martes, 29 de junio de 2010

Lección de astronomía




Humillar al hombre no es sólo tarea de religiosos. También tiene el ateísmo sus Pascales y sus Savonarolas, por influjo de la corriente deísta. Voltaire solía decir que al timonel de un barco -Dios- no ha de importarle el destino de las ratas, esto es, de la vil estirpe humana (¡humanismo secular!). Algo parecido escribían algunos hipócritas teólogos luteranos para justificar rústicamente el mal en el mundo. Yendo de mano en mano, pues, el gastado pero efectivo tópico pasa al fin al bando ateo:

Suprema arrogancia del pensamiento religioso: que una bolsa hecha de carbono, rellena mayoritariamente de agua, en una mota de polvo de silicato de hierro en torno a una aburrida estrella enana… mire hacia el cielo y declare: “¡Se hizo todo para que yo pudiera existir!”

Ahora bien, la pequeñez de la Tierra respecto a la mayor de las estrellas conocidas no es nada en comparación a la insignificancia de ésta respecto al universo. Por tanto, esgrimir la modestia de nuestro planeta en términos cuantitativos es doblemente falaz. En primer lugar, porque todo es modesto en comparación al Todo. Y en segundo lugar, porque la pequeñez cuantitativa del fenómeno no nos informa de su importancia o excepcionalidad.

Cabe un tercer contraargumento: mi felicidad individual, aunque sea una minúscula parte de la felicidad humana, para mí es importantísima, y nadie puede convencerme de lo contrario. Por tanto, por más que esté persuadido de que todo el mundo es infeliz excepto yo, no por ello dejaré de alegrarme y de celebrarlo.

Sea como fuere, si se objeta la singularidad misma de nuestro caso como impropia de un Dios Creador de todo, respondo que no está escrito que la Providencia rija sólo para el hombre. Más bien leemos expresiones como “toda criatura” o “todo viviente”, que no hacen distinción ni de lugar ni de especie. De ahí que los antiguos dieran a los ángeles una función similar a la que hoy atribuyen a los extraterrestres quienes creen en ellos: vagar por las galaxias y establecer contactos eventuales con nosotros.

domingo, 27 de junio de 2010

El oscuro fondo de las cosas




Las certezas son parciales, las verdades no. Unas dependen de los sentidos, y por tanto son incompletas y falibles, mientras que las otras sólo a la razón se someten y exigen total asentimiento de nuestro juicio. Por otro lado, no hay verdades absolutas, pues todas -salvo la verdad de verdades, que el positivismo niega- remiten a verdades nuevas.

Llamo certezas a las verdades empíricas, fundadas en la inducción y en el ajustarse del orden de los fenómenos a un orden ideal de lo que consideramos ser el caso. Este ajuste nunca es apodíctico, por lo que sólo persuade en términos psicológicos. Las proposiciones con las que se ejemplifica la "verdad parcial" o aproximativa son, en realidad, muestras de certezas parciales.

Reconozco que hay certezas tan seguras que nadie tiene derecho a dudar de ellas sin exponerse a ser objeto de mofa. Así, no se vacila en afirmar la realidad que percibimos existe, que los cuerpos se mueven, etc. Ahora bien, los datos inmediatos de los sentidos no permiten elaborar con ellos tesis complicadas, sino que dan a la razón el punto de partida de su andadura y los límites por los que ha de transcurrir.

La diferencia esencial entre las verdades de hecho y las de razón es que aquéllas consisten en una adaequatio entre el discurso y el estado de cosas, por lo que son descriptivas, y éstas en la mutua armonía y la subordinación a principios o axiomas, siendo por tanto prescriptivas. Son por su misma definición tan distintas que resulta poco filosófico pretender encerrarlas en una misma palabra sin adjetivar, "verdad", fingiendo entre ellas una inhallable sinonimia. De ahí que yo hable de certezas físicas para unas, donde admito grados, y de certezas metafísicas (esto es, demostrativas) o verdades para las otras, donde no los admito.

Desde Kant y la solemne estupidez de los juicios sintéticos a priori el positivismo ha estado dando palos de ciego en este importante asunto. No hay síntesis que valga entre lo completamente disímil. Perezca el mundo y la verdad no cesará; prescíndase de toda razón y el mundo continuará ante nuestros ojos. Las proposiciones racionales sobre el mundo no se siguen ni de sí mismas ni de su objeto: La proposición apuntará a la conexión de sus términos, al tiempo que el objeto remitirá a una causa anterior a él. Su unión circunstancial en lo real inteligible es una cuestión de apariencia y probabilidad. Pronunciarse sobre lo real en sí es metafísica.

Más sobre el desprecio del pasado en filosofía




El historicismo ateo habla en todo momento, al modo relativista, de verdades in illo tempore, no válidas hoy, y prefiere presuponer sin prueba que el progreso del conocimiento se despliega en sucesivas afirmaciones y cancelaciones de la totalidad. Para él no hay verdades eternas, ni nociones comunes, ni principios irrenunciables, sino que todo es medio para alcanzar el Espíritu Absoluto en su particular fenomenología, la cual no es más que una justificación mística de los errores y oscuridades del presente. Supongo, pues, que causará pasmo a quienes lo profesan saber que Gödel aceptaba la teoría de las ideas, o que Whitehead se consideraba platónico. O que Leibniz, en la era de Galileo y transcurridos dos mil cien años desde la fundación de la Academia, escribiera que su pensamiento era una sistematización de la metafísica del gran filósofo de Atenas. Según los iconoclastas, en cambio, no se progresa yendo a hombros de gigantes, sino sobre sus ruinas y despojos. Su desdén del pasado, que fingen consecuencia de un implacable racionalismo, se debe en realidad a todo lo contrario, a saber, a una ausencia de fundamentos sólidos y a la vacilación general del edificio de sus certezas, siempre a la expectativa de novedades.

Se tiende también a la falsa analogía fruto de un juicio superficial y homogeneizador, insensible a las especificidades. No hay un teísmo islámico equiparable al cristiano porque nunca ha habido en el islam una Iglesia que, como la católica, fijase el canon racional y custodiase la ciudadela de los dogmas. La teología musulmana es simple y apegada a su texto sagrado desde su mismo origen. No se impuso tras polémicas y concilios, sino por la fuerza de las armas. De ahí que sus filósofos sean, sin excepción, herejes, no tanto por apartarse de una tradición unitaria inexistente como por confiar demasiado en su razón, vicio que Al-Ghazali supo remediar con éxito. Las salvedades que podrían señalarse, acaecidas en los siglos anteriores, o bien se deben al influjo nestoriano en el islam (Al-Warraq, Al-Farabi), o bien son episódicas y atribuibles a la general indiferencia de las autoridades por la filosofía, así como a la creciente fragmentación política del mundo árabe (Ibn Hazm, Avicena, Averroes). El "teísmo islámico" moderno me parece demasiado anecdótico como para ser tenido en cuenta.

Aunque sea menos refractario que el islam a la razón, otro tanto podría decirse del pretendido teísmo judío. Por ello, personajes como Filón, Gabirol o Gersónides se representan a sí mismos y no a una Sinagoga a la que, dada la singularidad de sus planteamientos, son incapaces de defender de forma armónica. No son teólogos incardinados en una escuela ni miembros de una jerarquía, sino filósofos puros o grandes pioneros que sólo eventualmente ejercieron de abogados de su religión y que con frecuencia tuvieron mayor impacto en el ámbito no judío. Ni siquiera el gran patriarca de la filosofía hebrea, Maimónides, pudo sustraerse a la dura crítica de Crescas y Spinoza de haber sometido el judaísmo a los postulados de la metafísica griega. Sin embargo, en el cristianismo lo doctrinal y lo filosófico son en gran medida indisociables desde que Pablo predicara a los gentiles.

Leibniz llama a San Agustín "fundador de la Escolástica" en la Teodicea en base a las razones que ya he dado. El propio San Anselmo es inimaginable sin la figura de ese Padre. Si no hablamos en términos históricos de Escolástica en el siglo V se debe al colapso del Imperio y a la imposibilidad de mantener un tejido académico multidisciplinar como el que propició el nacimiento de las universidades. El germen, sin embargo, estaba ahí. Acusar al cristianismo del estancamiento de la ciencia es, por lo demás, una calumnia dieciochesca. Cesare Baronio acuñó el término "Edad Oscura" para referirse a la Alta Edad Media (550-750), habida cuenta de la dificultad del historiador para recabar testimonios y monumentos de una época sumamente confusa, inmersa en el desorden de las invasiones bárbaras y sus secuelas. Fueron los philosophes quienes maliciosamente y por mor de su ideología hicieron extensiva la denominación, con un claro matiz peyorativo, a los más de quinientos años siguientes, que vieron no obstante florecer el comercio y las ciudades y dieron muestras de la especulación filosófica más refinada que Europa había visto hasta la fecha. ¿Se obviará acaso que el Renacimiento fue impulsado por hombres educados en la Escuela e implantado en sociedades medievales? ¿O se creerá tal vez, por el hechizo de las palabras, que Occidente renació en el siglo XV como Lázaro resucitado, es decir, de milagro y por la intercesión de poderes sobrehumanos? Los próceres paganos observaron siempre con desdén y desconfianza a los filósofos, que se desperdigaron en sectas y corrientes esotéricas. Sólo en la República cristiana se aunaron la ciencia y la cosmovisión del momento en un proyecto político de civilización supranacional. Sólo entonces la fe se sometió al escrutinio de la razón y los avances de cada disciplina fueron los de la sociedad en su conjunto.

Sobre el desprecio del pasado en filosofía




Hay un curso y un recurso en el destino las ideas, ya sea por lo solidario de las conquistas teóricas, que se apoyan unas en otras, ya por limitado de nuestra memoria y su tendencia a repetir formulaciones pretéritas. No hay crítica tan devastadora que reduzca a perpetuas cenizas un supuesto error, ni error tan craso que oculte la luz común por demasiado tiempo.

La Escolástica fue justamente censurada por muchos humanistas, entre ellos el gran Campanella, y por cartesianos y anticartesianos sin distinción. Así aconteció no tanto porque se considerase a sus grandes figuras perros muertos, sino porque aquélla había degenerado en un saber gremial, abstruso e indiferente a la experimentación moderna, en el que la jerga y el argumento de autoridad no dejaban espacio a los nuevos paradigmas. Este diagnóstico general no impidió que Tomás de Aquino jamás fuera despreciado por el grueso de la intelectualidad continental (con la excepción de Nizolio y algún otro iluminado), y que Suárez deviniese lectura recurrente en las universidades europeas hasta el siglo XVIII.

La Escolástica en sentido amplio es la fusión de la cultura grecolatina y la cristiana con fines apologéticos. De ahí que por extensión, y en la medida en que difícilmente lograremos emanciparnos de las categorías filosóficas de la Antigüedad, comprenda también a cualquier tipo de teísmo, y en particular al de las Iglesias católica y reformadas. San Agustín es, según este punto de vista, el principal fundador de la Escolástica por haber sistematizado la problemática entre fe y razón de un modo universal, con independencia de las distintas adscripciones sectarias, y ello aunque no se ocupara de Aristóteles ni fuese secuaz suyo.

A pesar de que en la actualidad el lenguaje popular asocie lo escolástico a lo dogmático y a los filosofemas circulares, quienquiera que conozca la historia de su desarrollo no ignora su carácter revolucionario en Occidente. Tertuliano desconfiaba de la dialéctica y de cualquier aspiración sapiencial de extracción pagana. A su vez, Teófilo de Alejandría y los antiorigenistas estimaban que la filosofía platónica era "hidra de todas las herejías". Semejantemente, Bernardo de Claraval, proclive al fideísmo y a la mística, reaccionó con suma aspereza ante la incursión de la lógica aristotélica en cuestiones doctrinales, teniéndola por arrogante e impía. Se acusaba a Pedro Abelardo de ridiculizar la autoridad de los Padres en su Sic et non, donde se mostraban sus mutuas contradicciones y el modo de salvarlas. El Aquinate tampoco estuvo libre de la sospecha de heterodoxia en un principio. Mas, en fin, si algo distingue a la religión cristiana de todas las que son y han sido es haber aceptado el reto de la razón desde su mismo establecimiento, manteniendo la tensión durante dos milenios sin sucumbir a los miedos integristas de un Al-Ghazali cualquiera.

Por todos estos motivos rechazo la visión simplista y despectiva de la Escolástica y lo escolástico. Toda gran construcción del espíritu permanece de una u otra manera una vez es reemplazada, ya que sus restos son empleados como material para la edificación futura. Así, los nominalistas y Nicolás de Cusa allanaron el camino a la ciencia moderna, previendo su curso, al tiempo que las elaboraciones de la tradición teológica de tan dilatado periodo se repitieron y reformularon en los siguientes. Leibniz decía haber encontrado oro entre la "basura" escolástica, esto es, en la inservible marea de tratados especulativos y comentarios a los comentarios de los clásicos. Cómo haya reducido este oro a excrementos la alquimia positivista es algo que todavía tienen que explicarme, máxime cuando el conocimiento detallado de los autores del Medievo no parece ser la mayor virtud de quienes profesan tan sumarísima opinión.

jueves, 24 de junio de 2010

La Providencia política




Este mundo, sin duda, ha salido de una mente muy distinta, a veces del todo contraria y siempre superior a los fines particulares que los mismos hombres se habían propuesto; estos fines restringidos que, convertidos en medios para servir a fines más amplios, ha obrado siempre para conservar la generación humana en esta tierra. Ya que los hombres quieren usar la libido bestial y perder sus partos, y establecen la castidad de los matrimonios, de donde surgen las familias; quieren los padres ejercitar sin medida los poderes paternos sobre los clientes, y les someten a los poderes civiles, de donde surgen las ciudades; quieren los órdenes reinantes de los nobles abusar de la libertad señorial sobre los plebeyos, y llegan a la servidumbre de las leyes, que establecen la libertad popular; quieren los pueblos libres librarse del freno de sus leyes, y llegan a la sumisión de los monarcas; quieren los monarcas, con todos los vicios de la disolución que les asegura, envilecer a sus súbditos, y les disponen para soportar la esclavitud de naciones más fuertes; quieren las naciones perderse a sí mismas, y llegan a salvar sus avances en las soledades, de donde, como el fenix, resurgen nuevamente. Quien hizo todo esto, fue mente, porque lo hicieron los hombres con inteligencia; no fue destino, porque lo hicieron con elección; no azar, porque perpetuamente, haciéndolas siempre del mismo modo, salen las mismas cosas.


Vico


* * *



Todas las religiones y sectas tienen su ciclo, como las repúblicas, de monarquía vienen a república popular, y de ésta a uno pasa, luego a muchos y más tarde a todos, por la misma y diversas vías. Así, cuando las sectas llegan al ateísmo, nace la última malparanza del pueblo y el extremo de la ira de Dios, y retornan al bien penosamente. Cuando llégase a negar la providencia divina o la inmortalidad del alma, se padece reforma o cambio necesariamente, porque los pueblos y los príncipes pierden el freno de la conciencia, y aquéllos tórnanse sediciosos, y éstos, tiranos, y entonces a cualquier legislador bueno o no bueno reciben fácilmente con avidez, etc...


Campanella

Darwin y la espontaneidad coordinada




Si la vida es, como creemos, desde sus orígenes la continuación de un único y mismo impulso que se reparte en líneas divergentes de evolución, entonces las causas esenciales que operan sobre las diversas líneas deben conservar alguna cosa común. Algo del todo, del impulso primitivo, ha de subsistir en las partes. Este elemento común se evidenciaría por la presencia de órganos idénticos en organismos muy diferentes. Pero si admitimos el mecanicismo, ¿qué probabilidad habría para que dos evoluciones diferentes condujesen a resultados similares? La probabilidad será tanto menor cuanto más diverjan las líneas de evolución. Así, pues, la prueba de nuestra tesis consiste en ver si la vida fabrica algunos aparatos idénticos por medios diferentes y en líneas de evolución divergentes, y su forma demostrativa será proporcional al ángulo de separación de estas líneas y al grado de complejidad de las estructuras similares.

Diráse que la identidad de condiciones en que la vida ha evolucionado tenía que producir la similitud de estructuras. Según una hipótesis esas condiciones han producido por acción directa la variación de los organismos en un cierto sentido. Según otra, la influencia de esas condiciones se realiza por vía indirecta, consiguiendo la adaptación de las especies por la eliminación de los menos adaptados. Esta última, por su carácter negativo, explica cómo se conservan variaciones ya dadas pero no el desarrollo progresivo de aparatos complejos y menos aun de la identidad estructural de organismos complicadísimos en líneas divergentes de evolución. En esta hipótesis la adaptación de los organismos a las circunstancias exteriores sería algo así como la adaptación del agua a la forma del vaso; no habría, pues, inconveniente en explicar la similitud de estructura como la identidad de forma que toman dos líquidos diferentes vertidos en el mismo vaso. En este ejemplo, la forma del vaso ya estaba hecha, pero cuando se trata de la adaptación de un organismo a las condiciones exteriores ¿dónde está la forma preexistente? No hay tal forma; es la vida la que crea una forma apropiada a esas condiciones exteriores por la construcción de una máquina que les aprovecha y que no se parece en nada a ellas. La adaptación no es entonces moldeamiento de una materia indiferente, pasiva repetición en relieve de lo que las condiciones den en hueco, sino réplica activa.

El finalismo se ha servido de la maravillosa estructura de los órganos de los sentidos para comparar el trabajo de la naturaleza al de un obrero inteligente. Como el ojo es el ejemplo más evidente de adaptación de un órgano a la materia que utiliza, la luz, es también el más apto para comprobar la suficiencia o insuficiencia de las explicaciones mecanicistas y finalistas. Según ambas hipótesis, la sensibilidad pigmentaria de los infusorios, puramente accidental al principio, pudo directamente, por un mecanismo desconocido o por las ventajas que ofrecía, sufrir una ligera complicación y por sucesivas interacciones entre órgano y función, formar progresivamente el ojo del vertebrado. Difícil es decidir la cuestión, porque órgano y función se condicionan de tal suerte que no se sabe si lo primero es el órgano como cree el mecanicismo o la función como cree el finalismo. Pero si en vez de comparar los dos términos heterogéneos de órgano y función comparamos dos homogéneos -un ojo con otro ojo- acaso nos acercásemos a una solución más plausible. Si observamos el ojo de un vertebrado y el de un molusco, encontraremos una similitud de estructura. Ambos tienen las mismas partes esenciales -retina, cristalino, córnea- compuestas de elementos análogos. Ambos funcionan también idénticamente. Sin embargo, moluscos y vertebrados se separaron del tronco común mucho antes de poseer un ojo tan completo y tan similar. ¿De dónde proviene la analogía?

Darwin hablaba de variaciones ligeras que se van sumando por efecto de la selección natural. Ahora bien, para que el ojo, que ha experimentado la variación, sea más perfecto y el individuo sea conservado con preferencia a los que no poseen ese nuevo ojo, es preciso que éste funcione y para ello que todas sus partes se desarrollen a la vez en el mismo sentido, manteniendo su coordinación. Un perfeccionamiento de la retina exige un desarrollo paralelo en los centros visuales y en las partes del propio ojo. Pero no es posible que si esas variaciones son fortuitas se produzcan a la vez y en el grado requerido en todas las partes del órgano de manera que éste cumpla su función como antes. Por eso Darwin supone una variación insensible que no perturba el funcionamiento del órgano, el cual puede esperar las variaciones complementarias para dar el paso adelante. Pero si por el pronto no se menoscaba ni favorece el órgano, ¿cómo se agarra a ella la selección natural? Y por otra parte ¿cómo idénticamente se han producido las variaciones insensibles, por tanto, infinitas, en el mismo orden sobre dos líneas de evolución tan diferentes si eran accidentales y cómo se acumularon y conservaron en el mismo orden? Esta hipótesis como otras que no admiten más que lo fortuito al principio, tiene que recurrir después a lo coordinado y armónico en sumo grado.

Es más fácil comprender la semejanza de los ojos del vertebrado y del molusco si el desarrollo se hace por un número pequeño de brincos súbitos. Como además la diferencia producida es grande y asegura una ventaja importante al ser vivo, también se comprende mejor que la selección natural opere sobre ella. Pero el problema es el mismo; ¿Cómo todas las partes del ojo se modifican a la vez, tan coordinadamente y en el mismo sentido que la visión no se perturba? Habrá que suponer un favor del azar, pero entonces también habrá que recurrir después a una suma coordinación, pues no puede ser casualidad que en el curso de la evolución surjan nuevas variaciones súbitas, nuevas complicaciones de estructura, maravillosamente encajadas unas en otras, siempre en el mismo sentido en la prolongación de las precedentes y, además, cuando se consideran dos líneas divergentes en el mismo orden sobre ambas.

Darwin invocaba la ley de correlación, según la cual un cambio en un punto del organismo repercute en todos los demás. Pero una cosa es cambio correlativo y otra cambio solidario, sistema de cambios complementarios y coordinados que perfeccionan el funcionamiento de un órgano. Los ejemplos de correlación que presenta no tienen nada que ver con este perfeccionamiento. En resumen, para explicar cómo las variaciones accidentales, insensibles o bruscas, convergen coordinadamente al mismo efecto y en la misma dirección, habría que acudir a la intervención de un "buen genio".


Bergson

miércoles, 23 de junio de 2010

Ilusiones en el vacío





¡Cuántos ríos tuvimos que pasar hasta encontrar... nuestro camino!


¿Nuestro camino hacia qué Tierra Prometida?

Si nuestro fin es reproducirnos y poblar el universo ("creced y multiplicaos..."), quienes no se reproduzcan o escatimen miembros a su especie en base a consideraciones egoístas cometerán una falta no pequeña.

Si es dominar la naturaleza y someterla a nuestra utilidad ("llenad la tierra, y sojuzgadla..."), los intereses de las demás especies deberán ser absolutamente despreciados en vistas a la consecución del bienestar humano.

Si es adquirir conocimiento y preservarlo, a saber, lo que entendemos por cultura, es un fin que se ha alcanzado desde que el hombre es hombre. Y ello sin ningún esfuerzo merecedor de épica, ya que se seguía de su naturaleza el emplear la memoria y la reflexión en lugar del instinto.

Si es ser racionales y virtuosos en mayor medida que nuestros ancestros, los milenios pasan en vano para los individuos, que nacen tan bárbaros hoy como en el albor de los tiempos.

Si, al cabo, es la civilización en su conjunto la que progresa y se depura, lo debemos a antiguos ideales capaces de trascender los intereses pasajeros y la fascinación por las novedades. Habría, pues, que entonar un cántico reaccionario en lugar de esta balada posmoderna.

Pero, además, ¿de dónde deduce Sagan que nuestro fin sea uno u otro? De la evolución no, ya que se nos ha dicho que es mecánica e indiferente a toda teleología. Luego ¿de qué disciplina o descubrimiento científicos nos llega la buena nueva?

lunes, 21 de junio de 2010

Incipit tolerantia-II




Si tú, muy ilustre príncipe, hubieras predicho a tus súbditos que regresarías con ellos en un tiempo incierto, y les hubieras encomendado que se aprestaran todos vestiduras blancas y que, así de blanco vestidos, se presentasen ante ti, en el tiempo en que tú vendrías: ¿Qué harías si, después de esto, hallases que no habían tomado cuidado en hacerse con ropas blancas? Mas, en su lugar, que estuvieran discutiendo solamente sobre tu persona, de modo que unos dijeran que estás en Francia, otros que allí en España, otros que vendrás a caballo, otros que en carro, otros que con gran pompa, otros que sin montura o a pie. ¿Tal te agradaría?

Mas aun, ¿qué dirías si disputasen entre ellos no sólo con palabras, sino también a grandes puñetazos, y mandobles, y que unos vinieran a herir o a matar a los otros, al no concordar con ellos? - Vendrá a caballo, dirá uno; en un carro, dirá otro. - Mientes. - Pues, ¡toma!, recibirás un puñetazo. - Y tú esta puñalada en las entrañas. Oh, príncipe, ¿tendrías en estima a unos ciudadanos tales? ¿Qué sucedería si, entre tanto, algunos entre ellos cumpliesen con su deber, siguiendo tu mandato de hacerse con ropas blancas, y los otros por ello vinieran a afligirlos, o a darles muerte? ¿No destruirías con deshonra a estos malvados?


Sébastien Castellion

Incipit tolerantia-I





FEDERICO: Si a los ediles sagrados de los romanos se les dio el encargo de que no se admitiese religión extranjera en la ciudad, ni que los dioses fuesen venerados sino al modo patrio, ¿con cuánta mayor diligencia conviene que tengan esto en cuenta los príncipes cristianos?

SENAMO: Y ni siquiera los romanos pudieron mantener sus propios edictos, cuando recibían en la urbe el culto de Isis, Osiris, Annubis, Apis, Esculapio, Cibeles, la madre de los dioses. Por último, M. Agripa llamó panteón al templo que construyó, porque lo había consagrado a las divinidades de todos los dioses. Vemos que es el único de todos los templos de los antiguos que quedó en Roma, consagrado por Bonifacio III, pontífice, a todos los dioses. Así también los atenienses tuvieron frecuentes aras de los dioses desconocidos, como pudo comprobar Pausanias en los Attica y Pablo mismo en su discurso al pueblo ateniense, para que de cualquier modo dieran culto al verdadero Dios que desconocían. Aquellos antiguos afirmaban que este mundo estaba totalmente abarrotado de dioses, pues en todo lugar observaban númenes admirables de la divinidad, hasta el punto de que no dudaban en exclamar: ¡Todo está lleno de Júpiter! En efecto, están llenos los cielos, llena está la tierra de la majestad de la gloria divina. Al preguntársele a Séneca qué es Dios: "Todo lo que ves -dice- y lo que no ves". Y Plinio llama al mismo mundo universo numen eterno. Por eso creo que aquellos antiguos hombres cuando dedicaban templos a las virtudes, por ejemplo, a la Justicia, a la Fortaleza, a la Paz, a la Esperanza, a la Fe, al Pudor, a la Concordia, a la Salud, a la Piedad, al Honor, a la Verdad, a la Providencia, a la Mente, a la Clemencia, a la Misericordia, a la Felicidad, a la Liberalidad, a la Fama, a la Eternidad, habían propuesto las virtudes del Dios inmortal a todos los mortales para verlas e imitarlas por doquier y para que se apartaran de los vicios.

CURCIO: Agudo es, Senamo. Pero ¿por qué tuvieron los vicios superiores por dioses? ¿Por qué el templo del Dinero, de la Edusa, de la Alimento (Edulia), de la Bebida (Potana), del Placer, del Libertinaje, de Venus, de Priapo, sino para abusar de francachelas, bebida, placer, estupros, licenciosidad, como si los dioses se lo concedieran? Omito la Fiebre, la Furia, la Laverna, la Risa, la Lujuria, el Impudor y la diosa Menfis de Hedor horripilante. Paso por alto los dioses establecidos en las partes y lugares de todos los edificios. Paso por alto también los trescientos Júpiter que obtenían por suerte sus nombres a voluntad de cualquiera y pueblos de innumerables dioses hasta de serpientes. Todos ellos, dioses y diosas, M. Agripa los encerró en un único y mismo edificio.

SALOMON: Hubiera sido más provechoso apartar totalmente al Dios eterno de aquella compañía de dioses inútiles que unirlo a aquéllos. Pues ¿qué es sino enlodar lo más sagrado con lo más profano? Por eso al pueblo de Dios enviado a la posesión de los bienes según las divinas tablas, se le mandó arrasar templos, estatuas, altares, bosques sagrados de dioses manes y ficticios. Y Dios ni siquiera toleró que el arca de la alianza se contaminara con el contagio de la estatua de Dagón; los sacerdotes de Palestina tras colocar el arca cerca, vieron la estatua partida en dos.

CURCIO: Ciertamente, tanto éstos como Agripa violaban los derechos sagrados, pues no era lícito consagrar un mismo templo a dos dioses. Una vez que M. Marcelo había consagrado el templo al Honor y a la Virtud al mismo tiempo, los pontífices de los romanos intercedieron para que no se confundiese el culto de ambos dioses. Por ello, mandaron dividir por medio aquel templo, pero de suerte que no se abriese la puerta al Honor antes de que se abriese la de la Virtud. ¡Cuánto menos hay que tolerar esto en el culto del Dios eterno!

OCTAVIO: Debemos aborrecer la confusión de lo sagrado. Pero los reyes de los turcos y de los persas y también del Asia Superior y de África fueron educados por Homar II, legado de Homar I, pontífice supremo entre los ismaelitas, y por Heltero, teólogo muy notable; educados para que todos los hombres pensaran que serían gratos al Dios inmortal, si cada uno veneraba a su divinidad con mente pura, aunque ignorasen absolutamente qué tipo de Dios conviene tener. Porque cree que conviene poner en el impulso de la voluntad y en la mente misma la fuente de todo lo que hay que hacer, cuya integridad y pureza Dios siempre la mira muy benévolo. De tal parecer veo que fueron los teólogos de los ismaelitas y también los de los cristianos. Así escribe Tomás de Aquino: "Cuando la razón -dice- aun errando establece algo como precepto de Dios, despreciar el dictamen de la razón es como despreciar los mandatos de Dios". Esto lo había afirmado anteriormente San Agustín.

CURCIO: Lo admito, tanta fuerza hay en la voluntad para juzgar las acciones de los hombres, que quien mata a quien no quiere matar, es inocente de la muerte de aquél, y quien no pudo matar al que intentó matar, téngase como sicario. Pero ¿acaso juzgaremos por lo mismo que son rectas todas las acciones que provienen de una voluntad recta y sincera? Ciertamente se seguiría la mayor confusión de piedad e impiedad.

SENAMO: ¿Acaso os parece que Scévola, que, tras intentar matar al rey Porsenna, mató a su legado, se debe tener como si hubiera matado al rey?

CURCIO: Nadie lo duda.

SENAMO: ¿Quién duda, pues, de que Scévola hubiera merecido el mismo premio si hubiera dado los honores regios de buena fe al legado como si fuera el rey y, por cierto, viéndolo el mismo rey, que si los hubiera tributado al rey mismo? Lo mismo sucede si uno actúa con los legados y mensajeros de Dios de la misma manera como debe con el Creador.

(...)

SALOMÓN: Una cosa es dar premio por lo bien hecho, y otra excusar los pecados cometidos por error. Pues quien da culto a Dios, recibe premio, aunque no porque lo merezca. Pero quien adora al sol se deja guiar por un error justo (si es que puede existir éste) y está en situación de no ser excusado, aunque también merezca premio, porque para con Dios basta el haber querido para que consigas premio, aunque no puedas hacer lo que quieres. Así, pues, Dios, todo bondad, remunera la voluntad y el temor divino; no por ello se dice que haya hecho bien quien da culto a una estatua, porque la piedad de los pueblos no es impiedad para con Dios, como escribe con sabiduría Salomón. Y los ismaelitas, que admiten en la ciudad todas las religiones de todos con diversos templos, no por ello dejan la suya, ni nadie sin impiedad puede hacer uso de religiones discrepantes.

SENAMO: Se dice de Alejandro Severo que era un emperador muy fuerte y religioso. Sin embargo, daba culto a Abraham, a Orfeo, a Hércules, a Cristo en el Lar como a dioses penates y, por cierto, de buena fe, pues todos los escritores le tributaron la mayor alabanza por su integridad. Al ver que judíos, paganos y cristianos no estaban de acuerdo sobre la religión, prefirió abrazar todas las religiones de todos antes que repudiar y despreciar una para no provocar a nadie al desprecio de su religión, y por esta razón unió uno a uno y a todos en la república con plena armonía de piedad y caridad.


Juan Bodino

miércoles, 16 de junio de 2010

Mudanzas substanciales




Si consideramos las condiciones de simetría de los poliedros, y especialmente las leyes que guardan los ejes y planos, claro está que la mera yuxtaposición de los poliedros moleculares es inhábil a producir un edificio simétrico; por eso fuerza es admitir que la combinación da lugar a un nuevo agrupamiento de los átomos. Por esto podríamos decir que la causa substancial de un cuerpo es aquel elemento dinámico que desempeña la arquitectura del edificio atómico... Así que la cristalografía viene a realzar la opinión filosófica expuesta en el siglo XIII por el poderoso ingenio de santo Tomás de Aquino.


Lapparent

domingo, 13 de junio de 2010

La materia no piensa




Que el alma humana, o el principio pensante en nosotros, no es una sola partícula en el cerebro puede ser inferido con claridad de la incapacidad de una única partícula para recibir a la vez tan gran variedad de sensaciones como las que recibe el alma humana. Pues, dado que el principio pensante en nosotros (de ser una única partícula) no puede recibir sensaciones inmediatamente de los objetos sentidos, resulta evidente que no los puede recibir de otro modo que mediante las impresiones de algunas partículas de los espíritus del cerebro actuando sobre él. El número de estas partículas debe, por consiguiente, guardar alguna proporción respecto a la vasta variedad de objetos que se perciben de una sola vez. No obstante, si todas las partículas de las que el cuerpo se compone son de una masa igual o similar, es imposible que una sola de ellas reciba al mismo tiempo tal variedad de sensaciones de las impresiones de las otras partículas.

(...)

Ni los espíritus animales ni ningún otro compuesto de partículas (pese a estar fijados y estrechamente unidos al cerebro) pueden ser el sujeto de una sensación o percepción tales que las del alma humana. Puesto que la mera composición no cambia la naturaleza de las cosas, las partículas que componen cualesquiera de las partes del cerebro, sean las que sean, no pueden más que retener su distinción y propiedades particulares, así en el compuesto en el que estén más próximas como en aquel en que se encontrasen a la máxima distancia entre ellas. En consecuencia, se infiere que cada una de las partículas del compuesto, pese a que se le supusiera algún grado de sensibilidad o conciencia, podría sentir sólo una parte de un objeto. Mas, si éste fuera el caso, no podría haber sensación del objeto en su conjunto, en tanto que nada habría en el compuesto que fuera capaz de unir y comparar una parte del objeto con otra, o de reflejar tal comparación. Pues la nada, como es sabido, nada puede.

Supónganse las partes de un espejo dotadas del poder de la sensación. Supóngase de igual modo que reciben los rayos de cualquier objeto tomado por entero. Sin embargo, dado que éste consiste en un vasto número de partes tan distintas entre sí como si se encontrasen a la máxima distancia, se sigue que a cada parte menuda o partícula del espejo le cabrá percibir sólo una cierta parte proporcional del objeto, siendo así que lo que una sola partícula percibe las otras no pueden más que ignorarlo completamente. Ahora bien, habida cuenta de que el espejo no consiste sino en las mencionadas partículas, concluimos que no hay nada en él que sea capaz de unir las diversas percepciones imperfectas de aquellas partículas, e igualmente, por tanto, que no puede obtener percepciones completas o perfectas de un objeto tales que las que nos consta hay en el alma humana.


Samuel Colliber

viernes, 11 de junio de 2010

Quimeras




¿Cómo conciliar los fenómenos del movimiento con los del pensamiento? Cuando razono, concluyo de una cosa otra, de ésta una tercera, y así al infinito. Si estos pensamientos diferenciados no son más que las variaciones que acontecen en la velocidad y en la determinación del movimiento de partes de pura materia, es necesario que sean obra de algún motor externo, puesto que dichas partes no habrían podido moverse por sí mismas de un sentido al otro.

Este motor, sea lo que sea, sólo puede ser material, pues en caso contrario se abandonaría el sistema. Pero si el motor mismo es material, deberá todavía recibir su movimiento de otros, ya que igual razón subsiste para él que para las partes a las que confiere una nueva determinación. Este mismo motor debe tener otro, este otro debe también tener el suyo, y así al infinito para formar el más nimio razonamiento... ¿Qué opinión ha de merecernos esta sucesión infinita de motores, que es preciso admitir para explicar por la mecánica las operaciones del espíritu? ¿Puede imaginarse algo más extravagante y menos filosófico?


Humphry Ditton


NB: Pese a estar inspirados por el mismo argumento, he dado con este texto después de escribir el mío, no antes.

lunes, 7 de junio de 2010

Paréntesis mayéutico


Hasta que no definamos con precisión el concepto de alma es imposible saber cuándo va a surgir y cuándo a extinguirse. Si se adopta la opinión según la cual el alma es el cuerpo y éste la materia, entonces el alma no desaparece mientras la materia se conserva; luego resulta en cierto modo inmortal, aunque carezca de percepción. Si, en cambio, el alma es sólo un término para designar cierto nivel de organización del cuerpo, se debe estar en disposición de aclarar por qué algunos cuerpos se organizan y otros no, o no lo bastante como para llamarlos vivos.

Por mucho que ahondemos en la materia nunca se encontrará en ella la fuente de su actividad, ya que siempre cabrá retroceder un paso más en la sucesión de sus movimientos. Así, al buscar la causa fuera de lo corporal, se busca el alma. Habida cuenta de que la distancia entre el motor y el móvil en un movimiento local es infinita, se sigue que la materia es infinitamente divisible. El movimiento ha de ser transmitido por un cuerpo y absorbido por otro para que sea físicamente concebible y no un movimiento en el vacío. Esto nos conduce a una sucesión infinita de movimientos en cada caso, hecho que puede aceptarse con la condición de que tal movimiento tenga un comienzo. Si la materia no está infinitamente dividida, el comienzo puede darse en las últimas de sus subdivisiones, que serán porciones extensas moviéndose a sí mismas como unidades compactas, esto es, sin transmitir movimiento verdaderamente en el interior de sus cuerpos (lo que en el sistema de Epicuro se ha venido conociendo como la declinación azarosa de los átomos). Pero esto va contra la hipótesis, por lo que se descarta. Lo cual implica que no hay un átomo material que se autodetermine a moverse, y que más bien la causa primera del movimiento activo de un cuerpo es espiritual o metafísica.

Por la misma razón que obliga al motor y al móvil a diferir siempre, y a la causa a ser mayor que el efecto o anterior a él, el principio organizativo no puede ser idéntico al cuerpo organizado. Hay, pues, dos posibilidades: que se pase de lo inorganizado a lo organizado, o bien que se mantenga siempre cierto tipo de orden estable. Si ser organizado (u orgánico) es inherente al ser material, entonces no se progresa hacia el orden, sino que se parte de él invariablemente para dirigirse hacia cualquiera de sus distintos grados. Sólo bajo esta hipótesis la vida, entendida como la mínima organización de todo cuerpo, sería coeterna a la materia. Si, por el contrario, en un momento cualquiera lo inorganizado se somete a lo organizado para hacerse semejante a él, ¿a quién y en qué momento se sometió lo organizado en primer lugar? Organizar u ordenar, además, significa poner las partes en relación a un todo unitario. Ahora bien, ¿cómo podrían alinearse dichas partes sin una noción previa de la unidad buscada, es decir, sin una causa final?