Que nada se aprende que no se supiera ya es un tópico platónico varias veces discutido aquí, de donde nace la tesis racionalista de las ideas innatas. Esto es, no se puede comprender nada sin descomponerlo en elementos más simples. Ahora bien, esta descomposición o análisis encuentra un límite en los primeros principios, que serían universales e independientes del aprendizaje, es decir, no inferibles por inducción o por deducción, en tanto que son la condición misma de todo aprender.
Cuando enseñamos a un niño a contar no le inculcamos la noción de número, tarea acaso tan estéril como pretender transmitir a un ciego la de rojez. Si el niño puede entendernos es porque ya posee dicha noción. Lo mismo vale cuando aprende a hablar. Aunque asocie las palabras con figuras sensibles y las oraciones con estados de hecho, éstos no le dirían nada -o no más de lo que le dicen a un perro- si no tuviera antes los fundamentos conceptuales innatos en los que asentar dicha gramática.
Las reglas del pensamiento nos resultan tan inviolables, por ser connaturales a nuestra comprensión, que no nos planteamos por qué las seguimos en lugar de otras. Hemos convertido tales reglas en un sistema lógico que impregna todas las disciplinas, por lo que dan la impresión de ser un producto del intelecto cuando, en realidad, son su presupuesto. La propia idea de la igualdad del género humano no es distinta a la de su igualdad racional, esto es, el compartir las mismas nociones elementales a pesar de la superestructura cultural que sobre éstas se haya edificado. Esta concepción se opone a la puramente empírica de raza o estirpe, que ha predominado en todos los pueblos antiguos, no necesariamente bárbaros, los cuales han visto a los extranjeros como enemigos.
Así, no hay auténtica humanidad sin una racionalidad innata que nos defina y separe del resto de las especies. Ahora bien, la aplicación de la lógica no es exclusiva de la nuestra. Un animal hace silogismos sin que nadie le haya dado a leer el Organon, siguiendo pautas como ésta:
He de comer tanto como pueda (premisa de derecho).
Dados dos montones de comida separados, uno es más grande que el otro (premisa de hecho).
Por consiguiente, me dirigiré al montón más grande (conclusión).
Aunque la premisa de derecho venga fijada por el instinto y no sea sometida a un ulterior análisis, la decisión particular de acercarse al montón de comida más grande es lógica y obedece a una estructura de razonamiento previa. El bruto es incapaz de hacer ciencia, no obstante lo cual comparte en su entendimiento los mismos principios racionales de cualquier otra ciencia humana.
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Propter Sion non tacebis