Llamamos materia a cualquier entidad dotada de extensión.
Llamamos resistencia a la oposición de una entidad a modificar su estado.
Llamamos movimiento a la variación del lugar de una entidad en una sucesión de instantes.
De las anteriores definiciones se desprende:
1. Que el movimiento no es esencial a la materia. Si lo fuera, el cuerpo detenido en un instante sería inmaterial y, puesto que el movimiento es una sucesión de instantes, el cuerpo móvil sería una sucesión de desplazamientos de un ente inmaterial, lo que es contrario a nuestra experiencia.
2. Que la resistencia no es esencial a la materia, toda vez que el acto mismo de resistirse entraña movimiento.
3. Que las nociones esenciales de materia y vacío son indistinguibles, al consistir por igual en la pura extensión sin movimiento ni resistencia. Ello salvando el hecho de que la materia es potencialmente móvil y resistente, mientras que el vacío es necesariamente inmóvil y pasivo.
Si el movimiento no es esencial a la materia, el movimiento no es material. Puede concebirse como interior a la materia (como fuerza) o como exterior a la materia (como causa).
El movimiento concebido como interior a la materia no mantiene relación causal con ella. Es, pues, necesario admitir que bien es coeterno con la materia o bien es cocreado con ella.
Si el movimiento es coeterno a la materia, la armonía entre la materia y las fuerzas que articulan su movimiento resulta un hecho bruto inexplicable. Por tanto, es más plausible sostener que el movimiento es cocreado con la materia, remitiéndose ambos a un principio superior que los conjuga.
Por otro lado, el movimiento concebido como exterior a la materia exige un inicio causal exterior a la materia, ya que sin él nada material empezaría a moverse. Es decir, exige una causa primera inmaterial, el primer motor o móvil en acto.
Ambas hipótesis, siendo las únicas posibles una vez excluidas las demás, conducen a un ser inmaterial y creador distinto del universo, al que nos referimos como Dios.
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Propter Sion non tacebis