Hemos sostenido que todo cambio sucede fuera del tiempo y fuera del mundo. Esta aseveración puede parecer absurda, pero nada hay más razonable si se la examina bien. Vuelvo al ejemplo del argumento:
Supón que en un instante estás vivo y en el siguiente estás muerto. Aproxima estos instantes tanto como gustes. En cualquier caso, estarás vivo en el instante anterior y muerto en el posterior, concediendo que es imposible que estés vivo y muerto en el mismo instante. Es decir, no habrás empezado a morir en el primer instante y ya habrás muerto en el segundo. Lo que significa que el acto de morir no sucederá nunca, ni en el primer instante ni en el siguiente, ni en ninguno intermedio si lo hubiere, por lo que habrás muerto sin morir. No puede objetarse que el cambio sucede en el tiempo pero sin tiempo (instantáneamente), pues todo cambio es un movimiento y todo movimiento exige tiempo. A la vista de ello, caben tres posibilidades:
a) Que la muerte suceda sin morir, esto es, como un hecho bruto, sin causa.
b) Que la muerte no suceda en realidad, sólo en apariencia.
c) Que la muerte suceda fuera del tiempo y fuera del mundo.
Si estimamos que a) y b) son inadmisibles, sólo queda aceptar la tercera posibilidad. Esta conclusión es extensible a todo cambio, no sólo al morir, pues cuando algo cambia pasa del ser al no-ser o del no-ser al ser, o lo que es lo mismo, de ser de cierto modo a no serlo y viceversa. La aporía se debe a que el movimiento es infinitamente divisible mientras que el acto por el que algo muda en su contrario es indivisible.
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Propter Sion non tacebis