Es evidente que si Dios existe nada puede causarle menoscabo, al trascender todo lugar, todo tiempo y todo poder. Asimismo, siendo Dios el sumo bien, no es posible atribuirle maldad o ignorancia en ningún grado. De ello el islam deduce falsamente que Dios no puede rebajarse a la condición humana ni padecer. La inferencia es incorrecta, puesto que del padecimiento no se sigue ignorancia o maldad si no va acompañado de alguna suerte de negligencia o culpa. Quien sufre un mal injusto no comete por ello ninguna injusticia ni queda en una posición vergonzosa. Tampoco es signo de impotencia. Aquel que ordena su propio padecimiento no está bajo el poder de otro ni cae en él por estupidez o por ser reo de un crimen, sino que se subyuga voluntariamente.
Decir que Dios al sufrir experimenta erosión o desdoro en su divinidad es dar por hecho que Dios sólo es capaz de lo grande y lo brillante, pero se arredra y queda intimidado ante lo pequeño y mísero, que estima indigno de su majestad. Esta concepción de Dios es tan estrecha y sacrílega como la del pagano que lo confina a cierto templo, cierta ciudad o cierta región del aire. Dios, que puede lo más, también puede lo menos. Y aunque ciertamente no puede ser humillado, puede humillarse. Por tanto, se humillará si ello permite a su bondad manifestarse eficaz y universalmente, y pecará si se abstiene de hacer tal cosa por una fatua consideración de sus prerrogativas.
El dios del islam es un dios enclaustrado en la esfera de la sublimidad inaccesible. Observa a los mortales con desdén y los amenaza con calamidades sin cuento si dudan de él y no se someten por completo a su poder. Ser despreciado en este mundo es para el musulmán un indicio de ser despreciado por Dios y relegado al bando de los perdedores, por cuya razón el Corán se escandaliza ante la crucifixión de Jesús y niega que haya sucedido. Comparte con quienes lo crucificaron la creencia de que una muerte ignominiosa, aun exenta de dolo, desposee de todo honor. Lo que le fue revelado a Sócrates le fue ocultado a Mahoma: el mal brota del corazón pero resbala por las llagas. Nadie es malo por lo que padece, ni padece necesariamente por ser malo. El prurito del islam de abatir, sojuzgar o deshonrar al enemigo es por ello teológico, pues juzga propio de quien está alejado de Dios el vivir postrado y ser siervo de los creyentes.
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Propter Sion non tacebis