Desde un punto de vista meramente utilitario, obviamente el cristianismo mejoró la vida de quienes, rechazando el sentir pagano, lo abrazaron con libertad: por eso lo hicieron. Se zafaron de infinidad de fuerzas e influjos espirituales imaginados como presentes en la naturaleza, desencantándola. El milagro pasó a verse como algo sobrenatural y excepcional, no como una manifestación caprichosa del poder de los dioses, pues hasta los demonios -a los que aquéllos fueron reducidos- se sometían al orden de la Providencia. Así, sólo en el terreno epistemológico hay muchas razones para preferir el cristianismo a otras creencias. Mas también en el moral, ya que el error y la superstición conducen al extravío de la conducta. Desde entonces, los hombres se supieron hermanos y, lo más importante, se supieron enfermos. La caridad pasó a ser la primera de las virtudes, por encima del cruel honor, y la amistad sustituyó a la ley del más fuerte, puesto que el hombre empezó a desconfiar de su instinto. Todas estas transformaciones espirituales, aunque no surtieran un efecto inmediato, constante y universal, cambiaron la Historia para bien.
"La Cristiandad o Europa", decía Novalis: sin aquélla ésta no es más que una ucronía, y cuestionar a Europa es cuestionarte a ti mismo.
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Propter Sion non tacebis