jueves, 5 de marzo de 2009

Enemigo del comercio




Algunos legisladores han aprovechado el progreso de las luces que desde hace unos cincuenta años se desarrolla rápidamente de un extremo a otro de Europa; han investigado todos los sectores de la administración, los medios para favorecer la población, para promover la industria, para conservar las ventajas de una determinada situación y procurar otras nuevas. Se puede asegurar que los conocimientos conservados por la imprenta no van a extinguirse y que aún aumentarán. Si algún déspota quiere sumir a su nación en las tinieblas siempre habrá naciones libres que la volverán a la luz.

En épocas ilustradas es imposible fundamentar una normativa sobre errores; la propia charlatanería y mala fe de los ministros son apercibidas rápidamente excitando la indignación. Es igualmente difícil volver a un fanatismo destructor como el de los discípulos de Odín o de Mahoma; no se podrían aceptar hoy en ningún pueblo prejuicios contrarios al derecho de gentes y a las leyes de la naturaleza.

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La religión, cada día más esclarecida, nos enseña que no hay que odiar a los que no piensan como nosotros; se sabe distinguir hoy el espíritu sublime de la religión de las supersticiones de sus ministros; hemos visto en nuestra época a las potencias protestantes en guerra contra las potencias católicas, y ninguna insistir en el empeño de inspirar a sus pueblos ese odio brutal y feroz, que se tenían en otras épocas, incluso durante la paz, entre pueblos de diferentes sectas.

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El comercio, como las luces, disminuye la agresividad, pero igual que aquélla limita el entusiasmo de la estima, éste limita quizá el entusiasmo por la virtud: restringe poco a poco el espíritu de altruismo reemplazándolo por el de justicia, suaviza las costumbres civilizadas por la ilustración; pero al inclinar los espíritus más hacia lo útil que hacia lo bello, hacia lo grande más que hacia lo sabio, altera quizá la fuerza, la generosidad y la nobleza de las costumbres.


D'Alembert

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Propter Sion non tacebis