Iuro, iuro, pater...


El cuestionamiento del conglomerado ideológico, metafísico y científico naturalista, para el que -en contra de lo que se nos dice- el método empírico está en función de sus conclusiones provisionales y no a la inversa, es hoy una herida abierta en el narcisismo de la intelectualidad atea. Vemos que el naturalismo todo lo explica y no es explicado por nada. Filosofía primera, razón última y culminación del espíritu, no admite más contradictores que sus propios procesos de revisión, ni más jueces que sus padrinos.

Pero ¿cómo pasar por alto que el mismo que nos aconseja deshacernos de los libros de filosofía pre o antidarwiniana, que en otra parte confesará no haber leído ni interesarle, está traficando con antiguallas? Leemos:

Somos máquinas de supervivencia, autómatas programados a ciegas con el fin de perpetuar la existencia de los egoístas genes que albergamos en nuestras células.


Da la impresión de que Dawkins, reacio a una solución reduccionista, distingue cual Descartes redivivo entre una "res genetica" y una "res cogitans et operans". Y ello es así porque su materialismo le impide considerar al individuo como una unidad real de percepción y acción. En su lugar, lo concibe escindido en dos mitades contrapuestas, esto es, en relación de amo y esclavo, de infraestructura y superestructura, de espectro maquinal y máquina espectral. Lo que para un spinoziano era deseo, para un marxista lucha de clases y para un nietzscheano voluntad de poder, es para el darwinista pugna ciega por la supervivencia. Pugna acaso redimible por una cultura extranatural que no la tiene en cuenta y que -precisamente por ello- está desbocada.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La verdad en la política


Decir que las instituciones deben ser neutrales en lo simbólico es desconocer que ellas mismas son símbolos, hitos de una historia que las legitima indirectamente, a modo de capa basal de su legitimación jurídica. La peregrina idea rousseauniana de que el hombre neutro es el hombre puro, el buen salvaje libre de prejuicios y mejor predispuesto a la convivencia, se extiende aquí al Estado, un marco sin marcas, un terreno siempre virgen, siempre violable, expresión virtual de la suma de las voluntades, código abierto reducido a entelequia.

En cuanto a la separación Estado-Iglesia, habría que matizar si se trata de una separación orgánica, que la propia Iglesia ni discute ni ha discutido, o bien de una escisión cultural por la que viniese a reconocerse que existe una doctrina estatal positiva (EpC) formal y axiológicamente distinta a cualquier otra "moral privada". Irónicamente, una moral así pensada para pacificar sólo podría apoyarse en la fuerza, sea contra la objeción de conciencia en general, sea contra el resto de Estados con morales discordantes.

Hace poco propuse con más voluntad que acierto a varios bloggers que expusieran cuál era el fundamento moral de la izquierda. Con ello, acaso indirectamente, me estaba preguntando por el fundamento moral de la democracia, ya que sin el pluralismo de al menos dos opciones racionales y distintas entre sí ésta pierde su sentido. Nadie logró mostrármelo. Por lo que me pregunto, ¿puede proclamarse un Estado social y democrático de Derecho sin presumir confesionalmente que sus miembros reconocen ciertos principios caritativos, esto es, que no derivan de la estricta justicia aritmética o geométrica de dar a cada cual lo suyo (por razón de igualdad o de mérito)?

PD: Actualizado a 28/11/2008.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Presentismo epistemológico




BACHILLER

Mi viejo señor, nos hallamos en el mismo sitio que la otra vez. Considerad, sin embargo, la corriente de los tiempos modernos, y excusad palabras de doble sentido. Ahora, al revés de antes, abrimos el ojo. Os burlasteis del bueno e ingenuo muchacho, y eso lo hubisteis de lograr sin arte alguno, cosa a que hoy nadie se atreve.

MEFISTÓFELES

Cuando a la juventud se le dice la pura verdad, en modo alguno les acomoda a los mozalbetes; mas, cuando transcurridos varios años, la han experimentado duramente ellos sobre su propio pellejo, entonces en su petulancia se figuran que ha salido de su caletre, y así van diciendo que el maestro era un imbécil.

(...)

BACHILLER

Ésta es la más noble misión de la juventud. El mundo no existía antes de haberlo creado yo; yo hice surgir el sol del seno del mar; conmigo la luna empezó el curso de sus fases; el día se engalanó entonces a mi paso; cubrióse de verdor la tierra y floreció a mi llegada. A una seña mía, en aquella primera noche, se ostentó el esplendor de todos los astros. ¿Quién, fuera de mí, os libró de todas las trabas de las pedestres ideas que os sujetaban? Yo, empero, libre, según se me antoja, sigo contento y gozoso mi luz interior, y con paso acelerado marcho enmedio del más íntimo embeleso, teniendo la claridad ante mí y detrás las tinieblas.

MEFISTÓFELES

¡Original! ¡Vete con tu jactancia! ¡Cuánto te mortificaría al considerar esto! ¿Quién puede pensar cosa alguna, disparatada o razonable, que no hayan pensado ya nuestros antecesores? Pero con ése nada hemos de temer; dentro de pocos años la cosa habrá cambiado. Por muy extravagante que sea la manera de agitarse el mosto, no por eso al fin deja de haber vino. (A los jóvenes del patio, que no aplauden.) Os quedáis fríos al oír mis palabras; os lo perdono, buenos niños. Tenedlo presente: el diablo es viejo; envejeced, pues, para comprenderlo.


Goethe

Procusto sabe más




Para conciliar ciencias y letras no tenemos que transigir necesariamente con los dictados del materialismo. La integridad de sentido del universo que escinden los dualistas, a menudo por influjo cartesiano, puede recuperarse desde la metafísica (Spinoza, Leibniz) y ha venido siendo desde antaño un proyecto romántico. Lessing vio en la Ilustración la fase madura de una Providencia para la instrucción del género humano; Hölderlin hablaba de la huida de los dioses; Weber, discípulo de Dilthey, constató el desencantamiento del mundo, y sin embargo quiso desentrañar el espíritu del capitalismo.

Una observación precisa y empíricamente contrastable no es siempre signo de un análisis inteligente. Reducir lo vivo a lo inerte, el movimiento a sus estadios intermedios (Zenón de Elea), la percepción al automatismo, la moral al instinto, etc. son tentaciones fatalistas a las que sólo se sucumbe tras una prolongada decadencia de las humanidades.

PS: Respecto a la socorrida cita de Laplace, que leo en uno de los blogs enlazados, conviene contrastarla con la polémica Newton-Leibniz sobre la naturaleza del espacio, candente por aquel entonces. No es en absoluto una declaración veladamente atea, como se ha pretendido con cierta ligereza, sino una toma de posición en favor de la solución leibniziana.

domingo, 23 de noviembre de 2008

A modo de meme: El fundamento de la izquierda


Muy a menudo basta un nombre para encubrir una mentira. Estamos de acuerdo en que todo lo que carece de fundamento es falso, místico o simplemente arbitrario. Luego, ¿cuál es el verdadero fundamento de la izquierda? ¿Es un fundamento negativo (es decir, un no-fundamento) y hay que buscarlo en la antiglobalización, el antiamericanismo, el antielitismo, el anticlericalismo, el antiteísmo, el antimilitarismo, el antinacionalismo y el antifascismo? Si es el caso, estamos ante una corriente política más reactiva que poseedora de un proyecto propio. En el supuesto de ser relevantes a los efectos de la distinción que nos ocupa, faltaría saber si dichas oposiciones son de un tenor irrenunciable y absoluto -para lo que se exigiría demostrar que resultan congruentes entre sí- o están condicionadas por la circunstancia y el cálculo maquiavélico.

¿Es, en cambio, un fundamento positivo, que postula una doctrina? Asumamos que sea esto último. De ser así, ¿de cuál o cuáles doctrinas se trata? ¿Es la lucha de clases, la negación de la propiedad privada y el materialismo histórico marxistas (aquí habría que concretar en qué vertiente)? ¿Tal vez algo más moderado, como los impuestos progresivos y la redistribución de riqueza así efectuada (con lo cual se excluiría de la izquierda a los marxistas, al carecer de dicho fundamento y, además, contradecirlo)? ¿O más difuso, como el utilitarismo (en este punto podría ser que los liberales se vieran incluidos)? ¿Será quizá el buen salvaje? ¿El relativismo cultural? ¿La regla de oro? ¿El intelectualismo moral? ¿El velo de Rawls, variable según la persona? ¿La eficiencia económica, diferente en cada país? ¿Las pulsiones simpáticas y compasivas, atribuibles a la especie?

También cabe que la izquierda no esté en el mundo de las ideas arquetípicas, en la abstrusa especulación, sino en los textos legales e instituciones, pasados o presentes. ¿Qué documentos históricos plasman mejor dicha ideología? ¿El Código Napoleón? ¿O puede que sea la Declaración Universal de Derechos Humanos, ya íntegra, ya convenientemente expurgada del veneno liberal? ¿Es la ONU en su conjunto, en sentido orgánico, como sociedad de naciones? ¿O bien hay que tomar a la misma en un sentido estático respecto al cumplimiento del derecho internacional vigente? ¿Es el Estado del bienestar en particular, quedando sin legitimidad el resto de Estados? ¿O, por el contrario, es el cuestionamiento de todo Estado, es decir, la democracia directa y la autogestión?

Por cierto, ¿formará parte de ese fundamento el cientificismo? ¿O el feminismo antes de Madonna? ¿O la ideología de género? ¿O las profecías del calentamiento global? ¿O el proyecto Gran Simio? ¿O todos a la vez?

jueves, 20 de noviembre de 2008

Buenas noticias, aunque viejas




San Agustín se enfrenta en una de sus obras de juventud al problema aristotélico del lugar del alma, que deriva en la disyuntiva de su indivisión o corporeidad. Es ésta una cuestión que no ha dejado de discutirse, aunque parece que casi todo el pensamiento no confesional, o de profesión de fe materialista, se decante hoy por ver en el alma algo corpóreo (Ryle, Penrose y un largo etcétera).

El ejemplo de Aristóteles, que Agustín ilustra con una experiencia personal ligeramente modificada, es el de un gusano al que se secciona en varias partes y, no obstante, sigue moviéndose en todas ellas. San Agustín sostiene que puede deberse a que "el aire y el fuego" que integran al animal escapan por las heridas recién abiertas, de manera que cuando abandonan completamente el cuerpo cesa el movimiento. Pero a continuación, dando pruebas de una gran honestidad intelectual, narra el caso de un ciempiés partido en dos cuyas respectivas partes siguen andando en direcciones opuestas, viviendo ambas más tarde, y de las que, de no observarse este proceso, se habría dicho que eran dos animales distintos; esto es, engendrados separadamente.

Pues bien, a tal dificultad San Agustín no sabe responder nada claro. Se refugia en nuestra ignorancia y reconoce algo contrariado que ese gusanillo pone en aprietos a toda su teorización anterior, que no obstante es cierta "a priori", por lo que deduce que algo debemos estar interpretando mal en la experiencia. En un intento por zafarse, compara el cuerpo y el alma con las letras de una palabra y su significado, alegando que hay palabras divisibles que pueden mantener su significado después de la división, y otras que no, por lo que todo radicaría en cómo se divide.

Sin embargo, el santo no explica con ello de qué modo un alma inextensa puede estar en dos cuerpos separados, o regirlos de forma opuesta. La analogía de las palabras divisibles, además, no deja de ser una falacia, si la he entendido bien, pues ningún significado puede descomponerse permaneciendo idéntico, sino que siempre remitirá a elementos más primitivos.

La buena noticia es que todo esto queda resuelto por la Monadología de Leibniz. No hay un alma en cada cuerpo, asignada al comienzo de los tiempos, sino infinitas, si bien sea una en exclusividad la que rija sobre las demás mientras las cosas sigan como están en el cuerpo. Si el cuerpo cambia, esa mónada central puede ceder su primacía o verla amputada. En seres complejos como el hombre, con un sistema nervioso centralizado en el cerebro, ello no es posible en principio, pero en un gusano sí. Un gusano no tiene un cerebro, contando en su lugar con un sistema nervioso en el que muchas de sus partes son cerebros en potencia, potencia que para actualizarse sólo requiere de un pequeño cambio en el cuerpo.

Es el monismo substancialista el que traciona a San Agustín, mientras que la Monadología es un pluralismo substancialista. Poseemos como cuerpos mónadas infinitas e irreflexivas y sólo un alma capaz de apercepción, forma del cuerpo, cuya función aglutinadora define a éste. Media una distancia tal entre ambos tipos de mónadas, que no es razonable pensar que las primeras podrán ocupar naturalmente el lugar de las segundas en el hombre, al menos en el hombre desarrollado, cosa que sí sucede en el gusano, porque carece de alma "strictu sensu" y sólo tiene un principio automotor en acto, junto a muchos en potencia.

Se dirá que la hipótesis de las mónadas es superflua y no explica nada que no quede comprendido en la hipótesis materialista. Pero yo no estaría tan seguro; mas, aunque así fuera, se habría demostrado que es congruente con la experiencia. Y digo que no estaría tan seguro porque el materialista siempre tiene serios problemas para identificar lo que es un cuerpo, dado que ve en la materia un continuo de influencia recíproca que sólo establece pseudodiscontinuidades (cuerpos) en función de su nivel de organización.

Con todo, la misma palabra "organización" es poco materialista y delata un intento disimulado de mezclar el materialismo puro con una suerte de teleología. El experimento del gusano o del ciempiés prueban que la organización no es sólo propia de lo que el materialista llama cuerpo (el contorno físico del animal), sino de cada una de sus partes, susceptible de volverse autónoma en algunas especies; incluso autónoma con inmediatez y sin desarrollo previo, como sucede en los citados casos. Por tanto, prueban la Monadología, o la muestran plausible.

La autoorganización, pues, implica teleología, ya que cada cuerpo tiene un conato, un afán de perseverar en sí mismo, y eso es un fin como cualquier otro. Spinoza, que esgrimió el conato, negaba los fines generales, pero no el fin mismo del individuo, con lo cual se contradecía en parte, porque el individuo está incluido en el todo genérico, y no podemos decir que el individuo tiene fines y el todo no, como si estuvieran en lugares distintos o fuesen cosas separadas. Diremos que los fines del individuo son claros y los del todo no lo son, pero deducir de la no claridad la no racionalidad es la falacia cartesiana, que sólo daba carta de naturaleza filosófica a lo claro y distinto, cuando lo verdadero es, en realidad, aquello que no puede contradecirse y que resulta más cierto que su contrario. Todo esto independientemente de lo que los pobres mortales vean de claro y distinto en él, que podrá ser más o menos según sus luces.

Objétese que pueden existir fines intermedios pero es un "non sequitur" fingir otro tanto con los fines finales, como pretende la teleología. Respondo que si admitimos que hay fines, sean de la clase que sean, el reduccionismo queda refutado, y con esto me basta por el momento.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El fundamento de la moral




1. Si una acción no es libre en ningún momento, no es moral en absoluto.

2. Si la moral no tiende a la conservación del individuo, en nada se distingue de lo inmoral.

3. Ahora bien, si la moral no depende ni de la libertad ni de los fines manifiestos, todo en la naturaleza es moral.

4. Hablar de "fundamento de la moralidad" es en ese caso equivalente a postular un "fundamento de la naturaleza".

5. La moral resulta, aceptado esto, algo susceptible de describirse y no de prescribirse.

6. En consecuencia, cualquier prescripción del comportamiento no remite a lo natural, sino a lo racional (contra 3.). "Por este motivo ha habido un largo consenso entre los filósofos e historiadores más eminentes, que han sostenido de manera unánime que la naturaleza es la madre de los animales irracionales, y la madrastra de los hombres, a la vista de las debilidades corporales de éstos, y de la superior fortaleza de los brutos en todo" (Filón).

7. Que la mera inteligencia del buen precepto no conduzca a su cumplimiento nos indica, en cambio, que la faceta moral del hombre escapa también y hasta cierto punto a la racionalidad. Es por ello erróneo considerar "los actos y apetitos humanos como si fuese cuestión de líneas, superficies o cuerpos" (Spinoza).

8. Luego, si la moral es algo (contra 5.), no se funda ni en la naturaleza ni en la razón, aunque pueda valerse de ellas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El valle de los huesos secos




Dios, que fue providente en tantos aspectos de nuestra salvación, se ocupó poco o nada de definir un pensamiento político para su pueblo. Encontramos en la Biblia, no obstante, una defensa tenaz del derecho natural y, más allá de éste, recurrentes alegatos en favor de la igualdad, así como una clara preferencia por las monarquías, dado que "el género humano se asemeja más a Dios, sobre todo, cuando es más uno, porque la verdadera razón de la unidad se encuentra solamente en Él" (Dante).

De la religión cristiana se ha dicho que es enajenante por diluir el dinamismo del sujeto en un horizonte de esperanzas inciertas. O que promueve un solipsismo exacerbado, hasta el punto de que ningún cristiano obraría más que para su propia salvación. La primera crítica es propia de los espíritus fuertes como Marx, mientras que la segunda suele provenir de espíritus generosos como Rousseau. Pero también pueden darse juntas, al modo de Escila y Caribdis.

Piensa así quien obvia la dimensión "ad extra" de la moral criticada para reducirla a su fundamento escatológico. Y no es muy aventurado hallar un poso de sentimiento culpable en esta acusación, puesto que si la ideología socialista peca de algo es de poco fundamentada. No es la idea la que, mediante sus abanderados, engendrará realidad (Hegel), sino ésta la que se encargará de formar al nuevo hombre, el cual no dispondrá de otro fin vital que el sacrificio por la república que lo sustenta. Ahora bien, frente al altruísmo exigido en los regímenes autoritarios, dictado por las leyes de la escasez, la caridad es enseñada por los cristianos como una efusión generosa y espontánea.

La diferencia entre Jesús y la izquierda es, pues, tan grande como la que separa la moral de la ética. Jesús invita a sus discípulos a ser perfectos, mientras que la izquierda obliga a la totalidad a someterse al llamado bien común; las recompensas de Jesús son trascendentes y espirituales, las de la izquierda meramente materiales; Jesús apela al individuo y al temor de Dios, la izquierda al colectivo y a la consciencia de clase.

El pensamiento izquierdista es, en la práctica, la traducción maquinal y decimonónica de la eclesiología inquisitorial cristiana, que podría resumirse en el lema a la virtud por la fuerza.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sobre el carácter no inteligible del deber


Una idea jamás se nos somete, porque ni es maleable según el acto de comprensión ni acaba de comprenderse nunca, si es cierto que toda verdad remite a otra. Comprender una idea es en realidad ser comprendido por ella, tomar en ella parte (participar). Existe, pues, la satisfacción que nace de contemplar -someternos a algo- y la que surge del actuar -someter algo.

Se predica la inmanencia del deseo. Ahora bien, todo lo que está en nosotros y no empieza en nosotros no es deseado. Por tanto, es impuesto. Las ideas se nos imponen, en la medida en que nadie desea tenerlas, o dado que el hecho de desear tal cosa no es ni previo a ni determinante de la eventualidad de contar con ellas.

No somos más libres para entender de lo que lo somos para creer. Lo que creemos lo entendemos en parte, y lo que no entendemos no lo poseemos -ni lo creemos. ¿Es el creer un desear lo entendido cuando no se entiende por completo? ¿Es un semisaber, una categoría intermedia o fronteriza del intelecto? ¿O es un someterse a algo inmaterial, pero distinto de una idea?

De la comprensión no se sigue la acción, y viceversa. El principio del deber no deriva ni del juicio (Sócrates), ni de la apetencia (Nietzsche), ni de una imposición formal arbitraria (Kant). Creer es someterse de buen grado, sin coacción, a una voluntad extraña; una suerte de obediencia contemplativa. Pero también es la única forma de entendimiento que incide en el libre albedrío. El único acceso a una casa abandonada.

Las tres caras de la moneda


Lo interesante del reto de citoyen, además del reto en sí, es la posibilidad de ver los distintos desarrollos sofísticos a favor o en contra de una misma tesis. Uso el término sofísticos en la menos denigrante de las acepciones. El hecho de que de las tres exposiciones que llevo leídas hasta el momento (la de Esplugas, la de Robredo y la mía) todas defiendan tesis contrapuestas (respectivamente: la moralidad del mercado, su amoralidad y su inmoralidad) es algo que no deja de fascinarme.

La caridad del sabio




Escribe Leibniz (¿Hay un derecho natural eterno?):

"El Derecho procede de la Naturaleza, no de la opinión, y por eso es más fácil la ciencia del verdadero Derecho que las artes, las cuales hay que aprenderlas en la práctica y se basan en las opiniones y costumbres de los hombres.

(...)

Cuando la ley establece algo inicuo, o el juez juzga mal, hace Derecho: por una cierta ficción, es decir, hace algo que tiene efectos jurídicos y que debe tolerarse porque de lo contrario quedaría abatido el Derecho ocasionándose un mal público mayor.

(...)

Por lo demás, como la mona, aunque se vista de seda, mona se queda, según el proverbio, lo que es inicuo sigue siendo inicuo por más que lo establezca la ley.

(...)

Niegan algunos que el Derecho sea una ciencia porque, dicen, no trata de cosas de carácter necesario sino de cosas que suceden de ordinario (plerumque), siendo así que la ciencia lo es de cosas eternas. Yo creo que las razones del Derecho son también eternas y que se da ciencia de la verdad eterna en las cosas que suceden de ordinario si se conoce la razón de las mismas y el grado de probabilidad, como nos han enseñado los matemáticos con sus demostraciones sobre la suerte.

No basta con decir que el Derecho es el precepto relativo a lo que pertenece a los otros. Porque también la ciencia de la utilidad privada o de aquello que nos interesa, nos manda cómo portarnos con los demás, mirando por nosotros. Mas, cuando se pregunta sobre el Derecho y sobre lo justo, se hace para mostrar que el procurar el bien ajeno en la mayor medida posible, dejando a salvo el nuestro, es precisamente nuestro bien. O sea que se pregunta acerca de la caridad del sabio".


Y en otra parte (Correspondencia):

"Si vuestro Hobbes hubiera añadido la rectitud de juicio a la agudeza del pensar y a la fuerza del decir, hubiera podido aportar algo egregio. Pero su primer engaño (prôton pseudos) consistió en buscar las fuentes del Derecho en el miedo al mal en vez de buscarlas en el cuidado del bien, como si fuese necesario haber hombres malvados para que los haya justos".


Y todavía en otra (Nuevos Ensayos):

"Filaletes - Pero un asentimiento público en la violación de la ley demuestra que dicha ley no es innata: por ejemplo, la ley de amar y conservar a los niños fue violada por los antiguos, ya que consentían en abandonarlos.

Teófilo - Supuesta una violación así, lo único que cabe deducir es que los caracteres de la Naturaleza no han sido bien leídos, pese a estar grabados en nuestras almas, si bien a veces demasiado ocultos por nuestros desórdenes; aparte de que para mostrar de manera irrefutable la necesidad de un deber hay que llegar a su demostración, lo cual no es nada corriente. Si la Geometría se opusiese a nuestras pasiones e intereses tanto como la moral, tampoco dejaríamos de violarla e impugnarla, pese a todas las demostraciones de Euclides y de Arquímedes, que serían consideradas como fantasías llenas de paralogismos; y Joseph Scaliger, Hobbes y algún otro que ha escrito contra Euclides y Arquímedes, no estarían tan poco acompañados como ahora lo están. Solamente la pasión por la gloria, que dichos autores pensaban encontrar en la cuadratura del círculo y en otros difíciles problemas, les ha podido cegar hasta tal punto a personas de tanto mérito. Y si otros estuviesen interesados en lo mismo, procederían igual".

lunes, 10 de noviembre de 2008

Ambo in foveam cadent




No se ama más que la forma de las cosas, aquello que hay en ellas de inalterable o substancial. Quien ame algo sujeto a variación no amará nada, o lo dejará de amar cuando cambie. De la misma manera, sólo se odia algo hasta que lo hemos destruido, disolviendo su forma en otras.

Poseer equivale a transformar, y transformar a odiar. Se transforma lo que se aborrece, el lugar donde nuestra mirada no puede detenerse sin sentirse incompleta. Así, un sistema cuyo motor principal sea el afán de poseer y manipular estará basado en el odio. Odio universal a todas las cosas, a todas las personas, en tanto que sometidas a lo pasajero de la satisfacción del deseo.

El liberalismo no tiene otras premisas que la venalidad y, en este sentido, está llamado a embrutecer. Convierte las relaciones humanas en relaciones de explotación más o menos sutil. El lenguaje deja de ser definitorio para ejercer funciones por lo general descriptivas. A raíz de esto, la verdad -que es la forma de todas las formas- pierde fuste. Con ella, los hombres, que hasta entonces se honraban de ser sus sacerdotes.

No hay liberalismo sin democracia, sin voluntad general. Y no se llega a esta voluntad abstracta, impersonal y revisable sin la renuncia previa a un orden superior a la acción, lo que los clásicos llamaban destino y que, trocado por la mentalidad moderna en imposición imaginaria, carece ya de un significado preciso.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Gente exquisita




Los republicanos españoles han tenido desde antiguo una extraña fijación con los cadáveres y las exhumaciones, una actitud que yo calificaría de atávica. No hace tanto, fieles a su peculiar justicia poética de ultratumba, saqueaban conventos, profanaban las sepulturas de las monjas difuntas y bailaban a plena luz del día con los despojos de esas envenenadoras del pueblo. También es destacable la ocurrencia de algunos terroristas, digo milicianos, de fusilar simbólicamente a Cristo, instrumento de enajenación presuntamente incompatible con el nuevo hombre liberado de sus ataduras.

Todo esto, mutatis mutandi, se repite hoy bajo el incruento manto del Derecho, por aquello de la revolución desde dentro. ¿O será que el espíritu del estalinismo necrófilo ha poseído al juez Garzón y a la adocenada familia de la izquierda hispana hasta volverlos más religiosos que Príamo?

Humanidad negativa




No se nos ha concedido la inmortalidad porque nada hay más peligroso que un hombre sin temor. Temer es un signo de impotencia, y sin embargo es necesario para que seamos útiles al cuerpo social. Si la moral resultase, como quiere el darwinismo, una prolongación de las costumbres heredadas de nuestra prehistoria animal, no se entendería que una de sus bases más importantes fuera algo tan dependiente de factores externos como el temor -y, por tanto, algo no heredable.

Platón y el pecado original


Para darnos mejor cuenta de cómo los buenos lo son contra su voluntad, porque no pueden ser malos, bastará con imaginar que hacemos lo siguiente: demos a todos, justos a injustos, licencia para hacer lo que se les antoje y después sigámosles para ver adónde llevan a cada cual sus apetitos. Entonces sorprenderemos en flagrante al justo recorriendo los mismos caminos que el injusto, impulsado por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad.

Esta licencia de que yo hablo podrían llegar a gozarla, mejor que de ningún otro modo, si se les dotase de un poder como el que cuentan tuvo en tiempos el antepasado del lidio Giges. Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abrióse la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo, descendió por la hendidura y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y salióse. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; a inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que habían de informar al rey; llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoder6 del reino. Pues bien, si hubiera dos sortijas como aquélla de las cuales llevase una puesta el justo y otra el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, cuando nada le impedía dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo alguno cuanto quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien se le antojara, matar o libertar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales.

En nada diferirían, pues, los comportamientos del uno y del otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he ahí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia, la comete. Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. «Y tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es más: si hubiese quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo; aunque no por ello dejarían de ensalzarle en sus conversaciones, ocultándose así mutuamente sus sentimientos por temor de ser cada cual objeto de alguna injusticia. Esto es lo que yo tenía que decir.

Platón (o Glaucón)

jueves, 6 de noviembre de 2008

Lauda Jerusalem













Lauda, Jerusalem, Dominum;
lauda Deum tuum, Sion.
Quoniam confortavit seras portarum tuarum,
benedixit filiis tuis in te.
Qui posuit fines tuos pacem,
et adipe frumenti satiat te.

Qui emittit eloquium suum terrae,
velociter currit sermo ejus.
Qui dat nivem sicut lanam,
nebulam sicut cinerem spargit.

Mittit crystallum suam sicut buccellas :
ante faciem frigoris ejus quis sustinebit?
Emittet verbum suum, et liquefaciet ea ;
flabit spiritus ejus, et fluent aquae.

Qui annuntiat verbum suum Jacob,
justitia et judicia sua Israel.
Non fecit taliter omni nationi,
et judicia sua non manifestavit eis.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Tabula inmunda


Leo, gracias a la referencia de Abulafia, este listado de rasgos humanos que constituiría nuestro mínimo e invariable común denominador. Aparecen "shame" (tristeza, vergüenza), "pride" (orgullo), "envy" (envidia), "hope" (esperanza) y "fear of death" (miedo a la muerte) como únicos sentimientos universales claramente definidos. Todos ellos son afectos negativos, bien de autoengaño, o bien que remiten a un estado de caída. No existe uno equivalente para el amor, lo que debería hacernos reflexionar. Sí se habla, en cambio, de la empatía, que no es más que un narcisismo proyectado que a veces sentimos de modo espontáneo y que propicia las creencias animistas. Fue la empatía la que hizo que nuestros antepasados reverenciasen al sol y a la luna, no la disposición desinteresada a cumplir la justicia (amor). Pertenece, pues, a los sentimientos de autoengaño. Y lo mismo habría que decir del orgullo, que no establece ningún límite entre la voluntad de autodefensa y la de dominio.

Compartimos con los animales la facultad de engañarnos, aunque la utilidad que de ella se desprende sea más cuestionable en nuestra especie. Ambas características (empatía, orgullo) se oponen entre sí y se dan siempre en momentos diferenciados, según se estime que el peligro nos afecta mediata -como grupo- o inmediatamente -como individuos. Son, pues, reacciones estereotipadas y, por tanto, movimientos irracionales de la consciencia.

Ahora bien, todos los sentimientos de miseria moral (vergüenza, envidia, esperanza, miedo a la muerte) nos pertenecen en exclusiva, sin que podamos encontrar ninguno de signo positivo que compense tal sesgo.

Aquí entra en escena el progresismo, atribuyendo a la cultura el papel de redentora de nuestros bajos instintos. Pero ¿cómo puede una creación humana emanciparse de la mente que la ha creado? ¿Cómo sin una ayuda sobrenatural y objetiva?

domingo, 2 de noviembre de 2008

Baudelaire


Au moins aurait-il pu deviner dans cette localisation une malice ou une satire de la Providence contre l'amour, et, dans le mode de la génération, un signe du péché originel. De fait, nous ne pouvons faire l'amour qu'avec des organes excrémentiels. Ne pouvant supprimer l'amour, l'Église a voulu au moins le désinfecter, et elle a fait le mariage.

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Théorie de la vraie civilisation. Elle n'est pas dans le gaz, ni dans la vapeur, ni dans les tables tournantes. Elle est dans la diminution des traces du péché originel. Peuples nomades, pasteurs, chasseurs, agricoles et même anthropophages, tous peuvent être supérieurs par l'énergie, par la dignité personnelle, à nos races d'Occident.
Celles-ci peut-être seront détruites.
Théocratie et communisme.

Baudelaire

El trabajo como maldición




Los Padres de la Iglesia justificaban el derecho a la propiedad privada refiriéndose al estado de caída de la naturaleza humana. Es algo que no había entendido bien hasta hoy, pues no me había parado a meditarlo suficientemente.

Llamo caridad a la justicia consentida; derecho a la justicia impuesta. A su vez, llamo justicia a la deuda proporcional, y deuda a la obligación moral de dar o hacer, basada en la promesa o en la reciprocidad.

No existe un derecho originario al trabajo: ni al realizado en interés propio, que depende de la existencia previa de recursos, ni al asalariado, que debe ser demandado por una necesidad ajena y remunerado con un excedente. Luego el fundamento del derecho al trabajo es el derecho a la propiedad. Y como ésta no podría fundarse en el trabajo, al que fundamenta, no se funda en nada y es arbitraria.

Si el hombre fuese justo, renunciaría a apropiarse todo lo que no ha producido, limitándose a consumirlo en la medida de su necesidad. Ahora bien, puesto que es injusto, debe trabajar y producir. En consecuencia, faltando el intercambio recíproco entre quienes tienen y quienes piden, sólo la arbitrariedad o la justicia consentidas -el albedrío o la caridad- pueden restringir legítimamente la voluntad de poseer.