Si algo experimenta alteración, es y no es; si es y no es en el mismo instante, no es nada; si es y no es en una sucesión de instantes, no es eterno; si no es eterno, no es necesario; si no es necesario, no es por sí mismo.
En consecuencia, todo ente cuya forma cambia, ya sea experimentando crecimiento, decrecimiento o alteración de cualquier otra clase, no tiene la forma por sí mismo, sino que la tiene por otro. Ahora bien, el universo es este ente.
Si a la consideración anterior se añade el que la materia no puede existir sin la forma, pues sería toda ella desmesura, ni grande ni pequeña, ni igual ni desigual, existiendo y no existiendo a la vez en el flujo perpetuo, la conclusión es clara: siendo la forma contingente también lo será la materia, como ya sostuve en el Argumento Hilemórfico de la Contingencia.
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Propter Sion non tacebis