Lo que es por sí mismo es y no puede dejar de ser. Pero lo que simplemente es perece a tal velocidad que bien podríamos decir que nunca es y que no es nada. Pues, ¿qué? Si la naturaleza es el conjunto de todo lo que perece, ¿cómo no podrá ella misma perecer? No puede ser arrojada a ninguna parte, porque no tiene espacio fuera de sí; tampoco puede transformarse en otra cosa, siendo la suma de todas las que existen en el mundo. Sin embargo, ningún término en su propia noción la obliga a seguir siendo, por lo que podría dejar de ser. Luego, una de dos: o empezó a ser sin razón, y sin razón puede extinguirse, o lo hizo por una razón externa, y puede ser por ella aniquilada.
A la materia, entonces, o bien subyace una inteligencia indivisible, o es regida por un impulso primitivo, o extrae su actividad de su propio impulso. Si no hubiera inteligencia, sino sólo dispersión de átomos, éstos deberían haber sido causados por algo distinto a ellos, a no ser que se postule que su existencia era lógicamente necesaria y, por tanto, un hado. Lo mismo vale para el causante, y para el causante del causante, y así "ad infinitum", hasta llegar a la causa de cuya necesidad lógica no pueda dudarse, esto es, a la que no quepa elegir entre otras posibles y en la que no proceda distinción de partes ni sucesión de momentos; la cual no podría ser múltiple, ni divisible, ni material, en consecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Propter Sion non tacebis