Un universo continuo no puede albergar oposición. Luego o existe sin que se den en él contrarios o no existe en absoluto.
En cambio, un universo discontinuo, aunque sea uno, no es fuente de su propia unidad, al no poder ser sujeto de predicados contradictorios. Es uno por participación, es decir, es todo lo que es el uno (excepto su no ser participante), mientras que el uno no es todo lo que es su parte, a saber, no es divisible ni temporal.
Al no ser un verdadero uno dada su discontinuidad, el universo puede ser un todo sin estar obligado a compartir por igual todos los predicados con sus partes. Por ello, todo lo que se predica de las partes se predicará del todo como agregado, no como unidad, y no todo lo que se predica del todo se predicará por igual de cada una las partes.
Ahora bien, el todo, aun no siendo un verdadero uno, debe ser un verdadero todo. El todo sólo es verdaderamente todo si es por completo participable, es decir, si no tiene predicados exclusivos que no puedan predicarse asimismo de alguna de sus partes, exceptuando aquellos que son propios del ser todo. El no ser participante, el ser ingénito e inmutable y el ser en grado supremo en su género son inherentes a todo todo, no así el ser infinito en extensión. Por consiguiente, ningún todo es infinito en extensión, ya que o bien las partes serán infinitas y por ello no serán partes, o bien no compartirán este predicado con el todo y no serán partes de un solo todo, pues participarán de algo más o no participarán de él completamente.
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Propter Sion non tacebis