Nadie puede pecar por mí, y nadie puede ser virtuoso por mí. Pero, si el fuego es siempre caliente y el hielo es siempre frío, la prueba de que yo no soy la causa intrínseca de mi virtud es que no soy siempre virtuoso; y la de que no estoy hecho sólo de pecado, que no siempre peco.
Es necesario que el bien y el mal me irradien, pero no es imposible que los pueda resistir. Sería un pretencioso quien afirmase que se ha hecho bueno a sí mismo. Es más justo decir: "he consentido en hacerme bueno". Y lo mismo para la maldad, que nace con nosotros y no necesita ni trabajo ni maestros.
La causa necesaria del bien es Dios. La causa necesaria del mal algunos la atribuyen a la mera carencia de las criaturas (es decir, el mal metafísico o la imperfección necesaria por no ser Dios), y otros a un agente externo tentador.
En mi opinión aciertan los segundos: alguien no es moralmente malo por no ser Dios; lo es por querer ser malo aun contra su conciencia. Ahora bien, un ser consciente sólo puede renunciar a su conciencia por un engaño, y ese engaño sólo puede proceder de una causa inteligente, pues no es un engaño en las apariencias, sino en los fines. Con todo, engañarse a uno mismo es imposible, porque el agente y el paciente no pueden ser idénticos en las operaciones intelectuales (no cabe pensar y pensarme al mismo tiempo, ni refutar y refutarme); por tanto, hay un engañador. Luego, si Dios no engaña y ha de haber un primer hombre engañado, es el Diablo quien engaña a todo hombre.
El mal no es una idea, es una perversión de la inteligencia. No basta con que sea concebido y entendido: debe ser obedecido incluso pese a la razón. Para persuadir a nuestra voluntad contra nuestra propia naturaleza precisa de intención y conocimiento. No es "ausencia de bien", sino odio al orden.
ResponderEliminar¿Y Cómo se aplica el razonamiento para el primer mal, esto sea la rebelión del ángel sobre Dios, no pudiendo engañarse él a si mismo, y no existiendo antes que él otro engañador? Muchas gracias.
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