosas, ya que distrae nuestra atención de lo realmente importante, da lugar a nuevas y superficiales clases de mérito e introduce una distribución absurda de alabanzas y censuras; además, debilita extraordinariamente esos compromisos que el hombre tiene con los motivos naturales de la justicia y el humanitarismo. Del mismo modo, un principio de acción que no pertenezca a los motivos familiares que animan la conducta humana sólo tendrá fuerza sobre el temperamento en contadas ocasiones, y será necesario sacarlo a flote mediante un constante esfuerzo, a fin de que el fanático piadoso pueda estar satisfecho con su propia conducta y pueda llevar a cabo sus devotas tareas. Con aparente fervor, se ponen en práctica muchos ejercicios religiosos en momentos en los que el corazón se siente frío e indiferente. Y de esta forma, se va adquiriendo poco a poco un hábito de disimulo, y el fraude y la hipocresía se convierten en los principios dominantes. De aquí proviene la explicación de esa observación común que afirma que el máximo celo religioso y la más profunda hipocresía, lejos de ser incompatibles, suelen estar unidos en un mismo individuo.
Hume
Como la falsa piedad y la verdadera tienen qué sé cuántas acciones que les son comunes; como el exterior de una y otra son casi idénticos, no es solamente fácil, sino a la vez necesario, que la misma mofa que ataca a una beneficie a la otra, y que los rasgos con los que uno describe a ésta desfiguren a aquélla, a menos que se apliquen todas las precauciones de una caridad prudente, exacta y bien intencionada, lo que el libertinaje no está en disposición de hacer. Y hete aquí, cristianos, lo que de ello resulta, puesto que los espíritus profanos, muy lejos de querer participar de los intereses de Dios, han emprendido el censurar la hipocresía, no para reformar su abuso, lo que no es en absoluto su cometido, sino para hacer del caso una especie de diversión de la que el libertinaje pueda aprovecharse, concibiendo y haciendo concebir sospechas injustas hacia la verdadera piedad mediante malignas representaciones de la falsa. Hete aquí lo que han pretendido, exponiendo en el teatro y a la risa pública a un hipócrita imaginario, o lo mismo, si queréis, a un hipócrita real, y convirtiendo en su persona las cosas más santas en ridículas, el temor por los juicios de Dios, el horror del pecado, las prácticas más loables en sí mismas y las más cristianas. Hete aquí lo que han fingido, poniendo en boca de este hipócrita las máximas de la religión débilmente sostenidas, al mismo tiempo que las suponían rudamente atacadas; haciéndole censurar los escándalos del siglo de un modo extravagante; representándolo concienzudo sólo para la fineza y para el escrúpulo sobre los puntos menos relevantes, que sin embargo debía cumplir, mientras cargaba por lo demás con los crímenes más enormes; mostrándolo bajo un rostro de penitente que no servía más que para cubrir sus infamias; dándole, según su capricho, el carácter de la piedad más austera, que diríais la más ejemplar, aunque fuera en el fondo la más mercenaria y la más laxa.
¡Reprobables invenciones para humillar a las gentes de bien, para volverlas a todas sospechosas, para despojarlas de la libertad de declararse en favor de la virtud!
Bourdaloue
La traducción de Bourdaloue es mía, del original francés. Aunque me incline más por la opinión de este segundo autor, las observaciones de Hume no me parecen completamente despreciables, pero sí su tesis sobre el particular.
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