El laicismo imperante, que fructifica en bodrios cinematográficos y demás morralla propagandística, insiste en su doctrina política y última eclosión democrática, a la que podríamos llamar doctrina del silencio: Todo lo que no sea institucional no es político; todo lo que no sea político es irrelevante; todo lo irrelevante no debe ser escuchado ni atendido. No es una doctrina nueva, sino que viene siendo la consecuencia natural de los planteamientos revolucionarios que dieron lugar al liberalismo en la Europa continental. El pueblo a sí mismo determinado contra sus opresores fácticos. La moral como el consenso que el pueblo decide y vota. La sociedad como cuerpo autónomo que se constituye a sí mismo ("la nación"), elige soberanamente a sus representantes y los depone llegada la hora. Esa mentira.
Para lograr su cometido, nada mejor que avergonzar a los creyentes, ya que la vergüenza resulta el punto flaco de todo hombre que todavía no se haya convertido en animal. Es, por cierto, muy difícil avergonzar a un ateo cínico. Haced la prueba. Pero ello no obsta para que empleen bien estudiados espantajos a fin de paralizar el ánimo de los humildes y cargarlos con las culpas que nadie más estaría dispuesto a reconocer. Su éxito ha resultado hasta la fecha notable. Han conseguido en buena medida lo que pretendían: Christiani in consilio taceant. Han lanzado sobre nosotros las fieras de la crítica, pero también las de el embuste y la calumnia; han empleado malas artes en Historia y han hecho acopio de todos los medios al alcance para difundir sus delirios, dándoles la consistencia de un ideario finalmente compartido hasta por sus propios enemigos.
Así, ¿no hubo cristianos hipócritas y criminales? Evidentemente los hubo. El cristianismo se prostituyó por el poder en la última fase del Imperio, en parte como consecuencia de la descomposición institucional. San Isidoro, en su correspondencia con San Braulio, es muy duro narrando los hechos:
Acilius Severus fue el primero que utilizó los ideales cristianos, pervirtiéndoles previamente, para frenar los deseos y anhelos de justicia de los hermanos más pobres y necesitados, para santificar la propiedad privada y para justificar y acreditar la abominable desigualdad que reina en este Mundo.
El notario Paulus fue el primer cristiano hispánico que se convirtió de forma vesánica en un cruel y despiadado perseguidor de los hermanos paganos. Sus persecuciones hacen que sean juegos de niños las que llevaron a cabo Domiciano, Decio y Diocleciano contra los discípulos de Cristo. Por su habilidad en torturar y atormentar las carnes a los sospechosos paganos, se le dio el cognomen de Catena. Debido a su morbosa pericia y constancia, se le encargó de localizar a los partidarios de Majencio, a los que desolló y despellejó vivos; luego intervino en los procesos posteriores a la ejecución de Galo y, más tarde, con sus habilidades probadas de torturador ducho trató de sacar a la luz a los partidarios de Silvano.
Con Teodosio la corrupción y putrefacción se extienden por toda la sangre del cuerpo del cristianismo hispano. Su esposa Flacila colocaba en el poder a los miembros de su familia, muy piadosos todos, más que Eneas, envenenando previamente a los que estaban en él. No obstante su sabiduría excelsa de famoso veneficiis mulier, fue una gran protectora de los obispos y presbíteros hispanos, a los que su pietas regaló grandes sumas de dinero, oceánicas fortunas. Materno Cinegio, el mayor simoniaco del que yo tenga noticia, fue comes sacrarum largitionum en los años de Nuestro Señor Jesucristo que van del CCCLXXXI al CCCLXXXIII. Al cesar en este cargo pasó a ser quaestor sacri palatii, y luego, hasta su muerte, prefecto del pretorio de Oriente. Su esposa Acantia trasladó a Hispania sus restos, que en el Año de Nuestro Señor Jesucristo de CCCLXXXVIII habían sido enterrados en la Iglesia de los Santos Apóstoles con la mayor pompa y solemnidad.
Flavio Euquerio, el tío salvaje de Teodosio I, Flavio Siagrio, hermano y amante de la emperatriz Flacila, Asturio, suegro del anterior. Leocadio, primicerius domesticorum, que gastó un millón de soldi para construirse su propio sarcófago o comedor de carne en Barcelona, Honorio, el hermano bastardo de Teodosio, el poeta Juvenco, Melania la Vieja y otros a los que me da asco y grima pronunciar sus nobles nombres, todos ellos cristianos poderosos, son los ejemplos más sobresalientes de feroces y desalmados perseguidores de hombres, hermanos nuestros, que se obstinaban en no conocer la Palabra de Cristo a consecuencia de los perversos ejemplos de que daban constancia con sus actos impuros los cristianos poderosos de esta Hispania nuestra. Todos ellos son responsables del tránsito moral que va de los principios de la vida de fe del cristianismo a lo práctico de la cobardía útil. Lo práctico es siempre un subterfugio con el que se intenta legitimar la traición a los principios morales que estableciese Nuestro Señor Jesucristo. Han convertido el cristianismo en una gigantesca liturgia que con su masa inercial de minucias escrupulosas, rito y rituelos lleva a los fieles por un camino en donde los principios están escritos en un vocabulario completamente degradado por falta de práctica. Han convertido el cristianismo en un código huero gracias al que se reconocen mutuamente los súbditos de un Estado hiperterrenal. Pero hay que decir que existió un pasado político romano no absolutista, así como un período cristiano no sacerdotalista. Ahora bien, la República romana y el Evangelismo sencillo debieron desaparecer tras la colosal bambalina del Sacerdocio y el Imperio. ¡Pero allá los que besan las cadenas y se arrodillan mentalmente ante príncipes absolutos y tiranos religiosos!
Ahora bien, si lees detenidamente verás que acusa a la Iglesia de pasividad ante el brazo secular y de cultivar el amiguismo, más que de conspirar contra el Estado y actuar al margen de éste. Amenábar, en cambio, toma a San Cirilo como símbolo de todo obispo y cargo eclesiástico, cuando sus circunstancias estuvieron muy acotadas por la situación de Alejandría en esa época, así como por la inacción de Orestes. El mal del cristianismo, según el director de Ágora, fue injerirse en política y coartar al "justo" poder laico (metáfora agradecida del poder que lo subvenciona y mima), si bien en opinión de Isidoro el error fue exactamente el contrario y además, añado, cesó con el Imperio, en lugar de agravarse en la Edad Media entrante, como de muy indocta manera insinúa la película. Así, una vez el cetro de Roma sucumbió en Occidente, la Iglesia empezó a construir Europa como soberana espiritual de una nueva nación de naciones, libre de las ataduras y los chantajes, lejos del despotismo asiático y del corrupto entramado funcionarial que fue la carcoma de los latinos como es hoy la nuestra.
¿Qué hacer entonces, Irich, para vivir en sociedad, acostumbrarnos a vivir en una sociedad laica o luchar por volver a una sociedad inserta en la fe?
ResponderEliminar¡Salud y paz!
Sinceramente, creo que es una lástima dedicar un post tan bueno y tan bien desarrollado y decumentado para replicar una película pretenciosa y estúpida, donde la historia es el gancho, no el argumento. Sólo con decirte que hace a la protagonista descubridora de las órbitas elípticas 1300 años antes que Kepler...
ResponderEliminarSaludos!
Ärias: Luchar con todas las armas legítimas para que se haga justicia, pero sin impaciencia fanática. Buscar el Reino de Dios, pues el resto viene por añadidura.
ResponderEliminarTheo: Gracias. Sé que he escrito demasiado sobre Ágora y que probablemente no lo merece. La película es estúpida, de acuerdo. Pero yo no desdeño el poder de la estupidez.
El peor error de los cristianos es el cristianismo...
ResponderEliminarAsí habló Arturo Ruiz.
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