lunes, 1 de mayo de 2023


Dios, en tanto es la verdad absoluta y la fuente de toda comprensibilidad, es comprensible, ya que nada puede dar aquello de lo que carece. Sin embargo, en tanto es la verdad que no deriva de ninguna verdad, Dios es incomprensible. Es así que, al no poder darse un regreso al infinito en la comprensión, Dios no puede ser comprendido; pero al ser causa de todo lo que es comprendido, y a la vista de que la causa es superior al efecto, Dios no puede ser comprendido en menor medida que todo lo que sin ser Dios es comprendido, y ha de ser por esta razón máximamente comprendido. 

De modo que Dios no es comprensible por medio de otro, sino por sí mismo. Sólo puede accederse a Dios por Dios. Luego quien accede a Dios nunca se ha separado intelectualmente de Él, dándose meramente una separación en el orden moral o sensible. Dios es el fundamento de todo inteligir, el cual sólo puede ser comprendido cuando es aceptado como el fundamento de todo obrar. Si acaece un obrar ajeno a Dios, Dios se vuelve extraño al intelecto y se oscurece en él, al tiempo que éste permanece enajenado.

Hemos dicho que Dios tiene una doble naturaleza: incomprensible y comprensible. La primera corresponde a la persona del Padre y la segunda a la del Hijo. Por tanto, Padre e Hijo no difieren en su actividad (lo que equivaldría a diferir en su existencia), sino en su comprensibilidad. Por ser la primera verdad, Dios es absolutamente incomprensible por otros y absolutamente comprensible por sí mismo. La autocomprensibilidad de Dios propicia su desdoblamiento, ya que nada puede ser sujeto y objeto pleno de su propia acción.

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Propter Sion non tacebis