Decimos que no podemos conocer con absoluta certeza las mentes de los demás, al ser distintas de la nuestra y exteriores a ella. Pero ni siquiera podríamos conocer nuestra mente si no fuera una, pues se daría exactamente el mismo problema: que sus partes serían distintas y externas las unas respecto a las otras, al existir entre ellas una conexión accidental, no substancial.
Sin el conocimiento seguro acerca de nuestra propia mente, es decir, no conociendo que conocemos, la ciencia sería inútil. Así, Aristóteles:
El que juzga que dos cosas son diversas debe ser uno. Luego el que afirma esta diferencia debe ser idéntico consigo mismo y, de la misma manera, el que la percibe o la piensa. (...) Se afirma que dichos objetos son diferentes ahora; los objetos, pues, deben estar presentes en un mismo momento. Tanto la facultad de discernirlos como el tiempo en que ésta se ejerce deben ser unitarios e indivisibles.
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Propter Sion non tacebis