domingo, 20 de marzo de 2022

     


    Puesto que el hombre fue creado libre mediante el arbitrio de Dios, es manifiesto que éste posee libre arbitrio, ya que nadie da lo que no tiene. Además, si Dios tiene un ser intelectual, tiene también voluntad, toda vez que el intelecto no puede existir sin la voluntad. Y dado que Dios tiene el ser primero, por tanto su voluntad es la voluntad primera, la cual no proviene de ninguna otra voluntad. Por consiguiente, lo que Dios quiere lo quiere por su propia voluntad. Y ya que en Dios el ser y la voluntad son lo mismo, lo que dijimos antes sobre el ser de Dios debemos decirlo de su voluntad, a saber, que es inmutable, invariable, eterna, riquísima, plenísima y omnipotentísima. Y como Dios se entiende primero a sí mismo y a su ser, por ello quiere primero su propio ser y su plenísima perfección. Y así como se tiene y se desea a sí mismo, tiene y desea todo bien, todo goce y todo solaz. Por tanto, está en una continua e inseparable felicidad y tiene un goce eterno en su interior. Además, dado que la voluntad en Dios es lo mismo que el intelecto, cuya primera operación es inteligir la palabra y su sentido; la segunda discutir mediante razones si la cosa inteligida es verdadera o falsa, justa o injusta; la tercera aprobar lo verdadero y justo y desaprobar lo falso; luego, puesto que la voluntad y el intelecto son uno en Dios, su voluntad no puede estar en discordia con su intelecto, y por ello Dios nada puede querer contra la razón ni contra el justo juicio del intelecto. Por tanto, las operaciones divinas son justas, razonables, ordenadas, santas y verdaderas, y su voluntad siempre es rectísima, justísima y ordenadísima, la cual no puede torcerse ni extraviarse ni apartarse en modo alguno de la verdad, pues ella misma es la verdad. Y aunque permita que ocurran algunos males y desafueros, nunca los deja desordenados, sino que siempre los dirige a un buen fin.

    De lo anterior se infiere de un modo manifiesto que el hombre nunca debe murmurar contra la voluntad de Dios, sino que ha de soportar con ánimo paciente lo que decrete la divina censura. Y, por ello, la voluntad que es discordante con esta voluntad divina y primera es tortuosa, desordenada e injusta, digna de penas y suplicios.

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    Dios es el ser infinito sumamente real, de inmensa virtud y vigor, una suma naturaleza sumamente activa. Luego se sigue necesariamente que haya en él una producción infinita. Sin embargo, la producción del mundo no es sino la producción de un punto respecto al infinito. Resulta asimismo imposible que el infinito en acto pueda producir de la nada otro igual, dándose dos dioses con actos infinitos opuestos. Es, pues, necesario que Dios produzca un ser infinito en acto de su substancia infinita.

    Vemos también que todas las cosas se apresuran a compartir con las demás lo que han recibido. Pues los cuerpos celestes influyen continuamente en estos inferiores; los elementos se mezclan con todas las cosas corporales; por otro lado, los árboles y las plantas comparten a su vez sus frutos con las cosas sensibles. Tal muestra que dar generosamente es signo de suma nobleza. Pero como Dios es el más noble de todos, por ello dar generosamente le conviene en grado sumo y es para él sumamente natural y máximamente adecuado. Mas conceder y ser son una sola cosa en Dios. Por tanto, como su ser es infinito, su generosidad es asimismo infinita. Y toda vez que ser es necesario para Dios, así es necesario para Dios el dar generosamente. De donde se infiere que es preciso a Dios dar todo lo que tiene, pues de lo contrario no sería un dador infinito. Ahora bien, para que esta generosidad no sea vacua en Dios se sigue necesariamente que si hay un dador infinito haya un perceptor infinito que reciba en sí todo lo que el otro le puede conceder. Por tanto, este perceptor será igual en todo a su dador: igualmente noble, igualmente sublime, igualmente perfecto, infinito, eterno. Y puesto que es mayor la perfección del donar actual que la del donar potencial, y la intrínseca que la extrínseca, la substancial que la accidental, y la que procede de la propia naturaleza que la que es producida de la nada, por tanto es necesario que este dar con largueza sea en Dios desde toda la eternidad, y esta producción substancial, natural y actual resulte tan noble como lo sería producirse a sí mismo.

    (...) 

    El ser de Dios es infinito, inescindible y sumamente simple. Por consiguiente, no puede dar una parte y retener la otra, sino que es necesario que cuando transmite lo haga en su totalidad. De este modo Dios da a otro todo su ser al tiempo que lo retiene íntegramente. La persona que concede y la que recibe tienen el mismo ser indivisible, una sola naturaleza, una substancia, y en nada difieren sino en que uno otorga y el otro recibe; éste tiene el ser divino por sí mismo, mientras que aquél lo tiene por otro; éste es productor, aquél producto; éste es engendrador, aquél engendrado. Mas el que dona no es el que recibe, ni a la inversa. Por tanto, en la esencia divina hallamos dos seres realmente distintos: uno engendrador, otro engendrado; uno padre, el otro hijo.

    Viola animae

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