Señores, tremenda es la palabra; pero no debemos retraernos de pronunciar palabras tremendas si dicen la verdad, y yo estoy resuelto a decirla. ¡La libertad acabó! No resucitará, señores, ni al tercer día, ni al tercer año, ni al tercer siglo quizá. ¿Os asusta, señores, la tiranía que sufrimos? De poco os asustáis; veréis cosas mayores. Y aquí os ruego, señores, que guardéis en vuestra memoria mis palabras, porque lo que voy a decir, los sucesos que voy a anunciar en un porvenir más próximo o más lejano, pero muy lejano nunca, se han de cumplir a la letra.
El fundamento, señores, de todos vuestros errores (dirigiéndose a los bancos de la izquierda) consiste en no saber cuál es la dirección de la civilización y del mundo. Vosotros creéis que la civilización y el mundo van, cuando la civilización y el mundo vuelven. El mundo, señores, camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres. A esto camina la civilización, y a esto camina el mundo. Para anunciar estas cosas no necesito ser Profeta. Me basta considerar la combinación pavorosa de los acontecimientos humanos desde su único punto de vista verdadero, desde las alturas católicas.
Señores, no hay mas que dos represiones posibles, una interior y otra exterior; la religiosa y la política. Estas son de tal naturaleza, que cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de la represión política está bajo; y cuando el termómetro religioso está bajo, el termómetro político, la represión política, la tiranía está alta. Esta es una ley de la humanidad, una ley de la historia. Y si no, señores , ved lo que era el mundo, ved lo que era la sociedad que cae al otro lado de la Cruz, decid lo que era cuando no había represión interior, cuando no había represión religiosa. Entonces aquella era una sociedad de tiranías y de esclavos. Citadme un solo pueblo donde no haya esclavos y donde no haya tiranía. Este es un hecho incontrovertible, este es un hecho incontrovertido, este es un hecho evidente. La libertad, la libertad verdadera, la libertad de todos y para todos no vino al mundo sino con el Salvador del mundo. Este también es un hecho incontrovertido, es un hecho confesado hasta por los mismos socialistas que lo confiesan. Los socialistas llaman a Jesús un hombre divino, y los socialistas hacen más, se llaman sus continuadores. ¡Sus continuadores, Santo Dios! ¿Ellos, los hombres de sangre y de venganzas, continuadores del que no vivió sino para hacer bien; del que no abrió la boca sino para bendecir; del que no hizo prodigios sino para librar a los pecadores del pecado, a los muertos de la muerte; el que en el espacio de tres años hizo la revolución mas grande que han presenciado los siglos, y la llevó a cabo sin haber derramado mas sangre que la suya?
Señores, os ruego me prestéis atención; voy a poneros en presencia del paralelismo más maravilloso que ofrece la historia. Vosotros habéis visto que en el mundo antiguo, cuando la represión religiosa no podía bajar mas porque no existía ninguna, la represión política subió hasta no poder más, porque subió hasta la tiranía. Pues bien, con Jesucristo, donde nace la represión religiosa, desaparece completamente la represión política. Es esto tan cierto, que habiendo fundado Jesucristo una sociedad con sus discípulos, fue aquella la única sociedad que ha existido sin gobierno. Entre Jesús y sus discípulos no había más gobierno que el amor del Maestro a los discípulos y el amor de los discípulos al Maestro. Es decir, que cuando la represión era completa, la libertad era absoluta.
Sigamos el paralelismo. Llegan los tiempos apostólicos, que los estenderé, porque así conviene ahora a mi propósito, desde los tiempos apostólicos propiamente dichos, hasta la subida del cristianismo al Capitolio en tiempo de Constantino el Grande. En este tiempo, señores, la religión cristiana, es decir la represión religiosa interior, estaba en todo su apogeo; pero aunque estaba en todo su apogeo, sucedió lo que sucede en todas las sociedades compuestas de hombres, que comenzó a desarrollarse un germen, nada más que un germen de licencia y de libertad religiosa. Pues bien, señores, observad el paralelismo: a este principio de descenso en el termómetro religioso corresponde un principio de subida en el termómetro politico. No hay todavía gobierno, no es necesario el gobierno, pero es necesario ya un germen de gobierno. Así en la sociedad cristiana entonces no habia de hecho verdaderos magistrados, sino jueces árbitros y amigables componedores, que son el embrión del gobierno. Realmente no había mas que eso; los cristianos de los tiempos apostólicos no tuvieron pleitos, no iban a los tribunales, decidían sus contiendas por medio de árbitros. Obsérvese, señores, cómo con la corrupción va creciendo el gobierno.
Llegan los tiempos feudales, y en estos la religión se encuentra todavía en su apogeo, pero hasta cierto punto viciada por las pasiones humanas. ¿Qué es lo que sucede, señores, en este tiempo en el mundo político? Que ya es necesario un gobierno real y efectivo, pero que basta el mas débil de todos, y así se establece la monarquía feudal, la mas débil de las monarquías.
Seguid observando el paralelismo. Llega, señores, el siglo XVI. En este siglo, con la gran reforma luterana, con ese grande escándalo político y social, tanto como religioso, con ese acto de emancipación intelectual y moral de los pueblos, coinciden las siguientes instituciones. En primer lugar, en el instante, las monarquías, de feudales, se hacen absolutas. Vosotros creeréis, señores, que más que absoluta no puede ser una monarquía: un gobierno, ¿qué puede ser mas que absoluto? Pero era necesario, señores, que el termómetro de la represión política subiera más, porque el termómetro religioso seguía bajando; y con efecto subió mas. ¿Y qué nueva institución se creó? La de los ejércitos permanentes. ¿Y sabéis, señores, lo que son ejércitos permanentes? Para saberlo, basta saber lo que es un soldado: un soldado es un esclavo con uniforme. Así, pues, veis que en el momento en que la represión religiosa baja, la represión política sube al absolutismo, y pasa más allá. No bastaba a los gobiernos ser absolutos; pidieron y obtuvieron el privilegio de ser absolutos y tener un millón de brazos.
A pesar de esto, señores, era necesario que el termómetro político subiera más, porque el termómetro religioso seguía bajando; y subió más. ¿Qué nueva institución, señores, se creó entonces? Los gobiernos dijeron: tenemos un millón de brazos y no nos bastan; necesitamos más, necesitamos un millón de ojos; y tuvieron la policía, y con la policía un millón de ojos. A pesar de esto, señores, todavía el termómetro político y la represión política debían subir, porque a pesar de todo, el termómetro religioso seguía bajando; y subieron.
A los gobiernos, señores, no les bastó tener un millón de brazos; no les bastó tener un millón de ojos; quisieron tener un millón de oídos, y los tuvieron con la centralización administrativa, por la cual vienen a parar al gobierno todas las reclamaciones y todas las quejas.
Y bien, señores; no bastaba esto, porque el termómetro religioso siguió bajando, y era necesario que el termómetro político subiera más. ¡Señores, hasta dónde! Pues subió más.
Los gobiernos dijeron: no me bastan para reprimir, un millón de brazos; no me bastan para reprimir, un millón de ojos; no me bastan para reprimir, un millón de oídos; necesitamos más: necesitamos tener el privilegio de hallarnos a un mismo tiempo en todas partes. Y lo tuvieron; y se inventó el telégrafo.
Señores, tal era el estado de la Europa y del mundo cuando el primer estallido de la última revolución vino a anunciarnos, a anunciarnos a todos, que no habia bastante despotismo en el mundo; porque el termómetro religioso estaba por bajo de cero. Ahora bien, señores, una de dos...
Yo he prometido, y cumpliré mi palabra, hablar hoy con toda franqueza.
Pues bien, una de dos: o la reacción religiosa viene o no: si hay reacción religiosa, ya veréis, señores, como subiendo el termómetro religioso comienza a bajar natural, espontáneamente, sin esfuerzo ninguno de los pueblos, ni de los gobiernos, ni de los hombres, el termómetro político, hasta señalar el día templado de la libertad de los pueblos: pero si por el contrario, señores, y esto es grave (no hay la costumbre de llamar la atención de las asambleas deliberantes sobre las cuestiones hacia donde yo la he llamado hoy; pero la gravedad de los acontecimientos del mundo me dispensa, y yo creo que vuestra benevolencia sabrá también dispensarme); pues bien, señores, yo digo que si el termómetro religioso continúa bajando, no sé a dónde hemos de parar. Yo, señores, no lo sé, y tiemblo cuando lo pienso. Contemplad las analogías que he puesto a vuestros ojos; y si cuando la represión religiosa estaba en su apogeo no era necesario ni gobierno ninguno siquiera, cuando la represión religiosa no exista, no habrá bastante con ningún género de gobierno, todos los despotismos serán pocos.
Señores, esto es poner el dedo en la llaga, esta es la cuestión de España, la cuestión de Europa, la cuestión de la humanidad, la cuestión del mundo.
Donoso Cortés
Ver también Leibniz.
Curioso texto, que proclama el fin de la libertad mientras se expresa libremente.
ResponderEliminarLa libertad de los otros siempre es difícil de digerir, sobre todo cuando el mejor argumento que puede exhibirse es que está uno tocado por el espíritu de la religión verdadera.
Demasiadas soflamas prácticamente idénticas repartidas puntualmente por la red. Nada nuevo bajo el sol.
Buenas noches. Y le ruego sinceramente disculpe mi intervención, contraria absolutamente a su opinión y contenido del texto.
Isaak,
ResponderEliminarNo necesitas ningún descargo por discrepar. Pero creo que hay cosas que no pueden negarse sin faltar al buen sentido. La concepción histórica según la cual el progreso avanza por una especie de necesidad interna, o por haberse alcanzado una determinada consciencia colectiva que iría en aumento, resulta insostenible a la luz del desarrollo del Estado moderno. Es ésta una superstición fomentada por temperamentos despóticos, los cuales, cuestionando la libertad y atribuyéndolo todo a un hado benefactor con el que se identifican, aspiran a disolver o atomizar las convicciones para mejor conducir a las masas según sus intereses.
Los derechos más relevantes surgidos tras la Revolución, a saber, la libertad de expresión y la de prensa, presuponen como contrapartida la facultad del Estado de educar a sus ciudadanos y la instrumentalidad de los cauces de información respecto a los intereses de una partitocracia. Así, la libertad de expresión sin educación pública es contraproducente, salvo que medie la influencia religiosa. Lo mismo vale para cualquier otra libertad, que se acompasará siempre o a una prerrogativa estatal o a unas convicciones compartidas.
Llamamos democracia al equilibrio más o menos consensuado entre las libertades del individuo y la potestad de las instituciones. Bajo esta denominación cabe, sin embargo, desde un Estado mínimo hasta una burocracia opresiva y formalista. De ahí la gran importancia del sustrato social sobre el que se edifique la autoridad y, en fin, de la mayor o menor hegemonía de las religiones independientes del poder secular. Sin esa independencia, la religión contribuye a la tiranía en lugar de impedirla.
Y con las cámaras de video, el estado tuvo memoria para sus ojos, aunque no lo crea Bambi.
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