sábado, 20 de junio de 2009




En mi caso la fe en Dios es también una adhesión a la teoría platónica de la verdad. La adaequatio tomista y positivista exige a la verdad la efectividad además de la consistencia. Supone una identificación extrínseca de lo verdadero, y por ende incompleta, en tanto que no da razón de las proposiciones futuras y ciertas (por ejemplo, "Si no mueres, vivirás").

Si lo verdadero, como lo falso, se agotase en sí mismo, no habría ningún modo de relacionar una verdad con otra, ni de oponerlas todas a sus contrarias, al no contar con ningún denominador común suficientemente amplio que nos permitiera denominar "verdades" a la pluralidad de las mismas. Es por ello que se debe definir la verdad como el mundo de las ideas, esto es, como la no contradicción recíproca de lo inteligible.

Ahora bien, si las ideas fueran meras posibilidades de inteligencia, su ser real dependería de seres inteligentes que las idearan, es decir, que las articulasen proposicionalmente en un determinado momento. Como esto es absurdo, en la medida en que la verdad es eterna, debemos concluir o bien que no depende de seres inteligentes (lo que va contra la definición), o bien que depende de un Ser inteligente y eterno.

Por consiguiente, ninguna verdad puede afirmar que no hay Verdad. Pues, para que algo pudiera ser verdad, tendría que ser falsa aquella afirmación. Luego, si hay verdad, también hay Verdad.

De ahí se infiere que la Verdad no es empírica, porque no contamos con un denominador común para este tipo de evidencias; ni lógica, ya que no se dan reglas formales superiores que puedan determinar su validez. Es, entonces, una entidad supraempírica y supralógica, distinta a todo existente y a todo lo expresable.

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Propter Sion non tacebis