sábado, 21 de julio de 2012

La mansedumbre del sabio



Será mejor que pienses que no hay que airarse por los errores. ¿Pues qué, si alguien se aíra con los que en la oscuridad dan pies en falso? ¿Qué, si otro con los sordos que no escuchan sus órdenes? ¿Qué, si con los niños porque, descuidando el estudio de sus deberes, atienden a los juegos y bromas bobas de sus compañeros? ¿Qué, si quieres airarte con los que enferman, envejecen, se fatigan? Entre los demás inconvenientes de la condición mortal está también éste, la obnubilación de la mente, y no sólo la inevitabilidad del error, sino el amor a los errores. Para no airarte con cada uno, hay que perdonar a todo el mundo, hay que conceder el indulto al género humano. Si te aíras con los jóvenes y los viejos porque han cometido errores, aírate con los que aún no hablan: van a cometer errores. ¿Es que alguien se aíra con los niños, cuya edad aún no sabe las diferencias entre las cosas? Ser hombre es más grande excusa y más justa que ser niño. Con esta condición hemos nacido, animales sometidos a no menos enfermedades del espíritu que del cuerpo, no, de hecho, obtusos y lentos, sino que nos servimos mal de nuestra agudeza, modelos de vicios los unos para los otros. Cualquiera que sigue a los que por delante han tomado el camino equivocadamente, ¿cómo no va a tener excusa, puesto que se extravía por una senda concurrida? Contra los individuos se esgrime la severidad del general, por el contrario es imprescindible el indulto cuando ha desertado entero el ejército. ¿Qué acaba con la ira del sabio? La multitud de los que cometen errores. Comprende que injusto y también peligroso es airarse con un vicio universal.

Séneca

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Propter Sion non tacebis