Dios es unidad indivisible. Podemos, sin embargo, distinguir en Él atributos y contemplar sucesivamente su realidad y bondad trascendente, la intimidad misteriosa de su naturaleza, su soledad y sus tinieblas.
Moisés dijo: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, sólo Yahveh". En Dios no hay pluralidad, pero podemos sacar provecho de los nombres especiales, particulares y distintivos que atribuimos a Dios y su Ser, al comparar con Él nuestra nada. Lo he dicho muchas veces: mientras que al principio el hombre debe dar a la meditación un contenido temporal enteramente, como el Nacimiento, las obras, la vida y ejemplos de Nuestro Señor, ahora tiene que levantar su espíritu y aprender a volar por encima del tiempo, en vida eterna.
El hombre puede reflejar en su alma eficazmente los atributos de Dios. Considerando que Él es el ser puro, ser de los seres sin identificarse con ninguno de ellos, Dios, lo que es en todo aquello que es ser y bondad. San Agustín dice: "Si ves a un hombre bueno, un ángel bueno, un cielo hermoso, prescinde del hombre, del ángel y del cielo. Lo que queda es la esencia del bien, es Dios. Él está en todas las cosas y muy por encima de todo. Las criaturas contienen, sin duda, un elemento de bondad y de amor, de todo lo que se puede llamar ser, que el hombre puede desear".
En Dios debe sumergirse el hombre con todas sus facultades plenamente por la contemplación de suerte que su nada sea toda entera recibida y renovada. Reciba el ser en el ser divino, único ser, vida y actividad de todas las cosas. Considere enseguida las propiedades de esta simple unidad de única esencia, ser y acción, su conocimiento, su recompensa, su amor, su dirección. Todo no hace más que una cosa: misericordia y justicia. Entra y lleva hasta Él el incomprensible infinito de tu multiplicidad para que Él la simplifique en la simplicidad de su esencia.
Que el hombre considere seguidamente el inexpresable misterio de un Dios del que ha dicho el Profeta: "Verdaderamente, tú eres un Dios escondido" (Is. 45, 15). Está en todas las cosas oculta, de manera más profunda que ninguna lo es a sí misma. Está en el fondo del alma, oculto a todos los sentidos y totalmente desconocido en lo más hondo. Adéntrate allí con todas tus potencias, lejos de pensamientos definidos; olvida tu inclinación a exteriorizarte. Él está más dentro, como extraño al alma y a toda intimidad de vida interior. Por supuesto allá no puede llegar el animal que no vive más que para los sentidos, ni tiene conocimiento ni sentimiento ni conciencia. Sumérgete, ocúltate en el misterio de Dios, bien lejos de toda criatura, de cuanto es extraño al ser y de él difiere.
Esto no se hace por vía de imaginación o de pensamiento determinado. De manera esencial únicamente, actuando las facultades y toda capacidad de deseo por encima de los sentidos, como el acto simple de tomar conciencia. Se considera seguidamente la soledad de Dios en su tranquilo aislamiento donde ni palabras ni obras actúan en la esencia divina. Allí nada turba. Todo es calma, secreto, Dios. Sólo Dios es quien habita allí. Nada extraño puede penetrar en su morada. Ni criatura, ni imagen ni modalidad alguna. De esta soledad habla Nuestro Señor cuando dice por el Profeta: "Conduciré a los míos al desierto y les hablaré al corazón" (Os 2, 14). Es la divinidad calma y solitaria. Allí introduce a todos los que son susceptibles de recibir el soplo de Dios ahora y en la eternidad. La divinidad solitaria, como inmensidades de arena, lleva el fondo de tu alma libre al desierto. Avanza, pues, hasta el desierto de Dios con el fondo tu alma, que ahora está invadido por mala vegetación, vacío de todo bien, lleno de animales salvajes, que son tus sentidos, las potencias abandonadas a su vida bruta y animal.
Contempla luego las tinieblas divinas que, por su inefable fulgor, son oscuridad para las inteligencias humanas y angélicas. Como el resplandor del pleno sol es sombrío y deslumbramiento para los ojos. Toda inteligencia creada, por su naturaleza, frente a esta claridad de Dios es como el ojo de la golondrina mirando al sol deslumbrador. Divino fulgor que nos arroja en ceguera de ignorancia, porque somos criaturas. Hasta allí debes guiar el abismo de tus tinieblas, porque estando privado de toda luz verdadera están realmente en tinieblas. Invoca aquel abismo de las divinas tinieblas, que es conocido de Él solo a quien las cosas desconocen. Aquel abismo desconocido, innominado, beatificante, ejercita y levanta más amor y sed en el alma que cuantos conocimientos podamos alcanzar del ser divino en feliz eternidad.
Juan Taulero
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Propter Sion non tacebis