Es preciso que el hombre se dote de un remedo de demiurgo para devenir hombre. La sociedad es un conjunto de individuos que originariamente se reúne en torno a algo, sea un tótem o una hoguera. Hay en el hecho mismo de la reunión un elemento de suprapersonalidad implícito, se reconozca o no. No es concebible que la legitimación del poder político provenga de un poder menor, de un poder apolítico e inorgánico, así como la causa jamás es inferior al efecto que produce. Son zarandajas democráticas y narcisistas las que nos inclinan a creer lo contrario.
La propia noción de individuo libre e igual es abstracta, creada por una entidad institucional, mientras que el hombre natural se identifica por sus atributos efectivos: estirpe, lugar de nacimiento, ámbito de acción, etc. La libertad y la igualdad son potencias que se plasmarán según el poder disponga. Un hombre solo, fuera del recinto social, no es más que un bruto; y lo mismo vale para miles o millones de ellos, mera manada si no se organizan y someten en función de una idea que los supere.
Fundamentar el poder en la libertad (Rousseau) es contradictorio, ya que el primero es negación o límite de la segunda; fundarlo en la autoridad legitimada o en la norma suprema (Kelsen) es tautológico, dado que es el poder mismo quien, materializándose en ellos, los legitima; debe fundarse en la sumisión a la razón y a la verdad admitidas por todos los hombres de recto juicio.
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Propter Sion non tacebis