Aunque todas las figuras geométricas tengan forma, no existe una forma independiente de todas las figuras geométricas, pues el espacio ilimitado es como tal ageométrico y amorfo. Tampoco existe una armonía musical distinta de todas las armonías, ya que, si no se corresponde a ninguna de ellas ni a la suma de todas ellas, será necesariamente algo inarmónico. Por tanto, aunque todos los elementos de un grupo tengan un denominador común, éste no puede situarse fuera del grupo ni más allá de sus elementos cuando no es más que una generalización o abstracción a partir de ellos.
Sin embargo, si todos los elementos de una pluralidad de grupos tienen un denominador común, como la extensión es común a lo triangular y a lo cuadrangular, y la inteligibilidad es común a lo geométrico y a lo armónico, debemos admitir que lo común es antes que lo particular, causa de lo particular y un todo para lo particular. Así, si suprimes todas las formas dibujadas en un lienzo no habrá una forma de formas que las sobreviva, pero subsistirá el espacio que media entre dos puntos cualesquiera, que es el presupuesto para la generación de toda forma. Y aun sin figuras geométricas o armonías musicales, permanecerá el número, que subyace a ambas.
Luego, aunque la forma no sea antes de lo formado ni la causa de lo formado ni un todo para lo formado, la extensión es antes, la causa y un todo para lo formado, y el número es antes, la causa y un todo para lo inteligible, ya sea extenso o inextenso.
Si el número no fuera anterior a la figura o a la armonía, sería inmanente o posterior a ellos. Lo inmanente es aquello inseparable de la cosa de la que se predica, y por tanto irrepetible, como mi vida es inmanente a mí y a nadie más. Luego, si el número es inmanente a la figura y a la armonía, ¿cómo es posible que sea común a ambos, toda vez que lo inmanente sólo se predica de lo particular y nunca se repite en otro? Y si es posterior, ¿cómo pueden la figura o la armonía generar la inteligibilidad sin presuponerla? Es, pues, evidente que el número es anterior a la figura y a la armonía una vez hemos reducido al absurdo la tesis opuesta.
La anterioridad de lo común respecto a lo particular es su causa trascendente, no su causa inmanente, en tanto que obra en su efecto y no es alterada por él. El número obra la figura y la armonía, pero éstos no obran el número ni son indistinguibles del número, pues si lo fueran no serían distinguibles entre sí, y cuanto tiene forma geométrica y cuanto tiene armonía musical serían permutables, lo que sin duda no es el caso. Dado que remiten a algo distinto de ellos, tal no es idéntico a ellos ni inmanente a ellos; y puesto que señalan algo anterior a ellos, tal no es su efecto ni es su parte. Entonces, el número es su causa y es su todo.
Ahora bien, si el número es la única causa y el único todo de lo numerable, todo lo numerable debería darse al mismo tiempo y no en un determinado orden sucesivo. El número sería la única causa de lo numerable y lo único anterior a lo numerable, mientras que lo numerable no sería causa de lo numerable ni anterior a lo numerable. Sin embargo, esto es falso, ya que los acontecimientos discurren según una secuencia ordenada. Por ello, concluimos que el número no es la única causa y el único todo de lo numerable. La causa y el todo del número es la unidad trascendente, a la que el número se subyuga para dar lugar a un determinado orden, no a todos los órdenes posibles.
Por lo que, puesto que se da un orden y no se dan todos los órdenes, existe una unidad anterior a todo orden, que es su causa y es su todo. Esta unidad no está ordenada, sino que ordena; ni es numerable, sino que numera. Es ontológicamente anterior a lo material y a lo móvil, causa de ellos y un todo para ellos, así como para todo lo verdadero, ya que no hay verdad sin orden ni número. Es la causa primera y la verdad primera, superior a todo lo sujeto a cambio y a todo lo inteligible, situada allende los sentidos y la razón.
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Propter Sion non tacebis