O bien la causalidad es una relación entre la causa y el causado sin formar entre ellos un vínculo necesario, sino que tal vínculo les sobreviene en el tiempo; o bien todo causado está siempre en su causa y reside en ella incluso antes de manifestarse. No es posible que el vínculo sobrevenga en el tiempo, ya que el causado nunca es sin su causa, ni ésta deviene causa del causado cuando el causado ya es, dado que si ya es no precisa de causa. Ahora bien, tampoco es posible que el causado esté en su causa antes de manifestarse como tal, puesto que el obrar de la causa produce el causado, y si éste ya preexistiese en la causa, el obrar de la causa sería vano, pues nada causaría. Sin embargo, el causado procede de su causa como una parte procede de un todo, siendo tal proceder el manifestarse de la diferenciación entre el causado y su causa. Por tanto, aunque la diferenciación del causado respecto a su causa le sobreviene en el tiempo, el vínculo entre ambos se da siempre, por lo que ha de decirse que el causado está siempre en su causa, ya sea diferenciándose de ésta, ya de manera indiferenciada o latente.
Así, tarde lo que tarde el causado en diferenciarse de su causa, siempre es uno con ella, como el todo con sus partes o la mente con sus ideas. Tanto si se demora un tiempo finito en diferenciarse como si lo hace en un tiempo infinito, la unidad con su causa permanece. Luego, por más que los causados se multipliquen en el tiempo en un incesante diferenciarse de sus causas, tal diferenciarse fluye a partir de una unidad subyacente y preexistente. Luego, si hay un devenir de causas y causados, hay también una unidad distinta al devenir que es en sí misma causa única del devenir. Ésta, al ser la unidad de todas las unidades, no puede diferenciarse de nada y es en todo de manera eminente o máxima. Y, como todo procede de ella y no hay nada mayor que ella ni más allá de ella, todo se dirige a ella, cerrando el círculo de la procesión. Nada es más amable o digno de ser deseado; nada la iguala en bondad, verdad o belleza, puesto que une todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello, siendo el origen de su ser y el fin de su perfección, el nexo perpetuo entre lo más bajo y lo más alto.
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Propter Sion non tacebis