Si existir fuera ser extenso y temporal, entonces existir sería extenderse y devenir. Pero para extenderse y devenir, o para obrar en cualquier modo, hay que ser, esto es, hay que existir como sujeto. Observa que mientras que el extenderse y el devenir son cuantitativos, admitiendo un más y un menos, el ser o el no ser son cualitativos, admitiendo sólo un sí o un no. De lo que cabe inferir que el ser o -lo que es lo mismo- el existir como sujeto no pueden reducirse al extenderse o al devenir, sino que comprenden la esfera de todo lo que el sujeto hace, esto es, de todo lo que obra, entendiendo por obrar el conservar el propio ser o condicionar el ser de otro. En consecuencia, el ser y el obrar son simultáneos, y nada existe si no obra, a saber, si no se conserva a sí mismo y si no condiciona a aquello con lo que coexiste. Por consiguiente, obrar es existir y existir es obrar.
Sentado lo anterior, habría que examinar si sólo los particulares obran, entendiendo por tales los seres que son en el espacio y en el tiempo. Y es obvio que éste no es el caso, ya que si lo extenso es finito diremos que está limitado por lo inextenso; y si lo temporal es finito, fuerza será conceder que lo limita lo intemporal. El limitar de lo inextenso y de lo intemporal es un obrar, y de ahí se sigue que lo inextenso y lo intemporal existen en la medida en que se conservan a sí mismos y condicionan a los coexistentes. Pues, de lo contrario, éstos, al carecer de oposición, lo serían todo y no tendrían límites.
Además, si el pensar es un obrar y lo pensado es una parte del pensar, va de suyo que lo pensado es una parte del obrar. Ahora bien, si el obrar es existir, lo pensado será también una parte del existir. En el ejemplo anterior, los límites de lo extenso son conceptuales, es decir, no son límites que estén en lo extenso y que puedan ser objeto de experiencia sensorial. Sin embargo, he concluido que son límites existentes, pues de no serlo lo extenso sería infinito, y no lo es, o estaría limitado por un no-ser, lo que conlleva admitir el siguiente absurdo: que lo que no es obra algo en lo que es. Por tanto, no es cierto que lo meramente pensado o pensable sea inerte y fantasmagórico.
Para poder pensar cualquier número se precisa que éste sea idéntico a sí mismo y distinto a otros, esto es, que conserve el propio ser y condicione el ser ajeno. Así pues, lo numérico estaría en las coordenadas de lo que he definido como existente. La materia y los seres compuestos por ella, en cambio, se diría que no están perfectamente comprendidos en esta definición, ya que, aunque se condicionen recíprocamente, nunca son iguales a sí mismos. ¿Afirmaremos entonces que lo material conforma un género híbrido de semiexistencia en el que la apariencia y la realidad se entremezclan? No lo afirmaremos precisamente porque los números existen y son el fundamento de la existencia de lo material. Sería legítimo afirmar que la materia es inexistente si fuera absolutamente desigual a sí misma, como lo es en figura, tamaño y lugar, al estar en perpetuo flujo. Pero la materia es igual a sí misma en el sentido de que nunca es más o menos que ella misma, puesto que se mantiene en su número.
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Propter Sion non tacebis