El emergentismo afirma que la mente es un producto emergente de la masa orgánica del cerebro. Esta forma de concebir las cosas nos hace creer que primero aparece el cerebro y luego el pensamiento, como si activásemos una máquina que ha permanecido fuera de funcionamiento durante un tiempo determinado. En realidad no se da nunca el uno sin el otro. En el mismo momento en que el cerebro empieza a desarrollarse, o hay un mínimo vestigio del futuro órgano cerebral, el pensamiento le acompaña. No emerge, pues no encontramos un lapso temporal en que el cerebro sea sin pensamiento: la existencia de ambos es simultánea. Y donde hay relación de simultaneidad, no puede hablarse de relación de causalidad en términos de emergencia.
Te preguntas cómo va a haber actividad mental del tipo que sea en una célula o en un pequeño conjunto de células. No niego que toda actividad que requiera el estímulo externo para llegar a ser (por ejemplo, la vista, el olfato, la digestión, etc.) exige necesariamente una estructura compleja que medie entre el lugar en el que los datos son captados y aquel en el que se procesan. Pero el pensamiento, que es actividad en sentido fuerte, no requiere ningún tipo de excitación para llegar a ser.
La capacidad de ser o ser activo por sí mismo no puede ser adquirida, ya que si lo fuera dependería de que algo sucediese e iniciase extrínsecamente dicha actividad. Sería como sostener que la partícula A es indestructible sólo desde que forma un sistema con la partícula B, a partir del cual dicha propiedad de indestructible emerge para la superficie ocupada por ambas. Nada más absurdo, por el siguiente razonamiento:
1) Si son indestructibles al unirse, ¿por qué hubo un tiempo en el que estuvieron separadas, esto es, de(con)struidas? ¿No es como decir que son indestructibles y, aun así, destructibles?
2) Si eran indestructibles antes, ¿qué añadió su unión, puesto que la indestructibilidad no admite grado ni precisa el contacto con el exterior para definirse?
Así como el carácter de la indestructibilidad conlleva la supresión del efecto externo sobre la partícula, la naturaleza del pensamiento entraña la negación de que un ente distinto a mí piense en mi lugar o adicione algo a mi actividad mental para convertirla en pensamiento. Esto es lo que cabe afirmar de la virtud de pensar, que depende de sí misma porque no es tabula rasa.
Vemos, además, que todo cuerpo puede transformarse en otro, y que los cuerpos más complejos son sólo el resultado de sucesivas transformaciones desde estadios más simples. Ergo, en todo cuerpo hay vestigios de un cerebro.
Por otro lado, no hay pensamiento sin ideas, que son su objeto propio e inmanente. Se sigue de lo dicho que todo cuerpo piensa. Y en tanto que nacer o convertirse en órganos es un accidente que experimentan algunos cuerpos, deducimos que toda idea es innata, previa a la generación orgánica del ser capaz de procesarla conscientemente.
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Propter Sion non tacebis