La lujuria y la avaricia no son percibidas naturalmente como faltas, ya que parecen procurar el bien del hombre y están asociadas a una suerte de alegría. Sabemos por revelación que son nocivas por atraernos a los círculos inferiores y alejarnos de los superiores.
Es fácil ridiculizar al lujurioso y al avaricioso desde un lugar más elevado, sub specie virtutis. En ausencia de dicha elevación, lejos de ser objeto de escarnio, el vicioso capaz de aumentar su placer y su poder por encima del estándar social debe ser visto como un ser superior en términos absolutos y al margen de la moralidad corriente.
Si no hay realidades elevadas o deprimidas tampoco hay actos a los que quepa atribuir superioridad o inferioridad moral. Podremos juzgar sobre su utilidad o conveniencia, pero no sobre su bondad o maldad. La distinción entre el bien y el mal exige diferenciar un arriba de un abajo.
El Dios ha muerto de Nietzsche significa exactamente esto: destruidas las realidades superiores, no hay morales superiores, sólo morales más fuertes.
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Propter Sion non tacebis