El animal tiene diversas conductas según las diversas situaciones. Estas conductas son los puntos de partida de distinciones posibles, pero la distinción pediría la trascendencia del objeto hecho distinto. La diversidad de las conductas animales no establece distinción consciente entre las diversas situaciones. Los animales que no se comen a un semejante de la misma especie no tienen, sin embargo, el poder de reconocerlo como tal, y así una situación nueva, en que la conducta normal no se provoca, puede bastar para retirar un obstáculo sin que haya ni siquiera conciencia de haberlo retirado. No podemos decir de un lobo que se come a otro que viola la ley que quiere, de ordinario, "los lobos no se comen entre ellos". No viola esa ley; sencillamente, se encuentra en unas circunstancias en las que no funciona. Hay, pese a eso, para el lobo, continuidad del mundo y de sí mismo. Ante él se producen apariciones atractivas o angustiosas; otras apariciones no responden ni a individuos de la misma especie, ni a alimentos, ni a nada de atrayente o de repulsivo; entonces eso de que se trata no tiene sentido o lo tiene como signo de otra cosa. Nada viene a romper una continuidad en la que el miedo mismo no anuncia nada que pueda ser distinguido antes de estar muerto. Incluso la lucha de rivalidad es todavía una convulsión en la que, de las inevitables respuestas a los estímulos, se desprenden sombras inconsistentes. Si el animal que ha sojuzgado a su rival no toma la muerte del otro como lo hace un hombre, que puede adoptar la actitud del triunfo, es porque su rival no había roto una continuidad que su muerte no restablece. Esa continuidad no estaba puesta en cuestión, pero la identidad de los deseos de los dos seres los opuso en combate mortal. La apatía que traduce la mirada del animal tras el combate es el signo de una existencia esencialmente igual al mundo en el que se mueve como el agua en el seno de las aguas.
Bataille
Añado a raíz del texto:
Si todo animal fuera inconsciente siempre en grado idéntico o, al menos, similar respecto a los demás, no existiría una correlación proporcional entre inteligencia y conciencia, puesto que no todos los animales son inteligentes por igual, mediando una gran distancia de especie a especie. El animal, pues, sería capaz de pensar, pero no de pensarse; su pensamiento, vuelto por completo hacia la realidad, no podría colocarse frente a sí mismo como ante un espejo, esto es, no podría reflexionar. Así, aunque haya gradación de conciencia en estar más o menos despierto, encadenar razonamientos, captar con más o menos agudeza nuestro entorno y poseer un control mayor o menor sobre el propio cuerpo, no parece haberla en lo relativo al yo, que emerge íntegro de una vez y no por insensible acumulación de estratos, como quiere el materialismo.
Está de más decir que el mío no es un alegato emergentista. Tengo a esta explicación por incomprensible, ya que admite una síntesis superior de la multiplicidad orgánica sin idear un nuevo órgano que la coordine o suponer una substancia que la aglutine y le dé consistencia lógica.
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