En su decadencia el hombre se pregunta qué tiene de especial su estirpe para ser digna de algún desvelo o acreedora de un cuidado superior al de cualquier criatura reptante. Nuestro origen es tan material como el de las bestias, rigiendo idénticas leyes para todos los cuerpos en cada uno de sus estados. En fin, donde Naturaleza ha hablado tan clara e imparcialmente, ¿qué más pueden añadir los vanidosos mortales?
Sin embargo, estos principios no están exentos de irracionalidad. El materialismo, para el que la inmanencia de lo empírico debería ser la única regla, asume una teleología al postular que deben preservarse aquellos animales que presenten características típicamente humanas, como la inteligencia, el sufrimiento o la habilidad social. En cierto modo se está admitiendo que la dirección humana es la correcta, aunque se haga sin reflexión.
Ahora bien, el hombre no es objetivamente bueno, sino que es sólo bueno para el hombre. Ni de su mayor raciocinio ni de su carácter emocional se sigue un beneficio directo para todo lo que escapa al círculo de sus intereses sociales. De su existencia tampoco deriva un aumento del orden del mundo o de su belleza. La defensa del hombre, pues, ha de hacerse desde el hombre mismo y no desde abstractas categorías transversales popias de idealistas.
Debemos, en primer lugar, proteger a los humanos porque son los únicos con los que podemos reproducirnos y, por ende, perpetuar nuestros fines, cometido éste de las disciplinas morales.
En segundo lugar, porque nada posibilita tanto la felicidad del individuo como la felicidad del grupo en la que se incluye, y cuya armonía es objeto de la ética.
En tercer lugar, porque todo precepto injusto contra un hombre es susceptible de ser aplicado contra la humanidad, lo que es materia del derecho en cuanto se ocupa de la justicia.
En cuarto lugar, porque el amor de sí es imperfecto y odioso si se plantea en oposición al amor al prójimo, contraviniendo la religión.
Igualar siquiera parcialmente al hombre con otras especies animales es igualarlo por lo bajo. Impedir la instrumentalización de lo no humano u objetar reparos a la explotación de criaturas serviles es presuponer un fundamento común para hombres y bestias, que sólo puede ser un bajo fundamento y un fundamento servil (la sensibilidad, los procesos cognitivos elementales, etc.). Así, no se puede renunciar a la supremacía humana sin degradar al hombre, lo que conlleva relativizar sus fines, minar su felicidad, cuestionar su supervivencia y reducir sus méritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Propter Sion non tacebis