Llull postula una serie de principios subyacentes a toda realidad:
Bondad
Magnitud
Eternidad
Etc.
Los cuales conviven en la esfera teorética con sus opuestos absolutos:
Maldad (no Bondad)
Parvedad (no Magnitud)
Momentaneidad (no Eternidad)
Etc.
Llull razona:
Estos principios, en su vertiente afirmativa, son entes necesarios, ya que existen por sí y en ellos alcanzan el ser en mayor o menor grado todos los de su género: lo bueno, lo grande, lo duradero, etc. Si tales principios no existieran, deberían existir sus contrarios (pues no hay más que estos dos polos) y, en consecuencia, no podría existir nada bueno, grande, eterno, etc., al no darse la realidad primordial de la que participan. Pero esto es imposible, toda vez que existe lo bueno, lo grande, lo duradero, etc. Por tanto, si se concede que lo bueno, lo grande y lo duradero existen contingentemente, resulta forzoso admitir que la bondad, la magnitud, la eternidad, etc. existen necesariamente. De lo cual se sigue la existencia del ser óptimo máximo, eterno, etc., que es Dios.
Tras haber probado la existencia del óptimo máximo eterno, Llull demuestra que el intelecto es infinito de la siguiente manera:
Si existe el óptimo máximo, éste es un inteligible infinito, ya que no puede ser comprendido por ninguna noción, la cual debe ser necesariamente inferior a él y estar comprendida por él. Por tanto, sólo un intelecto infinito puede comprenderlo. Ahora bien, si no existe tal intelecto infinito, se sigue que el ser óptimo máximo no es inteligible, ni siquiera a sí mismo, y por esta razón no puede ser en grado superlativo, habida cuenta que inteligir es una perfección. En consecuencia, de aceptarse esta premisa, nos veríamos obligados a concluir que el óptimo máximo es en grado superlativo (por su propia definición) y no es en grado superlativo (por su ininteligibilidad), lo que es absurdo. Luego la premisa debe rechazarse, siendo verdadera su negación: que el intelecto infinito existe.
Además, dado que el óptimo máximo eterno puede existir, y si existe debe existir infinitamente (ya que es infinitamente bueno, grande, duradero, etc.), el poder en virtud del cual puede llegar a ser es infinito, en concordancia con la infinitud de lo por él posificado. Dicho poder sólo a él debe atribuirse, ya que nada hay que sea mejor o mayor.
Así, Llull ha logrado fundamentar con sencillez apodíctica que el óptimo máximo eterno es omnipotente y omnisapiente.
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Propter Sion non tacebis