domingo, 4 de enero de 2015

Adiós a la Navaja de Ockham




Asombra lo incompetente de los argumentos que ofrecen los ateos para minimizar la enorme improbabilidad de la existencia de vida en el universo, empleada por los teístas en apoyo de la tesis del diseño. Por toda refutación, se esgrime que la aparición de vida en un universo antes yermo es tan improbable como el más insignificante de los fenómenos, que acontece en lugar de una infinidad de fenómenos posibles. El ejemplo preferido viene a ser que, dados los millones de combinaciones posibles entre distintos gametos, es sumamente improbable que nazca tal individuo antes que cualquier otro, lo que sin embargo ocurre miles de veces al día en cada alumbramiento.

Ahora bien, dado el sistema reproductor humano, no tiene nada de sorprendente que alguien nazca y que este resultado sea favorecido frente a cualquier otra combinación genética. Es a causa de una limitación en dicho sistema que de ordinario prospera una sola combinación en detrimento de las demás. En cambio, no es una burda limitación del universo, sino un ajuste preciso y prácticamente único lo que provoca el surgimiento de vida.

Toda esta mascarada parte de fingir que no hay nada realmente especial en la vida que la convierta en extraordinaria, salvo lo que nosotros -que, por estar vivos, la apreciamos especialmente- queramos proyectar en la misma. Sin embargo, en términos objetivos, es obvio que la vida posee cualidades inherentes que son extrañas a lo que carece de ella: lo vivo es más ordenado que lo inerte, es capaz de actuar y comprende una variedad muchísimo mayor de fenómenos, que aumenta exponencialmente si nos referimos a la vida de un animal racional. La aparición de inteligencia hace que la naturaleza, hasta entonces inconsciente de sí misma, pueda ser analizada y comprendida. Esto, se nos dice, es irrelevante y tan trivial como que este cuerpo choque con este otro en el torbellino de acontecimientos.

Si realmente el ateo creyera en semejante refutación, no dudaría de la existencia de milagros. Pues, si todos los hechos son igualmente improbables, ya que sucedieron en lugar de tantísimos otros que podrían haber sido, ¿qué le mueve a desconfiar de unos antes que de otros?

Hay que responder en el mismo sentido respecto a la comparación entre la primera génesis de vida y la aparición de un fenómeno frente a los infinitos fenómenos posibles. Aunque a priori fuera infinitamente improbable que A ocurriese antes que no A, ya que A implica innumerables acontecimientos previos, a posteriori no sólo no es improbable que tal sucediese, sino que estaba perfectamente determinado. Sin embargo, la improbabilidad que se señala en el caso del surgimiento de vida no es del mismo tipo, pues no radica en el acontecimiento en sí, mas en las condiciones que permiten el acontecimiento; esto es, no en un solo acontecimiento puntual derivado de otros, sino en la alineación de todos a fin de crear ciertas constantes. Y puesto que estas constantes no son un hecho singular y arbitrario, sino la delicada combinación de todos ellos en orden a producir los demás, no procede responder que esta circunstancia estuvo determinada por otros hechos asimismo naturales. O se la asume como hecho bruto o se presupone un mecanismo generador de universos que pueda dar lugar plausiblemente a éste.

La mitología materialista, olvidándose de la parsimonia a la que la ciencia está obligada, ha ideado el multiverso, una hipótesis fundada en la mera especulación, sin ninguna virtualidad explicativa, mucho más compleja y por tanto mucho menos probable que Dios.

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