Para que una idea sugiera otra a la mente, basta con que se haya observado que van juntas, y esto sin demostración alguna de la necesidad de su coexistencia, y aun sin saber siquiera qué es lo que las hace coexistir. Hay de esto ejemplos innumerables que nadie puede ignorar.
Así pues, habiendo sido acompañada de modo constante la mayor confusión con la distancia más corta, tan pronto como la primera idea es percibida, sugiere la segunda a nuestros pensamientos. Y si el curso ordinario de la naturaleza hubiera consistido en que cuanto más lejano estuviera colocado un objeto apareciera más confuso, es muy cierto que la misma percepción que ahora nos hace pensar que un objeto se acerca, nos haría imaginar que se alejaba. Y esto se debe a que esa percepción, hecha abstracción de la costumbre y de la experiencia, es igualmente adecuada para producir la idea de una distancia grande, de una distancia pequeña, o de ninguna en absoluto.
(...)
De lo que ha precedido se deriva la manifiesta consecuencia de que un hombre nacido ciego, si adquiriera la vista, no tendría al principio idea de la distancia por la visión; el sol y las estrellas, los objetos más remotos, así como los más próximos, le parecerían estar en su propio ojo o, más bien, en su mente. Los objetos ofrecidos por la vista no le parecerían (como tal es la verdad) diferentes de un nuevo conjunto de pensamientos o de sensaciones, cada uno de los cuales estaría tan próximo a él como las percepciones de dolor o de placer o las más íntimas pasiones de su alma. Porque el juzgar que los objetos percibidos por la vista estén a una determinada distancia, o fuera de la mente, es por entero un efecto de la experiencia, la cual una persona en estas circunstancias no podría haber alcanzado todavía.
Berkeley
A propósito, ¿qué juicio sumarísimo le hacemos a Berkeley?
ResponderEliminar¡Ja ja ja!
ResponderEliminarGenial, pero incompleto. Genial por mostrar las carencias del materialismo, e incompleto por no darles solución.
ResponderEliminarÉste sería mi juicio.