Sigo dándole vueltas muy honestamente a la cuestión de si el placer ante el perjuicio ajeno o propio (sado-masoquismo del hombre medio) podría tener alguna explicación biológica. Es dudoso que actúe como mecanismo antidepresivo, pues tal placer es en los individuos normales inversamente proporcional a la proximidad de la víctima, al contrario que el sentimiento de depresión, que es proporcional. Además, una sensación placentera funciona como acicate frente al olvido, estimulando a la memoria a retener las experiencias que lo suscitaron.
Sólo se me ocurre una razón no selectiva para mantener el defecto; una razón, por decirlo así, providencial: la mediocridad congénita también hace a los hombres menos peligrosos y más manipulables.
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Propter Sion non tacebis