jueves, 25 de agosto de 2016

Fatalismo y ratio decidendi




Leibniz, bautizado convenientemente por Ortega como el filósofo de los principios, estableció el principio de lo mejor como parte de su sistema. Se trata de un principio metafísico que, aunque no venga impuesto por ninguna necesidad lógica, se verifica siempre. Podría enunciarse así: "Un ser inteligente, ante una multiplicidad de opciones posibles, elegirá siempre la que le parezca mejor". Cuyo corolario sería: "Un ser infinitamente inteligente y bueno, ante una infinidad de opciones posibles, elegirá siempre la mejor en grado sumo".

Lo mejor para un ser finito e imperfecto es lo que se corresponde con su noción moral o con su interés, o lo que impresiona más poderosamente sus sentidos. Elegir consistiría en dirigir la voluntad a ese fin.

En un ser perfecto, en cambio, lo mejor es aquello que no puede hacerse de otro modo o no hacerse sin que quien así obra o deja de obrar peque gravemente. Es el óptimo moral una vez consideradas sub specie aeterni todas las circunstancias, todos los individuos y todos los cursos de acción.

El principio de lo mejor parece derivar del principio de razón suficiente. Es así que la voluntad requiere de una razón suficiente para determinarse. Concurriendo distintas razones bajo la consideración de un individuo, éste se inclinará por seguir aquella que le impresione o convenza en mayor medida.

Se basa, pues, en este elemental razonamiento:

1) Nadie hace lo que no quiere (distinción entre acción y pasión).

2) Nadie quiere lo que no le parece lo mejor (principio de razón suficiente).

3) Por tanto, nadie hace lo que no le parece lo mejor; o también: todos hacen lo que les parece lo mejor.

De ahí se sigue que el ser perfecto no hace lo mejor por necesidad lógica (es decir, sometido a un hado), sino por necesidad moral (según su propia noción).

Se sigue asimismo que si la creación del mundo no procede de la necesidad, cabe que los seres finitos obren libremente (porque quieren, siguiendo el principio de lo mejor), aunque estén por completo determinados a obrar como obran (por el principio de razón suficiente).

La voluntad es libre si no está sometida a necesidad lógica, es decir, si el resto de cursos de acción no emprendidos por ella no implica una contradicción. Para que un acto sea libre no se exige que esté completamente indeterminado ("como un imperio dentro de un imperio"), sino que se derive de un juicio consciente realizado por el individuo y que dicho juicio no sea lógicamente necesario. Leibniz mostró que tales juicios obedecen al principio de lo mejor, sin venir impuestos por el principio de no contradicción.

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