sábado, 31 de agosto de 2024

El Argumento de la Unidad de Todas las Unidades




O bien la causalidad es una relación entre la causa y el causado sin formar entre ellos un vínculo necesario, sino que tal vínculo les sobreviene en el tiempo; o bien todo causado está siempre en su causa y reside en ella incluso antes de manifestarse. No es posible que el vínculo sobrevenga en el tiempo, ya que el causado nunca es sin su causa, ni ésta deviene causa del causado cuando el causado ya es, dado que si ya es no precisa de causa. Ahora bien, tampoco es posible que el causado esté en su causa antes de manifestarse como tal, puesto que el obrar de la causa produce el causado, y si éste ya preexistiese en la causa, el obrar de la causa sería vano, pues nada causaría. Sin embargo, el causado procede de su causa como una parte procede de un todo, siendo tal proceder el manifestarse de la diferenciación entre el causado y su causa. Por tanto, aunque la diferenciación del causado respecto a su causa le sobreviene en el tiempo, el vínculo entre ambos se da siempre, por lo que ha de decirse que el causado está siempre en su causa, ya sea diferenciándose de ésta, ya de manera indiferenciada o latente.

Así, tarde lo que tarde el causado en diferenciarse de su causa, siempre es uno con ella, como el todo con sus partes o la mente con sus ideas. Tanto si se demora un tiempo finito en diferenciarse como si lo hace en un tiempo infinito, la unidad con su causa permanece. Luego, por más que los causados se multipliquen en el tiempo en un incesante diferenciarse de sus causas, tal diferenciarse fluye a partir de una unidad subyacente y preexistente. Luego, si hay un devenir de causas y causados, hay también una unidad distinta al devenir que es en sí misma causa única del devenir. Ésta, al ser la unidad de todas las unidades, no puede diferenciarse de nada y es en todo de manera eminente o máxima. Y, como todo procede de ella y no hay nada mayor que ella ni más allá de ella, todo se dirige a ella, cerrando el círculo de la procesión. Nada es más amable o digno de ser deseado; nada la iguala en bondad, verdad o belleza, puesto que une todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello, siendo el origen de su ser y el fin de su perfección, el nexo perpetuo entre lo más bajo y lo más alto.

El Argumento de la Nada Operante




Si la parte es posible, el todo participado por la parte es posible, considerado que sin todo no hay participación y sin participación no hay parte. Asimismo, si lo que está en potencia es posible, también es posible lo que está en acto, ya que lo que está en potencia depende de lo que está en acto. Por ello, lo que puede ser movido depende de lo que ha de transmitirle el movimiento; por lo que, si es imposible que el motor sea, también lo es que algo pueda ser movido.

Toda causa es un todo para su efecto, que es su parte; y todo todo es una causa para su parte, que es su efecto. Este principio es válido para las causas esenciales, a saber, aquellas que deben obrar continuamente para que el efecto exista. Así, el sol es al mismo tiempo y en idéntico sentido el todo y la causa del rayo, que es su parte y su efecto. Por tanto, un todo que no sea causa, sino un mero agregado de sus partes, como la humanidad respecto a los hombres o un montón de arena respecto a los granos que lo componen, no es un verdadero todo.

Si un verdadero todo no fuera causa de sus partes, la causa sería o bien parte de sus efectos o bien ni parte ni todo. Pero la causa no puede ser parte de sus efectos, ya que de lo contrario será ontológicamente anterior a ellos en tanto causa y ontológicamente posterior a ellos en tanto parte, concedido el axioma de que la parte es inferior al todo. La causa tampoco puede ser ni parte ni todo, por la ley del tercio excluso; y si la causa es el todo de algo, sólo puede serlo de sus efectos. Luego, un verdadero todo debe ser causa de sus partes.

Aún más, puesto que la causa es indivisible en relación a su efecto, pues la totalidad de la causa y no sólo parte de ella produce el efecto, debe sostenerse también que un verdadero todo es uno e indivisible en relación a su efecto, así como una parte es múltiple y divisible en relación a su todo. Esto es evidente toda vez que, si sólo hubiera una parte indivisa, sería indistinguible del todo al que pertenece.

Participa de la nada todo ser del que es posible predicar la inexistencia, es decir, todo ser que no existe siempre ni existe siempre del mismo modo ni existe sin limitaciones. Dado que, si en un lapso de tiempo tal ser en parte existe y en parte no, se sigue que en parte es ser y en parte es nada. Ahora bien, si algo en parte es nada, participa de la nada; y si algo participa de la nada, la nada es un todo y es causa de su parte. El causar de la nada, como cualquier otro causar esencial, es un impedir al efecto ser causa de sí mismo y a la parte ser un todo para sí misma.

Si la nada fuera necesaria, entendiendo por tal la ausencia de todo mundo, obraría el ser-imposible del mundo, al impedir su existencia. Pero el mundo existe. Luego, la nada no es necesaria.

Si el mundo fuera necesario, obraría el ser-imposible de la nada, al impedir su existencia. Pero la nada existe, dado que obra, y su obrar es el impedir que el mundo exista siempre, exista siempre del mismo modo o exista sin limitaciones. Luego, el mundo no es necesario.

Si el mundo no es necesario, el mundo tiene una causa fuera del mundo, y ésta no es la nada, cuyo causar radica en impedir que el mundo lo sea todo, pero no en producir el mundo. Por consiguiente, la causa de la existencia del mundo es Dios, ya que no hay otro ser que Dios una vez se ha excluido el mundo y la nada.

jueves, 22 de agosto de 2024


Todo lo finito se opone a su contrario y basa en ello su perseverancia.

Oponerse es obrar, y obrar es existir. Por tanto, todo lo finito obra y existe.

Todo cuanto está dividido es finito. Por consiguiente, todo cuanto está dividido obra y existe. Su obrar es más potente si su ser es menos diviso, pues el estar dividido es un padecer.

Las ideas verdaderas son finitas por estar divididas, se oponen a sus contrarios por ser finitas, y su oponerse es su ser pensable y su perseverar. Por tanto, las ideas verdaderas obran y existen.

El corolario de esta argumentación es que, cuanto más elevada y menos divisa es la verdad que perseguimos, más potentemente obra en nosotros y menos nos pertenece.

El Argumento de lo Verdadero y Máximamente Real




Obrar y existir son indistinguibles.

Lo que obra en mayor grado existe en mayor grado, y lo que obra en menor grado existe en menor grado.

La realidad de una idea es su ser inteligible, así como la realidad del número es su ser numerable. Lo que no es inteligible en la idea ni numerable en el número no es nada que deba predicarse de ellos.

La verdad de una idea es su ser demostrable. Una idea verdadera por su demostrabilidad sin considerar ningún estado de hecho, es decir, verdadera a priori, lo es siempre e indefectiblemente.

Cuando inteliges una idea verdadera recibes de ella su ser inteligible y ella no recibe nada de ti. Por tanto, la idea obra y tú padeces. Por consiguiente, ella existe en mayor grado, como causa, y tú en menor grado, como efecto.

Así pues, el obrar de las ideas es su ser verdaderas e inteligibles, el cual, al darse siempre e indefectiblemente, no depende de que su verdad sea enunciada ni su noción inteligida, de la misma manera que la causa no depende del efecto.

Por el contrario, el obrar de todo lo sujeto al movimiento está sometido a un continuo crecer y decrecer, es decir, es un obrar variable y defectible.

Síguese, pues, que las ideas verdaderas obran y existen en mayor grado que lo que está sujeto al movimiento, ya que no se agotan o desfallecen ni están sometidas a las limitaciones del espacio y el tiempo.

Asimismo, lo que recibe el obrar de otro en menor grado es más real que lo que recibe el obrar de otro en mayor grado. Es así que, dado que obrar y existir son equivalentes, quien recibe el obrar de otro recibe el existir y el ser real de otro. Ahora bien, todo cuanto se mueve es inteligible y numerable mediante la idea y el número, sin los que nada podría existir ordenadamente, mientras que éstos no son susceptibles de movimiento ni reciben acción alguna. Luego, las ideas verdaderas son más reales que lo que está sujeto al movimiento.

Asimismo, la causa es más real que el efecto. Pruébase el aserto del siguiente modo: La causa total antecede al efecto total, por lo que requiere menos antecedentes para existir y es, por este motivo, más real que aquello que requiere más antecedentes para existir. Así, en la serie N1 → N2 → N3, se aprecia que N2 requiere menos antecedentes que N3, y N1 menos que N2 y N3, por cuya razón N1 es más real que N2, y N2 es más real que N3.

Por tanto, las ideas verdaderas, siendo más reales y obrando en mayor grado, son causa de lo que está sujeto al movimiento, y no a la inversa.

La relación de causalidad entre las ideas y lo sujeto al movimiento puede ser atemporal o temporal. Si es atemporal, causante y causado serán coeternos. Pero si es temporal, el causante no causará siempre al causado, el cual obtendrá su ser a partir de cierto momento.

Si la relación de causalidad entre las ideas y lo sujeto al movimiento fuera atemporal, todos los movimientos inteligibles que pudieran demostrarse a partir de sus condiciones iniciales serían reales siempre e indefectiblemente, al depender la realidad de éstos de la verdad de aquéllas. Esto no sólo es falso según nuestra experiencia, en la que un acontecimiento sucede a otro en el tiempo, sino que repugna a la lógica, ya que algo sería una cosa y su opuesto simultáneamente en la medida en que ambos estados derivaran de un movimiento demostrable.

Debe, pues, concluirse que la relación de causalidad entre las ideas y lo sujeto al movimiento es temporal. En consecuencia, las ideas, siendo reales fuera del tiempo, causan la realidad de lo que está en el tiempo y la del tiempo mismo.

Llamamos creación al acto por el que un ente pasa del no-ser al ser a causa de otro. En estos términos, las ideas crean de la nada todo lo móvil.

Que algo exista en lugar de nada, o esto en lugar de aquello, es un acto del intelecto y la voluntad, por el cual ciertas ideas son preferidas a otras y cierto orden se impone a los demás órdenes posibles. Ahora bien, las ideas son objetos del intelecto y la voluntad, lo que conlleva que, como tales, carecen de voluntad e intelecto.

Puesto que la creación de lo móvil es un acto de la voluntad y el intelecto, se sigue que el creador debe ser distinto de las meras ideas, aunque se valga de ellas. También ha de distinguirse de lo creado, ya que nada puede crearse a sí mismo. Es decir, el creador debe ser Dios increado, cuya mente alberga las esencias de la creación, cuyo entendimiento juzga ser mejor un orden de cosas que otro, y cuya voluntad decide hacerlo efectivo en un instante particular.

miércoles, 21 de agosto de 2024


En una serie numérica acotada, como la serie de números entre 0 y 1, aunque los elementos de la serie sean infinitos, la probabilidad de cada uno de ellos es igual, y la suma de todas las probabilidades infinitesimales es 1 o 100%. En atención a la homogeneidad en la asignación de probabilidades a sus elementos, esta serie tiene una distribución uniforme.

Sin embargo, en una serie numérica no acotada, como la que va de 0 a infinito, no podemos asignar una probabilidad concreta homogénea a ninguno de los números, por lo que será una serie con distribución no uniforme. De modo que, si la probabilidad es la misma para cada elemento y ésta es superior a cero, la suma de todas las probabilidades será superior al 100%, lo que es contradictorio; y si no es superior a cero, será cero, lo que significa que ningún elemento tendrá la menor probabilidad de darse. Por consiguiente, no es posible asignar la misma probabilidad superior a cero a cada uno de sus elementos, ya que ello conduce a absurdos, de lo que resulta que una serie no equiprobable de infinitos elementos nunca se materializará o tendrá una probabilidad menor de materializarse conforme avance, siendo una probabilidad infinitamente pequeña si ya ha avanzado infinitamente.

Ahora bien, la serie de causas y efectos se compone de elementos discretos, lo que significa que entre una causa y un efecto no siempre hay una causa intermedia, a diferencia de lo que sucede con la serie numérica. La razón es que si entre una causa y un efecto siempre se pudiera introducir otra causa necesaria, la totalidad de causas nunca sería causa suficiente, ya que siempre podrían añadirse causas necesarias, y, por tanto, nunca se producirían efectos.

Tomemos el ejemplo de dos progenitores: ambos por separado son causas necesarias pero no suficientes para engendrar un hijo, mientras que tomados en su conjunto son la causa necesaria y suficiente del efecto. Sin embargo, si siempre cupiera introducir un tercer progenitor que fuera causa necesaria, la tercera causa intermedia necesaria haría que las dos anteriores no fueran suficientes por sí solas. Lo mismo sucedería con una cuarta causa necesaria pero no suficiente, y así ad infinitum, lo que provocaría que la suma total de causas nunca fuera causa suficiente del efecto, de manera que ningún efecto se produciría. Tener una causa suficiente equivale a estar absolutamente determinado a existir, esto es, a que la probabilidad de existencia sea 1.

Así, habiendo establecido que la serie de causas y efectos se compone de elementos discretos, debemos concluir que, si ha de existir efectivamente, no puede tratarse de una serie infinita en acto, sin un elemento primero, ya que o bien será absurda y, por tanto, imposible si la probabilidad de sus elementos es la misma, o bien la probabilidad de sus elementos sucesivos tenderá a cero, es decir, lo existente tenderá a la inexistencia y cualquier estado de cosas tendrá una probabilidad infinitamente pequeña de existir pese a poseer infinitas causas suficientes. Por consiguiente, dado que la sucesión de causas y efectos existe efectivamente, y la probabilidad de cada elemento es 1 y no decreciente en un universo determinista, es falso que se dé una sucesión infinita de causas y efectos en el pasado, pues ésta sólo puede ser en acto, determinando homogéneamente todos sus efectos.