El dogma de la redención es la réplica a otro dogma, el del pecado original. Quien no cree que el mal moral procede del interior del hombre se ve obligado a suponer al buen salvaje y al criminal enajenado. Éstos conllevan un nuevo dogma, a saber, que la sociedad corrompe a un hombre esencialmente inocente y, en una palabra, que el infierno es el Otro. El infierno es el infiel, porque me atrae a otra fe; es mi vecino, porque compite conmigo; es la mujer, porque me tienta. Yo nací limpio; si tropecé, fue por ignorancia, y otros que estaban antes que yo me condujeron al error. Quien así piensa preferirá siempre castigar a admitir la propia culpa. Y, en fin, permanecerá en la minoría de edad moral quien rechace una verdad tan vieja que era conocida de Homero: que el hombre es el más infeliz de los animales.
El final es una exquisita exposición del clasicismo que evoca el reconocimiento de los pasos de El Filósofo en la prueba de las Vías aquinantes.
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