lunes, 18 de diciembre de 2023


Algazel creyó, con al-Ash'ari y otros, en un dios sin logos, pura voluntad omnipotente. Según esta doctrina, Dios es absolutamente libre e independiente de las categorías de lo bueno y lo malo. Si lo desea puede decretar que no creer en Él sea la condición para convertirse en musulmán, y que creer en Él sea la condición para devenir infiel. Esta tesis está en concordancia con el ethos islámico que ordena la castidad en la tierra y permite orgías eternas en el cielo. Si Dios lo manda, es justo; y si Dios lo dice, es verdadero. Por este motivo, este autor tampoco acepta que quepa atribuir mentiras a Mahoma, de modo que todas las recompensas del Paraíso (la comida, la bebida, los vestidos y las huríes) deben tomarse a la letra, no como símbolos de realidades superiores. Clasifica como herejes a los que ofrecen interpretaciones espirituales de las recompensas ultraterrenas.

Algazel no fue sólo un gran teólogo del islam; también fue un eminente jurista. Como tal, sostuvo que la vida y la propiedad del infiel no son inviolables (cfr. Jami at-Tirmidhi 2606), y que en atención a esto el musulmán debe guardarse de imputar infidelidad a quien ha hecho la profesión de fe. Sobre este punto dictaminó que "errar por dejar con vida a mil infieles es mejor que errar vertiendo siquiera una jícara de la sangre de un musulmán". Afirmó asimismo que el creyente sólo debe aceptar la revelación del Corán para serlo, aunque pueda interpretarlo erróneamente en algún aspecto. Entre los infieles incluyó a la Gente del Libro, compartiendo rango con los idólatras.

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Propter Sion non tacebis